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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / Brisingamen, el Futuro del Pasado: Capítulo 15.

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Capítulo 15: “Bienvenidos a Las Malvinas”.
Esperanza abrió los ojos de golpe y porrazo, aterrada simplemente. Esa pesadilla la seguía una y otra vez, sin darle tiempo de respirar, de descansar, de volver a la normalidad. Aunque, ¿qué normalidad iba a ser esa si ella era una pirata?
Cerró los ojos con fuerza en un vano esfuerzo de borrar aquella mezcla de imágenes con sonido de su cabeza, de su mente, para siempre.
Le habría gustado creer que aquel sueño era una simple pesadilla, un fruto de su imaginación, un producto de la fantasía y nada más. Pero ella sabía y muy bien que no era así, sino que era algo una y mil veces peor, era la realidad, la cruel y dura realidad en el formato de uno de sus más terribles recuerdos, uno de los más horribles y salvajes de todos los malos frutos de su memoria que había cosechado a lo largo de su corta vida.
La imagen recobró fuerzas, la imagen de Arturo endemoniado a causa del veneno, con el muchacho removiéndose y balbuceando en sus rodillas, la oscuridad chilota, el silencio gutural que ella trataba de romper, y de que el cadáver de éste se llevara de paso la soledad infernal del etéreo mar, con una vieja tonadilla pirata, canto al que más tarde se uniría el mortífero y melódico tono de la Pincoya.
-¡Esperanza!-.
Ese grito la salvó del delirio en el mismísimo momento en que se encontraba ad portas de perder la razón.
-¡Esperanza, capitana!-.
El grito se reiteró y en ese momento la muchacha supo con total claridad que se trataba de Arturo que para varear no encontraba otro modo de pedirle su presencia. Saltó de la cama rápidamente y subió a cubierta en un tris.
-¡Órdenes, capitana!-pidió Arturo apenas la muchacha subió a la cubierta.
-¿Eh?-inquirió la chica en un completo desconcierto, estaba recién saliendo de esa horrible pesadilla que casi la deja inmersa en la locura y ahora debía aparentar que era la capitana de aquel navío, debía jugar el rol de la capitana del Rosa Oscura, de la capitana Esperanza Rodríguez.
-¡Órdenes, capitana!-reiteró el muchacho.
-¡¿Qué maldita cosa pasa?!-espetó ella furiosa.
-¡Por favor, no maldigas! Ya te he dicho una y mil veces que eso no es de Dios y de hecho te prohibirá en un momento dado ir al Reino de los Cielos, el cual no es ni para pecadores ni para maldicientes y somos piratas, no lo olvides y no podemos seguir pecando-argumentó el muchacho.
-¿Eres así de malhumorado todas las mañanas? Pues… ¡A mí me da igual lo que tú digas de tu maldita religión! Estás marchito en ella… mientras mi suerte y mi salud la cuide cada ser y cábala que exista, no me preocupa nada-dijo ella furibunda.
-¡Oh, por Dios! Espero que el Altísimo no te haya escuchado, que no haya escuchado tu herejía. Aunque… ¡Eso es imposible, Él está en todas partes! Señor…, perdónala de su pecado, perdónala-pidió el joven seriamente preocupado.
-¡¿Me vas a decir qué demonios pasa?! La paciencia se me acaba-pidió la muchacha.
-Claro, capitana…-asintió el chico tristemente- Necesito saber qué vamos a hacer con esos tres-continuó señalando a tres hombres pertenecientes a la tripulación del tío de Ross, los cuales estaban en la barandilla.
-¡Simple! Lo mismo que con el resto…-dijo ella sonriendo pícaramente.
Luego, la muchacha aprovechando el efecto sorpresa que habían surtido sus palabras en el atribulado, confundido y religioso corazón de su tripulante, subió al castillo de popa para dirigir el timón. El viento comenzaba a arreciar y lo último que querían era estar perdidos en otra tormenta, aunque ya tenían suficiente práctica en casos fortuitos. El muchacho al cabo de unos segundos reaccionó y subió a la zona del timón para alcanzar a la joven que recién acababa de poner sus manos en la rueda del rumbo.
