CUENTOS CORTOS Y RELATOS
EL FANTASMA DEL PARQUE LEZAMA.
Por Jorge Eduardo
Argentina / 2005
Fecha de alta 24-01-2008
2009-10-05 -LA PLATA
Alguien comentó alguna vez que en el cuarto número cinco del conventillo, vivía una monja que había venido de Francia en el año1955. Ahora, hacía muchos años que la monja no vivía mas allí, pero tampoco se sabía que alguien hubiese ocupado ese cuarto después que ella desapareció en 1965.
Treinta años después, Pedro venía de trabajar. Él siempre cruzaba el parque caminando a las 7 de la tarde, hora que salía de su trabajo. A menudo percibía que algo o alguien estaba cerca de él pero nunca vio nada.
A medida que llegaba el invierno el parque estaba cada día más oscuro. Un día sin darse cuenta cambió de camino y caminaba por la vereda del parque, cuando en un instante vio adelante suyo, que alguien de blanco cruzaba la calle y entraba por un pasillo estrecho donde se perdió de vista, vio que entraba con conocimientos en un oscuro y estrecho pasillo, pero no vio más.
Alcanzó a leer en un desprolijo cartel: Conventillo. Se alquila.
Los días siguientes volvió a hacer el mismo camino y todas las veces se aparecía esa mujer de blanco y entraba por el mismo pasillo.
Un día la mujer se paró y esperó que él la alcanzara; no sin dudar se aproximó a ella, había luz de luna llena y algún foco de luz mortecina , iluminaba algo entre los árboles. Hacía mucho frío, él la saludó y no recuerda que le contestó pero entendió por los ademanes que lo invitaba a pasar con ella al cuarto del frente, en el pasillo.
Él aceptó. El olor de la habitación era mohoso y húmedo, con ventanas que nunca se abrían para que entrara aire y sol, todo tenía un aire de misterio y aquel ambiente se parecía mucho a una tumba. En la habitación había una escasez de muebles que llamaba la atención: Sólo una cama estrecha de hierro forjado con un cubrecama blanco y un retrato de una monja con su hábito blanco que colgaba de la pared más oscura y sin ventanas.
La mujer que a simple vista era enigmática y hermosa se sacó la túnica y quedó absolutamente sin ropa, su cuerpo era leve e indescriptible, ella le pidió que también se quitara la ropa. Él le puso las manos sobre los senos y sintió que eran dos cubos de hielo; quiso tocarle el sexo y no encontró nada, sólo frío y más frío.
Cuando se dio cuenta que caminaba por el Parque Lezama, estaba vestido y eran las seis de la mañana.
Pasó toda la noche con ella y no recordaba nada de lo que pasó en el cuarto número cinco del conventillo que alquiló la monja que vino de Francia. Seguro que no hubo besos ni hubo sexo. Sólo recordaba el frió inmenso del invierno.
Al día siguiente cambió de camino.
Jorge Eduardo
La Plata Argentina.2005
LA CHICA DEL ZAGUAN
Por Jorge Eduardo
Argentina / 1958
Fecha de alta 13-02-2008
Era hermosa, tenía los ojos color miel más expresivos que había visto. Cuando la conocí me sorprendió su grácil figura y su cuerpo vestido con una pequeña minifalda que dejaba al descubierto un par de lindas piernas, sus cabellos largos y pesados, lacios y castaños, enmarcaban una carita delicadamente bella, blanca, que recibía permanentemente sol para tostarse. Eso hacía que su sinusitis se complicara y no saliera de su enfermedad por estar expuesta permanentemente al sol.
Su casa tenía un antiguo zaguán que estaba recubierto con un blanco mármol de Carrara, allí solía estar parada (a la puerta de su casa); era común verla en la puerta del zaguán sola o con sus hermanas. Yo la veía desde la puerta de mi casa y la saludaba con la mano aunque probablemente no me veía por las dos cuadras que nos separaban.
