HOMENAJE A LA RISA
La habréis visto muchas veces. Es gorda como un tonel, de carnes macizas y busto opíparo. Debe ser tan vieja como el mundo, pero no representa ni la mitad de los años que tiene.
Su rostro sigue siendo el de una niña, a pesar de que lo surcan arrugas profundas como desfiladeros. Viste trajes risueños de cretona estampada. impropios de su edad, y le entusiasma adornar su pelambrera canosa con claveles reventones. Tiene una dentadura espléndida, fuerte y blanca, aunque algo desigual. Se presenta sin avisar, alborotando las tertulias con sus gritos que imitan el relincho del caballo.
─ Estábamos reunidos en el salón –decían los tertuliantes- , cuando de pronto entró doña Risa. Y es que doña Risa se cuela a pesar de su gordura, por la rendija más insignificante del pavimento o de la pared. Cualquier pretexto le sirve de trampolín para plantarse de un brinco en mitad de una reunión. Una frase feliz, un buche de té que se le atragantó a una señora provocándole un hipo chistoso... hip...hip...hip.... Y allí aparece doña Risa para festejar el acontecimiento con estentóreos relinchos de su simpàtica bocaza. Un templor de carnes acompaña el concierto, hasta que doña Risa se desploma sudorosa en un sillón y vuelve a reinar la calma.
En todas las casas la reciben bien. Las sobremesas con élla son estupendas y se digieren mucho mejor las comilonas más copiosas.
─ Ya entró doña Risa en el piso de al lado –dicen los vecinos, con envidia, oyendo sus explosiones de risa a través del tabique. Cuando esta gordinflona cordial hace una visita, los anfitriones hacen todo lo posible para que no se vaya demasiado pronto y se quede un ratito más. Procuran entretenerla contando chistes, disfrazándose de cosas absurdas e incluso poniéndose a cuatro patas y manteniendo sobre la cabeza un vaso lleno de agua procurando no derramarlo (gesta imposible).
Pero, llega un momento en que doña Risa se aburre, porqué es inquieta y tiene que acudir a millones de citas. Y, cuando se va, la fiesta más animada se queda mustia y se disuelve en pocos minutos.
También frecuenta mucho los teatros, y los actores cómicos suspiran aliviados cuando
mirando por un agujero del telón, la ven en el patio de butacas.
─ !Ya llegó doña Risa! Oigala! le dicen al empresario. Pues estando élla entre el público, no hay peligro de que quiten la obra al día siguiente.
Otras veces, en cambio, doña Risa hace la travesura de presentarse en un teatro donde se representa un drama, y el autor, que suele ser flaco, esmirriado y verdoso como un pepinillo en vinagre, le afecta su presencia lo mismo que una descarga de fusilería en el abdomen. Pero a élla no le importa, porqué al fin y al cabo no lo hace con mala intención.
Sencillota, frescachona y campechana, doña Risa tiene esa misma franqueza un poco ordinaria de las matronas pueblerinas, honrada y generosa, cree que toda la humanidad
posee como muchas pueblerinas, dotes misteriosas de curandera y le basta rozar con los dedos la frente de un triste aspirante a suïcida para devolverle las ganas de vivir.
Le encantan los niños y entre ellos disfruta como en ninguna otra parte. La oiréis en todos los jardines, saltando en el centro de los corros o remojándose con los pequeñuelos a la orilla del mar.
Cuando tengáis algún disgusto, coget una pluma de ave y pasadla suavemente por vuestras axilas. El leve rumor que produzca este cosquilleo, será captado por el fino oído de doña Risa, que acudirá con rapidez a vuestra llamada, y en seguida la veréis aparecer, mofletuda y contenta, dispuesta a devolveros la alegría con el disparatado estruendo de sus relinchos.
Por todo lo expuesto, me declaro eterno amante de doña Risa , y sean estas insuficientes líneas, mi cálido homenaje a esta señora tan sonriente.
Josep
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