-¡Espera, no puedes hacer eso, es cruel!-chilló el muchacho.
-El que se queda atrás, se queda atrás-versó la chica.
El muchacho entonces decidió tomar el toro por las astas, en una acción más bien temeraria. ¿Cuál era esa cosa tan terrible? ¡Simple! Se puso en medio del timón y de la capitana, piloto, tripulante y hasta pasajera Esperanza Rodríguez.
-Quítate de en medio-ordenó la muchacha con la paciencia ad portas de colapsar.
-¡No!-.
-¡La maldita decisión ya está tomada, no hay nada que puedas hacer para evitarla!-dijo ella furiosa.
-No me quitaré de en medio hasta que jures que no les harás nada, son nuestros prójimos y no podemos hacerles daño, debemos amarlos como a nosotros mismos-dijo él.
-¿Quién demonios te dijo que les vamos a hacer daño?-dijo ella con la actitud y la expresión de que iba a abofetearlo en cualquier momento si el chico no le obedecía y se quitaba de en medio de una buena vez.
-¡Mi consciencia!-declaró de súbito el joven, para luego continuar con admirable decisión-, ¿tú crees que se lo pasaron muy bien esas personas que abandonamos en aquellas islas, entre archipiélagos y archipiélagos de un lugar abandonado?... ¡Están condenados a toda una vida de soledad!
-En realidad no, es una ruta marítima, dentro de un mes volverán a Chile, si es que no antes y dentro de ese tiempo estaremos en la mira de todo el mundo, literalmente, en el ojo del huracán, pues nos cargosearán con mayor fuerza que nunca nadie nos ha molestado ni causado problemas jamás en nuestras vidas-confesó ella.
El silencio volvió a reinar por toda la embarcación una vez más. La muchacha seguía guiando el timón por aquella zona de tormentas y naufragios con mano segura, con la misma seguridad que sentía de sí misma o trataba de aparentar… jamás confesaría que había tenido una horrible pesadilla, que la tenía desde que habían despertado en el islote magallánico sin puerto ni hogar, vacíos y errantes, mucho menos que todas las noches sentía miedo de volverse a dormir. Arturo lloraba en silencio, sin poder creer nada de nada. Al cabo de un rato un islote más verde que lo habitual, o por lo menos en aquella zona, se perfiló en un horizonte no muy lejano al barco.
-¡Arturo!-llamó la muchacha sin quitar las manos del timón ni alejar la vista del islote.
El muchacho subió corriendo hasta el timón, pero aún así con una expresión triste en el semblante y la mirada.
-Necesito que los vayas a dejar al islote en ese botecito-dijo la joven-. Yo por mientras me quedaré en el barco dando vueltas para mantenerlo en navegación.
-Claro-dijo el chico dejando escapar una lagrimilla.
Minutos después, el esquife se alejaba remado por Arturo y casi una hora después el muchacho subía jadeante a cubierta.
-Tienes el día libre, yo estoy a cargo-ofreció ella.
-Se han ido todos y estos mares son peligrosos-espetó él.
-Estoy a cargo-repitió ella una vez más, pero con una voz mucho más potente.
El muchacho bajó a su camarote y se durmió al cabo de un rato. Jamás ni él ni la historia sabrían si se durmió a causa del cansancio que ostentaba por días de navegación o de las lágrimas que salieron con una rabia frágil, íntimamente ligada a la impotencia.
-¡Arturo! ¡Arturo! ¡Sube a cubierta, maldita sea! ¡Arturo!... ¡Arturo!-esa voz amartilló todos y cada uno de los sentidos del muchacho.
El muchacho abrió los ojos de golpe y se vio obligado a cerrarlos en el acto a causa del mareo. Cuando sintió que la cabeza dejaba de darle vueltas los abrió lentamente y todo lo vio confuso, las cosas daban mil vueltas a su alrededor. ¿Qué había pasado? ¿Había dormido horas o un millón de años?
-¡Arturo!-la voz de Esperanza volvió a torturarle la cabeza y se vio obligado a subir a cubierta, tal y como ella se lo pedía si no quería que lo matara en el acto.
-¿Qué sucede?-preguntó apenas subió a cubierta.
-Sé que dormiste sólo una hora, pero mira-dijo ella.
