Capitán es un perro desnudo, tan desnudo como Adán, si se me permite esa comparación. Sus amos no se han contagiado con la moda de vestirlo como lo hacen otros, ataviando a sus mascotas a la última moda, con capas, gorros y hasta zapatillas, todo de muy buen corte. Dentro del amplio jardín de su casa, dormita, se levanta, corre y ladra, como lo haría cualquier otro perro. Y no es de extrañar. Siendo un pastor alemán, su gran envergadura lo hace ser un can respetable y él pareciera estar muy consciente de ello, puesto que le ladra a todo cristiano que se ufane pasar por las inmediaciones.

Yo, lo contemplo con simpatía, ya que cuando vengo de visita a la casa de mi hermana, que colinda con la de los dueños de Capitán, éste ase con su hocico una botella de plástico y la aproxima a la reja divisoria, para que yo la reciba y luego se la arroje a su patio. Él soberbio animal, corre a buscarla y regresa con ella para que repitamos el juego. No me ladra nunca y sólo me mira con sus ojos brillantes. Así nos pasamos varios minutos, hasta que yo le pido excusas y me retiro. No sé si me entenderá, pero atisbo una pregunta en su expresión perruna.

Todo bien, hasta que salgo a la calle, ya que allí el animal se estrella contra la reja y me ladra enfurecido, como si todos los demonios se hubieran posesionado de él. Lo comprendo, es un perro guardián y cumple su labor a la perfección, aunque hayamos jugado con esa botella de plástico y aunque le haya pedido excusas por no continuar jugando con él.

Me he encariñado con Capitán. Los perros tienen ese algo que los emparienta con los hombres, ya sea por convivir tantos milenios a su lado e impregnarse de todos sus vicios y virtudes, o acaso por imitarlo en muchas cosas, pero perfeccionando todo lo reprobable que nos caracteriza como seres humanos, realzando la lealtad y la entrega, de la cual adolecemos en nuestra gran mayoría.

Hoy le he llevado un hueso de plástico a Capitán, para que juguemos hasta que se harte. Siento remordimiento por esa mirada suya, que pareciera acusarme de algo, acaso de ser tacaño con mis demostraciones de cariño y de aburrirme muy luego de participar en su entretención. Creo que lo acariciaré y sentiré su pelaje suave entre mis dedos, hasta le palmotearé su cabezota inteligente, en señal de amistad.

Cuando le pregunté a mi hermana por Capitán, al cual no divisé cuando ingresé a la casa, me contó algo terrorífico. El vecino tuvo cierta vez un altercado con algunos personajes de mala catadura y estos juraron vengarse. Pues bien, La noche anterior, estando la casa desocupada, ya que los vecinos viajan a menudo fuera de Santiago, los facinerosos se aproximaron a la vivienda, lo que probablemente provocó que Capitán se abalanzara sobre ellos. Esto fue aprovechado por los malditos para tomarlo en vilo y ensartarlo en las aguzadas puntas de la reja.

No dimensiono cual habrá sido la intensidad de los gemidos de mi incipiente amigo, ni qué de cosas acudieron a su mente de can torturado, ni tampoco cual fue su última mirada, antes de comprender que él, en su salvaje condición, era mil veces mejor que aquellos delincuentes que acabaron con su vida.

Hoy, conservo el hueso aquel, como un triste trofeo de la maldad humana…