AGOBIO
Una semana antes, perdió la confianza de su esposo. En el trabajo, sus responsabilidades se habían incrementado por la ausencia de una compañera de trabajo. Su padre era el ser más amado.
-Conocí las costumbres y las fiestas de mi pueblo, gracias a él. Era su compañera, ya que mi madre no gustaba del alboroto y menos, si eran fiestas populares.
-¡Son " broza"! Solía decirle a mi padre.
Entonces, me veía y, cuando ya partía solo, le gritaba:
-¿Te acompañó?
A él, se le componía la cara y me sonreía.
Si bien, la enfermedad de su padre tenía ya muchos años, fue en la última semana que se quedó en el nosocomio, casi crucificado por las sondas que entraban y salían por sus venas, su nariz y, luego, aquella máquina que servía para depurarle la sangre. Dejó de mirarlos; y si acaso, ella sentía cómo su mano presionaba la suya y cariñosamente, le preguntaba:
-¿Te doy agua, tienes frío?
Existen muertes esperadas e inesperadas. Su padre era una muerte anunciada. Para un corazón que ama, nunca hay muerte esperada. Jamás, se está en condiciones para recibir tal golpe. Los que aman lloran por dentro, nunca por fuera, no sea que el enfermo se dé cuenta y muera con tristeza. Entonces, sonríen. Esa noche, el médico tratante la llamó aparte.
-Su padre está muy grave; le estamos prolongando la vida a costa de hacerlo sufrir. Sí usted nos autoriza a desconectarle los equipos que lo mantienen, por favor, firme esta responsiva.
Toda esperanza de vida, de una reacción, de un milagro, quedaba en la oscuridad. Firmó doliéndole el alma, unas horas después, su padre fallecía. Tal vez, sea una de las decisiones que recordará por siempre: la de firmar por anticipado, que la esperanza nunca estuvo en el cuarto de su papá.
En el sepelio su esposo fue atento, siempre a unos pasos de ella, pero lejos, tan lejos, que el viento frío retozaba entre los dos |