Normalidad
Un año más… decía en voz baja mi amigo, con un tono confidencial que le daba cierto matiz misterioso a sus palabras. Todos creían que ella estaba loca ¿sabe? siguió diciendo, yo solo quise ayudarla a preservar la poca cordura que aún conservaba… Me llevó mucho tiempo reconocer los mecanismos que utilizaba para lidiar con su enfermedad. Era algo similar a lo que sucede cuando el cuerpo se defiende de algún virus. ¿Comprende? Todos necesitamos escapar del sufrimiento; algo bastante lógico ¿no le parece? Estamos tan acostumbrados a hablar de “lo normal”…sin embargo, yo pienso que la normalidad no existe. Simplemente poseemos diversos grados de locura. Pero claro, si alguien tiene fiebre, enseguida nos asusta contagiarnos ¿No es verdad? Bueno, eso era precisamente lo que ocurría cuando alguien observaba sus síntomas: se apartaban atemorizados, y tal vez, sin desearlo, fueron agravando la situación.
Aquella tarde, yo no me atrevía a interrumpir a mi amigo. Escuchaba mudo su relato, mientras los relámpagos proyectaban sombras fantasmales sobre las paredes desnudas. Durante un breve instante, recordé nuestros días de juventud, y experimenté la certeza de que nunca podría comprender a ese extraño sentado frente a mí.
Ella tenía un nudo en el corazón, me dijo, como si eso lo explicara todo. Yo sabía que hablaba de su esposa.
Cuando los sentimientos nos ahogan, perdemos la paz, siguió revelándome. Todos esos medicuchos eran unos inútiles. Ana no lograba engendrar hijos, y esa imposibilidad se había convertido en un castigo maldito.
La mente de cada ser un humano es un enigma, amigo, me explicó. Yo la amaba demasiado, pero comprendí bastante tarde lo que le ocurría. Su lucha era encontrar ese equilibrio que muchos llaman normalidad. Todo empezó cuando llegó a sus manos un libro que hablaba del poder de la energía positiva. Al principio, se la veía bastante bien, pero cuando decidió unirse a un grupo que practicaba ciertas técnicas de control mental, su estado empeoró. Poco tiempo después comenzó a exhibir algunas conductas que me resultaron insólitas, y hasta grotescas. Se colocaba un almohadón en su vientre y salía a la calle. Todo el mundo la observaba con curiosidad al verla actuar de esa manera. Ella trataba de mentalizarse ¿entiende? algo así como verse a sí misma en el estado que más deseaba. Creía que de esa manera iba a quedar embarazada. Poco a poco, su obsesión terminó apartándola de la realidad. A mí no me resultaba nada fácil tolerar todo eso; pero lo intentaba todo el tiempo.
Cuando el supuesto bebé “nació”, las cosas se complicaron aún más. Imagínese: compraba mamaderas, pañales, ropa de recién nacido. Al poco tiempo me di cuenta de que tal vez la gente tenía razón: la locura era contagiosa. Bañábamos juntos a una criatura imaginaria, y por las noches nos turnábamos para darle el biberón. Mi mente se hallaba demasiado confusa; ya no sabía qué era real. Supe entonces que yo también debía defenderme: la demencia se estaba apoderando de mí.
En ese momento mi amigo guardó silencio. Había dejado de llover; algunos débiles rayos de sol comenzaban a colarse por entre las rejas de la pequeña ventana. Yo lo miraba tratando de entender sus extrañas divagaciones. Las palabras que pronunció a continuación todavía resuenan en mis oídos.
Las horas trascurren muy lentamente aquí, compañero. Pero no se preocupe; todos dicen que estoy mejor. Como le dije, ha pasado un año más, por lo tanto también falta uno menos para que salga de este lugar. ¿Y sabe que voy a hacer cuando llegue ese momento? Le voy a llevar una flor. A ella, claro. Y también al niño. Usted me comprende, ¿verdad? Es que no me quedó otra alternativa. Aquel día, amigo mío, tuve que matarlos a los dos. |