El día amaneció gris, frío y oscuro, Pedrito se levantó de la camastro donde dormía junto a sus otros hermanitos y fue a la humilde cocina donde su mamá estaba encendiendo el fuego del fogón. “Buenos días mamá como te sientes” le dijo el niño abrazándola con cariño.
Rosa tomó a su pequeño de la mano y lo invitó a sentarse mientras ella preparaba algo de comer le dijo:
“hijo, yo creo que hoy no debes ir a “trabajar”, el día amaneció muy frió, además hay mucho viento y tu abrigo está muy desgastado “
El pequeño que tendría unos diez años de edad, se le acercó a la famélica mujer para decirle:
“mamita, pero si no salgo a “trabajar” no vamos a tener nada para comer, además necesitas tomar la medicina, sé que hace dos días se te terminaron”
Al escuchar las palabras tan maduras del pequeño, ella empezó a sollozar, sabía que su hijo tenía razón, hacía ya más de un año, que su esposo se había marchado a otro lugar a buscar trabajo y aún no regresaba.
Ella estaba cada día más enferma y ya no tenía fuerzas para salir a trabajar.
Fue por esa razón que Pedrito tuvo que dejar la escuela y ponerse a “trabajar” pero realmente era muy poco el dinero que hacía lustrando zapatos, sobre todo en estos tiempos de invierno.
No hubo excusas suficientes por parte de su madre, para que el niño desistiera de salir a desafiar las inclemencias del tiempo.
Pedrito se apostó en la esquina de una tienda y se sentó sobre el cajoncito donde guardaba los pocos implementos para lustrar zapatos, las horas transcurrían y el niño aún no había ganado ni para comprar pan y un poco de leche. Todas las personas pasaban a su lado, sin notar la presencia de aquel pequeño que acurrucado en un rincón tiritaba de frío.
La noche se acercaba y la angustia del niño se hacía mayor, ya era hora de regresar a la casa, donde su madre lo esperaba ansiosa, hoy por primera vez en mucho tiempo, se iría a su casa solamente acompañado del cajón de lustrar zapatos, no había podido obtener ni unas pocas monedas, para comprar algo de comida para su madre y hermanitos.
Dos gruesas lágrimas de impotencia rodaron por las pálidas mejillas de pequeño.
Pedrito se levantó para emprender el camino a casa, tenía el cuerpo acalambrado por el frío, echó un vistazo a su alrededor y vio unos metros más allá, a un perro que parecía estar dormido, con un poco de cautela, el niño se fue acercando al animal, le pareció muy extraño que este no se moviera, lo estuvo observando unos minutos y luego se agachó para tocarlo.
El perro tampoco se movió al contacto de la mano del niño, un poco temeroso Pedrito trato de revisarlo bien, al hacerlo notó que tenía la piel flácida y fría, su respiración era muy lenta y casi no podía abrir los ojos.
Sin tomar en cuenta, que las sombras de la noche y una capa espesa de frío envolvían la ciudad, Pedrito se despojó de su raído abrigo para envolver al animal y luego se sentó a su lado para acompañarlo.
El frío cada momento que pasaba se hacía más intenso, el niño se abrazó al perro tratando de encontrar un poco de calor.
El tiempo transcurría pero el niño no quería irse y dejar solo al perro, tampoco se lo podía llevar a su casa porque este no caminaba.
El hambre, el cansancio y el sueño vencieron a Pedrito, quien se quedó profundamente dormido abrazado al desvalido animalito.
En medio de la noche el niño despertó sobresaltado por el ruido de unas voces, al abrir los ojos, vio junto a él unas personas sonrientes, al parecer todos pertenecían a la misma familia.
“Hemos pasado dos días buscando a nuestro perro, gracias a Dios que al fin lo encontramos.”
Le dijo con alegría el que parecía ser el dueño.
“Oiga niño, donde y cuando se lo encontró?”
El pequeño estaba asustado, temía que lo acusaran de haberse querido robar el animal.
“Señor, yo estuve todo el día trabajando”
Y le señaló con la mano el lugar donde había permanecido.
Al escucharlo el hombre lo miró incrédulo, como era posible que un niño de esa edad estuviera trabajando en un día tan frío, además estaba muy pequeño para hacerlo, por eso le preguntó?
“¿Dices trabajando? Acaso no tienes un papá que lo haga, tú eres un niño muy pequeño que debería estar en la escuela, no haciendo labores de adulto.”
“Señor, lo que pasa es que mi papá se fue a buscar trabajo y no ha regresado, mi mamá está enferma y no puede salir a trabajar, por eso tuve que dejar la escuela y buscar la manera de ganar un poco de dinero, para comprar comida para mis dos hermanitos pequeños, pero hoy no conseguí a quien limpiarle los zapatos, por lo tanto no tengo dinero para llevar a la casa, fue cuando ya me iba que vi al perro y como sentí que él también tenía frío, me quité el abrigo y lo arropé, después debo haber me quedado dormido, pero ya me voy”
“Como te vas a ir, si todavía no ha amanecido.”
“Lo sé señor, es la primera vez que no llego temprano a la casa, y mi madre además de enferma debe estar muy preocupada por mi.”
Al terminar de hablar el niño rompió en llanto.
En ese momento, el hombre se acercó lo abrazó y le dijo:
“Tengo que darte las gracias por lo que hiciste con nuestro perro”
“Nada de gracias señor, así el perro no tuviera dueño, yo igual me hubiera quedado acompañándolo.”
“Pero te quedaste con él y eso te lo vamos a agradecer siempre, quizás de no haber sido así, el perro estaría muerto.”
“No hice mucho señor, porque ni siquiera tenía un poco de agua para darle, solo le presté mi abrigo”
Le dijo el niño mientras se pasaba la mano por la cara.
“A ver como te explico, usted es apenas un niño, mientras que yo soy un adulto con canas, y eso significa que tendrás que aceptar lo que te voy a proponer.”
Pedrito lo miró asustado y sin comprender de que se trataba la propuesta.
“No te asustes niño, mi propuesta es muy sencilla, en vista del cuido que le diste a mi perro, yo te voy a dar dinero para que puedas comprar comida a tus hermanitos, y de paso un abrigo nuevo, qué te parece?”
“No me parece señor, mi mamá me ha dicho que el dinero se gana trabajando, y cuando yo me quedé con su perro no estaba pensando en trabajar, por eso no creo que pueda aceptar su oferta, al menos que usted deje que yo le limpie todos los pares de zapato que tenga.”
“Cómo me dijiste que te llamabas?”
“No le he dicho mi nombre, porque usted no me lo había preguntado, mi nombre es Pedrito.”
“Trato hecho Pedrito, primero vamos a tu casa a dejarle el dinero a tu mamá, y después me acompañas a la mía.”
Fue de esta manera, como esa fría noche de invierno, Dios se le presentó a Pedrito para brindarle su ayuda, en un momento en el que se creía derrotado por el frío y la desilusión de no haber podido conseguir dinero para llevar a su casa.
“Dios está presente en todos nosotros de diferentes maneras, y él jamás nos pone obstáculos que no podamos superar.”
María B Núñez.
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