Se nos hizo costumbre salir después del almuerzo, los días de invierno con sol -cosa no muy difícil en Santa Fe-. De a poco tomé confianza y fui hasta su casa a conversar con ella, nos fuimos haciendo amigos y así sin darnos cuentas teníamos una rutina de visitas diarias aunque no nos unía más que un sentimiento de amistad.
Yo le llevaba cartas a mi novia -que vivía en otra provincia-, y ella me acompañaba al correo. También de a poco empezamos a salir los fines de semana a tomar alguna cerveza, era ella la que pedía cerveza y yo pedía naranja, el mozo nos ponía los vasos cambiados, por lo que los volvíamos a cambiar: la cerveza para ella y la naranja para mí. Aprendí a tomar cerveza: chop tirado y con ello aprendí a conocer mejor su afición a la cerveza tirada. Algunas tardes íbamos al cine. En esa época había muchas salas, la televisión y la computadora no le habían quitado –aun- su lugar al cine.
Faltaba un año para que terminara mis estudios universitarios, cuando me dejó mi novia de muchos años. Volví a Santa Fe con la idea fija de contarle a mi amiga lo que había sucedido durante el último viaje, ella me dio apoyo y todo redundó en que la vieja amistad fue cambiando de curso y al cabo de un año que la conocía, se transformó en noviazgo. Hasta ese entonces habíamos tenido una relación muy cercana pero de amigos, cuando nos pusimos de novios las cosas cambiaron. Fue el 8, el día que empezamos de novios, en el mes de diciembre.
En enero, cuando no había comedor, fui muchas veces a cenar a su casa; allí al despedirnos nos quedábamos en el zaguán, el lugar donde nos dimos los besos más apasionados, y que nunca olvidaré. Ese año fue distinto ya que había terminado de rendir y no tenía que estudiar, sólo debía terminar el proyecto para presentarlo y recibirme; no obstante, tenía tiempo suficiente para ir con ella a los lugares más lindos como la Laguna Setúbal; caminábamos por la orilla o nos metíamos en la laguna, algunos días nos juntábamos un grupo grande de chicas y varones y cantábamos canciones populares, siendo uno de los varones el que dirigía el grupo y tocaba la guitarra.
Ella se quedó en Santa Fe y yo me fui a trabajar cuando me recibí. Esta separación temporal y espacial nos trajo algunas complicaciones pero finalmente todo se arregló con final feliz (cuatro hijos, dos nietos y treinta y nueve años de casados muy felices).
JORGE EDUARDO –SANTA FE-1970-2009
Jorge Eduardo
Santa Fe (1966
¿QUIEN SOY YO AHORA?
Por Jorge Eduardo
Argentina / 2008
Fecha de alta 06-02-2008
Dedicado a Rafael R. Valcárcel
Cuando niño y hasta los quince años viví en el campo de Mendoza, no es que ahora haya renegado de quién era, pero es que ya no soy más ese niño y como dice Valcárcel: “He desaparecido”.
Mi visión de adulto, grande, sesenta y seis años, es que de niño aproveché todas las ocasiones posibles para jugar, ya fuera solo o acompañado. De niño ataba unas latas de sardinas como si fueran un tren, una a continuación de otra, las llenaba con arena, las tiraba arrastrando por la acequia de arena y gritaba “tarantín-tarantín"; luego las descargaba haciendo montoncitos con la forma de las latas.
He intentado que mis nietos de cuatro y seis años se diviertan con ello y no hay caso, prefieren los juegos de la computadora; a los que me cuesta jugar para entretenerme con ellos.
En aquel tiempo una pelota de futbol fue una aparición de los Reyes, verdaderamente, “Magos”; con los chicos armamos un equipo que pronto competía con otros grupo; ahora no me veo corriendo en la cancha de arena y no tengo intención de enseñarles a los nietos a jugar en equipo, puesto que no se sumarían a un grupo a pegarle patadas a la pelota; ellos juegan a las carreras de motos y autos de forma virtual. Yo estoy gordo y no me animo a correr por miedo a romperme un tobillo.