La mirada del muchacho se dirigió rápidamente hacia el horizonte, hacia el vasto mar que chocaba ruidosamente contra una isla que se perfilaba débilmente en la lejanía.
A esa misma hora, en casa de Ross la puerta principal se abrió, dando paso a la mencionada chica. La muchacha pasó al cuarto de baño de inmediato a lavarse las manos, su madre le había prometido que ese día, como siempre en la primera semana de junio le prepararía su plato favorito para capear el frío: porotos.
El gutural silencio llenó cada milímetro de su ser. Siempre cuando mamá preparaba algo especial salía a recibirla a la puerta y bromeaba con que no había cocinado nada, quizá ese día había cambiado de práctica.
-¡Mamá, ya vine!-anunció mientras se secaba las manos y arreglaba el desastre en que se había transformado su chaqueta.
Esperó unos momentos y por única respuesta recibió el mismo silencio gutural que en un inicio. Entonces decidió que cambiaría de táctica y que iría a la cocina. Grande fue su sorpresa cuando vio a su mamá llorar a moco tendido abrazada del padre de Ross, con su hermana mayor de pié contemplando la escena.
-¡Más te valía que llegaras!-le soltó su hermana.
-¿Qué pasó?-inquirió entre que tímida y que asustada.
-Tu tío está grave en el Hospital Militar-dijo su madre entre lágrimas.
-¿Mi tío?... ¿Qué le pasó?-inquirió Ross.
-Fue abandonado en una isla en el sur y si no es porque un barco comercial pasó por ahí ahora sería huesos congelados, ahora está con hipotermia y se presume que no pasa de esta noche-contestó su padre ahora.
-Pero… ¿Y quién le hizo eso?-preguntó Ross temiendo lo peor, sabía que Espe era el ser más temerario de toda la Tierra, pero no, no podía creer eso.
-Tú amiga, la pirata. Lo sabemos todo, Rosario-contestó su padre.
En ese momento a Rosario se le quitó el apetito de punta a cabo. ¿Qué importaba que hubiese porotos de almuerzo si su tío estaba ad portas de morir y su mejor amiga estaba con su secreto revelado? ¿Acaso su mejor amiga, consciente de la devoción que ella sentía por su tío aún así casi lo había matado sólo por su propio beneficio? No, ya no importaba nada, nada de nada. Salió precipitadamente de la cocina con rumbo fijo a su habitación, donde estuvo llorando hasta que al anochecer de ese viernes se durmió amodorrada por las lágrimas.
En ese ocaso que fue tan triste para Ross se perfiló una de las mayores alegrías de Arturo y Esperanza, una de las más grandes que tuvieron en esa increíble travesía. El arrebolado cielo a sus espaldas y Gran Malvina al frente de sus rostros.
El sol brillaba detrás de la popa y Esperanza, colgada desde las jarcias del palo bauprés, se sintió francamente feliz. En cubierta, Arturo afinaba los últimos detalles de los aparejos.
-¡Más tensión!-gritó la muchacha con el viento soplando fuerte y alegremente en su rostro, el cual por primera vez en mucho tiempo se vio adornado por una honesta sonrisa.
-¡Ya va!-dijo el muchacho apretando las cuerdas de un extremo de la nave y aflojando las del lado opuesto.
En ese momento la muchacha se bajó del mascarón de proa y puso sus pies en cubierta, la cual atravesó de un punto al otro para poder llegar al puente de mando. Al cabo de unos segundos puso ansiosa sus manos en el timón para acercar al bello Rosa Oscura hasta la bahía de Port Albermarle.
Dentro de unos minutos, con el sol descendiendo cada vez más y más hasta su lecho caseosamente hallado en las profundidades del bello océano, ellos echaron el ancla y desembarcaron en el Puerto para tocar tierra firme después de mucho tiempo…
“Welcome to Falkland Islands”, rezaba un letrero desvencijado, medio café e igualmente podrido por la salinidad del mar. Más abajo otro letrero de las mismas características decía: “Please, pay the 10% of your ship when you disembark, that’s for UK Community”.

Texto agregado el 09-09-2012, y leído por 121 visitantes. (1 voto)


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