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“Este desván, altillo, o como quieran llamarlo, es mi casa. De aquí no me sacan ni muerto.” Lo dijo con toda la firmeza que pudo y todos se quedaron callados. Quizás por respeto, o fue sólo que no querían más escándalos. Lo miraban sin entender qué lo retenía en ese cuarto deprimente. A riesgo de quedar como un viejo caprichoso, el hombre sostuvo su mirada un momento y sin más explicaciones se dio vuelta y se metió adentro. Cuando cerró la puerta sintió que se quedaba sin fuerzas y tuvo que sostenerse del borde de la cama. Pero estaba contento de no haberles dejado ver su angustia. ¿Cómo se atrevían a decir que ese cuarto no servía para nada? ¡Si tenía la ventana…!
La ventana… su mundo se abría cuando abría la ventana. Era cierto que el cuarto era pequeño y al principio lo deprimía, pero eso cambió cuando descubrió que podía ver más allá e imaginar el mundo desde ahí arriba. Con sólo asomarse. Y lo mejor era que nadie se daba cuenta. Acostumbrado a pasar desapercibido toda su vida, se conformaba con observar a los demás y de alguna manera ser parte de esas vidas ajenas.
La ventana en sí no tenía nada especial. La persiana era vieja y estaba despintada, con los goznes oxidados y siempre le costaba abrirla y cerrarla. Era de aquellas que dan salida a un balcón angostísimo , con una antigua reja de hierro forjado. Ni una maceta, ni una planta que le dieran vida o color. Jamás un pájaro ni una mariposa. Pero para él era un refugio donde no había lugar para la miseria o la soledad.
Se había vuelto viejo y cada vez le costaba más acercar el banquito de madera para mirar hacia abajo. Llegó el invierno y se tenía que abrigar para poder asomarse. No le importaba que el frío inundara el cuarto. Es que con el vidrio cerrado no tenía la misma perspectiva del mundo. Algunos días se acompañaba con el mate, y otros, con algo fuerte, para entrar en calor. Pero se había vuelto viejo y se sentía cansado. Por momentos la tos era tan fuerte que lo obligaba a entrar un rato hasta que se calmaba. Le dolía el cuerpo entero cuando tosía. Pero no había dinero para médico ni paciencia para ir a un hospital. Además había decidido que nada de hospitales tristes. Esperaba tener su propio final feliz. Y así sería mientras pudiera asomarse por la ventana.
Esa tarde, luego de la discusión, se sintió particularmente raro. Estaba inquieto. Un calor en el pecho. “Son los nervios que me hacen agarrar. Estos no entienden nada… ¡si serán soberbios! ¿Cómo se atreven a…?” Se sirvió un vasito de anís para calmar la tos y encendió una estufa vieja para calentarse las manos. Se sintió algo mejor aunque la sensación rara en el pecho no se le iba.
Miró la hora y pensó que en unos minutos iban a llegar los dos chiquitos de enfrente. Sonrió de sólo pensarlo. Siempre corriendo, muertos de risa, con sus delantales mal abotonados y haciendo ruido con las rueditas de las mochilas golpeando en las baldosas rotas. Tocaban timbre, alguien les abría, y desaparecían de su vista. El viejo imaginaba que una mamá sonriente, con delantal y la blusa arremangada los recibía con la merienda lista: chocolate caliente y vainillas. Y muchos besos. Entonces recordaba su propia infancia.
Después estaba la adolescente que esperaba en la parada del colectivo, con sus carpetas y su flequillo que impedía verle los ojos. Miraba al piso hasta que al ratito llegaba él. El chico con sus jeans gastados y su mochila negra. Alto y desgarbado. Cuando llegaba se sacaba la capucha y le daba un beso rápido en la mejilla. El viejo imaginaba que ella se sonrojaba. Y que cuando subían al colectivo se iban a algún bar perdido a escuchar poemas recitados por otro, hasta que se animaran a declararse su amor de una vez por todas. ¡Ah, su primer amor!
Más tarde, casi de noche, aparecía un hombre cuarentón de aspecto humilde pero impecable. Seguramente volvía de trabajar en una obra. Le daba esa impresión porque se le notaba la piel curtida por el sol y llevaba un bolsito al hombro. O tal vez se recordaba a sí mismo. Imaginaba que su cansancio se desvanecía cuando llegaba a su casa y encontraba a su mujer calentándole restos de un guiso en una cacerola abollada. Y le daba un beso en la frente a cada uno de los hijos que ya dormían.
Y a horas insólitas, impredecibles, llegaba la señora mayor que paseaba a su perro. Iba por la vereda despacio, tironeando de la correa al pobre animal que era tan viejo que apenas caminaba. Caprichosos, cada uno quería ir para el lado contario. El viejo se reía solo. Imaginaba que cuando daban vuelta a la esquina y los árboles no le permitían verlos más, salían los dos corriendo llenos de vida, con la agilidad de otras épocas.
Y así pasaba su tiempo, dibujando finales felices para cada vida extraña que desfilaba por la vereda. En su cabeza él revivía por ellos cosas que alguna vez le ocurrieron, o vivía mil cosas que jamás le pasaron. ¿Quién sabe? ¿Quizás tendría él el poder de dirigir los destinos de aquellos que ni sabían de su existencia? Qué idea tonta. Si ni siquiera sabía qué hacer con su propio destino. Lo cierto es que esa tarde después de la discusión con la gente del edificio se había sentido diferente. ¿Sería porque finalmente los había enfrentado?
Cuando la parejita desapareció de la parada, sintió mareos y pensó en acostarse un ratito. Todavía tenía tiempo hasta el próximo “personaje”. Se tapó con la frazada vieja. Tuvo otro ataque fuerte de tos. Sólo sintió una leve puntadita en el pecho y un fuerte deseo de dormir. Y se durmió pensando que ése era el día en que por fin el chico le diría a la chica cuánto la quería. Pensando en vainillas y chocolate caliente… en guisos y besos… Y en aquella mezcla de finales felices se fue apagando su existencia…
¿Sería que esta vez alguien lo había estado observando a él, desde alguna otra ventana? ¿Sería que esta vez alguien había imaginado un final feliz para él?

Texto agregado el 07-09-2012, y leído por 167 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-09-2012 Escribes con una ternura que atrapa. Para ser sincero, te diré que me interesa más el "como" escribes, que "lo que" escribes. He leido otro de tus textos hace apenas unos minutos. ilogico
 
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