Se que no tengo relación con aquel niño que desapareció en una cacería detrás de una bandada de martinetas copetonas; hace cincuenta y uno años que no voy a cazar; por los diez que cacé ya estoy perdonado por mí, por mi salvaje vida juvenil. Ahora no tengo ningún arma de caza ni de uso civil desde hace cincuenta y uno años, y aunque quisiera no podría; toda mi familia, educada a tal fin por mí, me lo impediría.
Antes mataba toda clase de animales de caza, ahora no sólo no los mato, sino que obtengo placer al verlos libres por el campo. De ninguna manera volvería a recorrer los campos, arma al hombro, para cazar -¿Quién soy: ¿Ese pacifista protector de la naturaleza, o aquel que hasta los quince años mató a “Troche y Moche” animalitos? ¡No cabe duda que alguien desapareció!
Es cierto que entre un niño y un adulto el tiempo impone cambios que no permiten reconocer el origen del adulto, pero siempre quedan hábitos y rasgos que la educación impuso.
Del niño, en mi caso, quedó el hábito de la equitación que les enseñé a mis cuatro hijos; todos aprendieron a montar a caballo y alguno de ellos se dedicó en forma amateur al deporte ecuestre del salto. Los paseos a caballo que realizamos todos juntos me vincula con mi pasado y vuelvo a encontrar el niño que se ha perdido.
En mi adolescencia, a los quince años, me fui a estudiar a otra provincia; adquirí nuevos hábitos y costumbres, tuve que estudiar muchas y diversas materias hasta recibirme de ingeniero. No podía volver a casa y estudiar allí, pues me dedicaba a visitar a mis amigos, a hacer cosas, pero no estudiaba. Así que a los pocos días pegaba la vuelta a mi casa de estudiante, como dice Valcárcel, cuando “yo era” y “dejé de ser” estudiante para convertirme en Ingeniero Químico.
Tuve una gran transformación, ya no tenía la vida, a veces desordenada, que estaba dedicada al estudio, (por periodos en forma muy intensa), y a veces a salir con amigos y amigas.
Al recibirme se perdió un idealista que hacía muchas cosas para ayudar a los más necesitados, pero de algún modo lo remplazó uno nuevo que surgió en su profesión. Volví a mi facultad y di cursos sobre: “La relación entre la industria y la investigación en la facultad de ingeniería química”. Hice acuerdos de investigación con la facultad, cuando yo era el Gerente Industrial de una empresa petroquímica.
De ese estudiante que fui quedó poco frente a un profesional polifacético y de aspiraciones múltiples; trabajé en la industria petroquímica, en la industria aceitera, en instituciones como el Concejo Federal de Inversiones (CFI), el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI). Todos estos lugares tuvieron nuevos desafíos, y hasta mi jubilación, pasé desde los veinticinco años hasta los sesenta y cinco, empeñado en dar lo mejor de mí para obtener buenos resultados.
El profesional de horas interrumpidas de trabajo, de largos días de puesta en marcha, de reuniones con ingenieros para el diseño de nuevas plantas; se transformó en una persona diferente después de su jubilación.
Ahora que estoy jubilado aprecio leer libros que muchas veces postergué por falta de tiempo, aprendo cosas nuevas no relacionadas con mi profesión, escribo y leo y no sé quién soy ahora: El niño, el estudiante, el ingeniero o el adulto con intereses diversos.
Quedó de todos ellos un ser inquieto que podría volver a encontrarse con cualquiera de los perdidos.
Jorge Eduardo
Campamentos- Rivadavia- Mendoza
MUERTE POR AMOR pagina N°-37
Era una familia de contratistas viñateros. Vivian de cuidar los parrales de un señor muy bueno, a pesar que su empeño no era el adecuado, los viñedos daban frutos y ellos se mantenía con lo producido, pero siempre con la insatisfacción del dueño. Por esta falta de dedicación el patrón lo regañaba a Pedro y el respondía emborrachándose y dejando el turno de agua abandonado sin nadie que lo cuidara.
