Amelyha sabía perfecto que de lo que se trataba era justo de no hablar de pasado, el ambiente parecía enrarecerse cada que se le ocurría preguntar lo que fue... temía hacer preguntas de ello pero la curiosidad le embargaba el cuerpo y un cosquilleo le recorría todo el ser; por su parte, Bashir, un varón de apariencia frágil y de carácter fuerte, se mordía el labio inferior mientras miraba sus pies desnudos en la arena, con los puños cerrados levantó la mirada tan solo para repetir: "Nadie mas que tu es importante..."; y es que a veces Amelhya hacía preguntas inoscentes que acababan desquiciando a todos, en esta ocasión ella estaba impaciente y desconcertada, le enfurecía la reacción pero permanecía callada, llena de celos, había un juego de imágenes en su cabeza, unas buenas y otras malas, las buenas eran aquellas de los días antes en donde caminó por esa misma playa y veía sonreír a Bashir tan lleno de júbilo que pareciera que le habían otorgado una carta a la libertad, sus ojos verdes brillaban al sol y se asemejaban mucho al tintineo de las estrellas de la noche pasada; de las malas, lo veía a el cabizbajo y derrotado por quien preguntaba, llorándo sobre la arena preguntándole a universo: "¿porqué?".

Bashir emprendió con paso apresurado la vuelta a casa, Amelyha le seguía poco mas atrás, como cuando un niño pequeño hace una travesura y regañado camina a su castigo detrás del padre, se sentía tan incómoda que no atinó a decir palabra alguna, no quería llorar, ni de tristeza ni de coraje, estaba solo un tanto asustada de perderle y su mente confundida no le asomaba un poco de razón; pero ahí delante estaba Bashir con el paso apresurado, la espalda ahora rojiza de sol, con su par de alas transparentes ahora quietas, sus puntiagudas y alargadas orejas enrojecidas se movían de pronto en señal de molestia y su largo cabello castaño bailaba al compás del viento; era bello, fino pero bello, con aquél andar cada vez más lento que le hacían recordar su primer encuentro en el bosque antigüo de las hadas; tenía aun los puños apretados pero poco a poco aflojaba los dedos; Amelyha se iba relajando también en el andar.

De vez en vez y sin que ella lo notara, Bashir la miraba de reojo, caminando ahí detrás suyo casi corriendo, intentando alcanzarle y temiendo decir algo, ahí a su lado como desde su primer encuentro, con su piel morena de tanto sol, los cabellos negros hasta la cintura, aquellos ojos negros como los de un moro, la nariz delgada y puntiaguda, las alas azuladas en su espalda que ahora se movían nerviosas e intrigadas, esa era su Amelyha, tan imprudente como necia, tan despreocupada como vivaz, tan sonriente como negativa, "Mi Amy" se decía "Mi dulce Amy".

Después de salir de la playa, casi al final de cruzar el bosque y llegar a la ciudad, Bashir se detuvo de golpe, Amelyha asustada se quedó quieta y lo miró fijamente, sin quitarle a ella la mirada de los ojos, Bashir abrió uno de los puños y le mostró una pequeña rosa blanca, tan diminuta que parecíera irreal, la había encontrado en el fondo de la playa, al lado de las rocas de los mejillones, escondida y protegida de la furia de la olas y del hambre de los peces, una rosa blanca, cristalina y perfecta que desprendía un olor peculiar y dulce que evocaba paz y ternura; Amelyha impresionada y llena de amor, se acercó despacito hacia el que ahora le sonreía, le puso la mano en su vientre y le susurró al oído: "Sabía que el mar te lo contaría".