Hay cosas que no podemos controlar y que, sin embargo, nos obsesionan.
Una de ellas es el hecho de conocer a las personas, y creer que se las ha conocido en el tiempo equivocado.
Y nos da por suponer que quizás haberlas conocido antes o después en sus vidas, hubiese sido mejor que en los tiempos presentes.
Que una ilusión de proyecciones que no nos ll
evará a ninguna parte nos hace creer que, llegamos antes de tiempo, o tal vez demasiado tarde. Que podríamos haber cambiado -al menos en parte- el destino de esas personas.
Es que suena presuntuoso y demasiado aventurero. Presuntuoso de suponerse lo suficientemente importante para esos alguien a quienes deberíamos haber conocido antes o después, como para hacer de sus vidas algo mejor. O tal vez solo algo distinto a lo vivido.
Aventurero de especular y decir que todos los elementos que habríamos necesitado para hacer de esa conexión algo mejor, se habrían dado en ese supuesto tiempo perfecto. Dejando a un lado todo tipo de complicaciones, como si estas no existieran.
Y resulta que todos hemos perdido nuestro tiempo en esa suposición perfecta y autocomplaciente. Exageradamente ideal de nosotros mismos y nuestros afectos. Es que no podemos evitar darnos por un momento aires de esa gloria que ni siquiera tenemos claro si nos pertenece. Nos contentamos con convencernos de que así habría sido mejor. Incluso despojando de todo tipo de mochilas y de penas a nuestros conocidos por el solo hecho de llegar antes o de subsanar males por llegar después
¿Quien determina si somos suficiente para ello?
Como no lo sabemos, nos entretenemos jugando a que es cierto.
Entonces nos pasamos tardes enteras divagando sobre los detalles que nos agobiaron para darnos cuenta que no somos tan relevantes. Empoderados del absurdo, de una construcción que no podremos lograr, sino apenas imaginar prototipos de cómo sería.
Y todo eso sin contar los riesgos personales. Cuando se quiere llegar antes o después a alguna parte o persona, ¿quién garantiza que seríamos los mismos? ¿lo suficientemente ideales para ser el ingrediente necesario en tal o cual parte de la vida de alguien? Y cuando eso pasa tendríamos que preguntarnos si acaso seríamos los mismos de hoy para incidir de la manera que suponemos en esos conocidos a destiempo, donde ingresamos a sus vidas intempestivamente pisoteando errores y enmendando con rudeza lo que entendemos como equivocaciones....
Equivocaciones, nombramientos, rupturas, muertes, pérdidas y testamentos, gozos y lamentaciones como testimonios que solo nos remitimos a juzgar para solucionar vidas que no podremos comprender jamás. Forjadas a la luz de actos de razón que van más allá de nuestra comprensión. Y que en el devenir de cada alma incalificable nos esmeramos en archivar y documentar, jugando a juzgar como jueces imperturbables de un todo que queremos entender por partes, pero que se nos niega por la inalcanzable razón de no haber estado ahí no porque debiésemos haberlo hecho, sino porque está más allá de toda ilusión de control que queramos admitir para los otros.
Entonces, nos revolcamos un rato en el lodo de los predestinados, llorando por acontecimientos que exceden nuestra pertenencia para morir como los condenados del destiempo, los abandonados de un instante ideal que dejamos pasar por creer que habría sido mejor antes o después, pero que nunca podremos conocer.
Como una ciencia oculta a las matrices de la suposición, a la idolatría por la juventud o a la frustración de la tardanza, nos abstenemos de saborear los matices del presente porque queremos más poder sobre el otro del que en verdad poseemos -y poseeremos-, mucho más allá de nuestros pronósticos hambrientos de virtud y de un vivir a la medida de todas las imaginaciones que reunimos en nuestro jardín de paisajes perfectos en su imperfección impertérrita y tenaz, que no admitirá un cambio en otros solo para darnos un gusto en nuestras convicciones ficticias de bondad.
El Coronel |