Esto era sumamente grave, en la escala de valores de un viñatero el agua era lo primero, había que cuidarla de noche y de día con sol o con frío, pero Pedro no tenía la intención de hacerlo, sus hijos estaban mal educados y en vez de ayudarlo, se iban de su casa cuando tendrían que ir a trabajar, dejando que su padre viejo hiciera lo que podía; solamente una hija, la menor, que tenía 14 años, se ocupó de ayudarlo, y logró que la viña mejorara, se ocupaba de regar y arar el viñedo, sulfatar, pero era débil y no podía ella sola con todo el trabajo. Si bien el padre algunos días no estaba borracho y trabajaba con ella. A raíz de esta situación el patrón le pidió que contratara un peón, que él le pagaría el salario y se lo descontaría, una parte, al final del año con la cosecha; otra parte la pagaría el patrón para ayudarlo.
El peón resultó hábil para el trabajo y aplicado a todas las tareas, las cosas cambiaron y la viña mejoró sobremanera; este tipo de empleado se denomina “mensual” y se podía contratar por un periodo o en forma permanente, sin tenerlo que indemnizar el día que se lo despidiera.
Pedro lo alojó en una pieza que estaba al lado del galpón de su casa, allí guardaba algunas herramientas que las cambió de lugar para darle alojamiento al “mensual”.
La pieza estaba rodeada de árboles que le hacían sombra y permitían que estuviera fresca bajo los soles del verano, a la par que escondían a la pieza de la vista de curiosos.
Rosalía y Emanuel se hicieron amigos a fuerza de trabajar en la viña y aunque ella era pequeña estaba bien desarrollada y Emanuel empezó a cortejarla; de a poco empezaron una relación más adulta que la propia edad que Rosalía tenía y fueron desarrollando una intimidad hasta llegar al sexo.
El campo favorecía los encuentros entre ambos que se fueron incrementando a medida que pasaban los días. Emanuel vio que la situación permitía tener a Rosalía en su pieza y así fue que en las horas de la siesta y a la tarde ella se metía subrepticiamente al cuarto de Emanuel y la pasaban muy bien.
El trabajo de la viña estaba encaminado y con la presencia del peón los trabajos se habían adelantado y la producción se veía que seria muy buena, esto no fue suficiente para que, cuando Pedro vio lo que pasaba entre Rosalía y Emanuel, lo despidiera de su trabajo sin importarle nada lo que sucediera.
Las cosas se fueron dando como era de prever: Primero los trabajos se fueron desmejorando, las plantas mal regadas se secaron, la producción no alcanzó para el mantenimiento de Pedro y tampoco del patrón; en medio de esa situación Rosalía no pudo con su razón y enloquecida de dolor se colgó del cuello de unos de los árboles que estaban frente a la que había sido la pieza de Emanuel. Era una higuera, en la cual Emanuel había dibujado un corazón con las iniciales R y E.
2008-07-02
Jorge Eduardo-Campamentos-Rivadavia-Mendoza
DON AMERICO
Por Jorge Eduardo
Argentina / 1976
Fecha de alta 15-02-2008
Don Américo; era bajito, de tez muy colorada, rubio (su papá era pelirrojo), ojos verdes como los míos. Él, mi papá, era la persona más bondadosa que yo conocí, ayudaba en las medidas de sus posibilidades a quien lo necesitaba.
Todos le decían “Don”, no sé si es una costumbre italiana, ya que en la finca había muchos italianos que trajo su papá, el nono Lorenzo, para cultivar las viñas. A su mamá no la conoció, ya que ella falleció cuando él nació; el último de siete hijos, de la nona Constanza.
De chico fue a la escuela de Maipú, iba en tren (el medio de transporte más moderno de esa época corría entre Lulunta y Maipú). Su infancia la pasó en Russell, el colegio secundario lo hizo en un prestigioso colegio de curas de Mendoza: Los Hermanos Maristas, allí estuvo hasta el 5to año, un poco antes de terminar el secundario se peleó con un hermano y le tiró un tintero por la cabeza, con tanta puntería, que se lo explotó en la frente lastimándolo y manchándolo con tinta.
Esto le costó la expulsión del colegio y tener que irse a la finca nueva que estaba construyendo el nono en Los Campamentos. Tenía dieciocho años y una inteligencia muy aguda, enseguida tomó el manejo de toda la finca y quedó encargado junto al nono del desarrollo de la finca.
Tuvo un caballo muy lindo y ligero que lo usó para correr carreras cuadreras, se llamaba El Pibe, era zaino colorado, pura sangre, de cuerpo grande pero liviano; ganó muchas carreras y casi no había quien quisiera correrle. Junto con el caballo crió un perro ovejero de collar blanco, se acostumbró a ir a buscar el caballo al potrero cuando estaba suelto, tenían el perro y el caballo una gran empatía, siempre que estaban juntos, parecían que estaban jugando y cuando mi papá lo dejaba atado el perro no se movía de su lado. Un día mi papá no encontró al perro, se lo habían robado, ese fue el día más triste de su juventud. Otro gran dolor tuvo cuando vendió su caballo.
Por esa época conoció a una vecina de la finca del frente, se llama Elena y con el tiempo pasó a ser Doña Elena, mi mamá. Ella descendía de españoles y tuvo varios hermanos que fueron tíos muy cariñosos conmigo y mis tres hermanos.
Papá aprendió muchísimo de su papá. Siempre ponía en práctica lo que él le decía. Así fue desarrollando sus conocimientos y en forma práctica contribuyó con el Nono a plantar una finca de trecientas hectáreas. Cuando el Nono enfermó, papá le prometió que terminaría de hacer la finca, y cuando papá tenía menos de sesenta años ya la había terminado de plantar con viñas y frutales. Que luego se dividieron entre los nueve hermanos y la nona Luisa.
La vida de casados de mamá y papá en la finca, fue amena y divertida. Tenían muchas cosas que en la ciudad no las podrían tener, por ejemplo: un sulky mariposa con el que íbamos de paseo al campo, hacíamos picnic, llevábamos comida y pasábamos el día entretenidos, a veces íbamos a los diques o al canal donde nos bañábamos en el agua fresca.
A papá le costo incorporarse a la civilización del automóvil, cuando compró el primer auto emprendimos un viaje desde Los Campamentos hasta San Rafael; por el camino (al cruzar un puente), mientras salía del puente, un camión entró por el medio y lo chocó arrastrándolo hasta el costado del río, quedando a metros de ser arrastrado por el agua. Ese fue el primero y último viaje con su auto, que lo vendió por chatarra y siguió todo el resto de su vida andando en ómnibus y a caballo.
A mamá le gustaba cazar y salía con papá de cacería, también a veces salía a caballo en la yegua negra y con mi perro Tell, siempre mamá cazaba más que papá, a pesar que usaba una escopeta de un sólo tiro y de calibre más chico.
Papá leía el diario lo traía del pueblo que estaba a media hora de viaje en colectivo. Él trabajaba desde muy temprano y a la nochecita casi todos los días se juntaba con sus amigos en un bar a tomar un vermouth; escuchaba la radio y en particular a su amigo Rasquín, que explicaba lo que pasaría con el tiempo. Hacía predicciones sobre la cantidad de agua que habría en los diferentes meses del año y también los pronósticos sobre las posibles heladas tardías que son las más perjudiciales, la posibilidad que cayera piedra, y la humedad ambiente que hacía prosperar la enfermedad de la peronóspora, que se combate con sulfato de cobre. Cuando grande papá se hizo muy amigo de Rasquín, y lo invitaba a quedarse una semana en casa cada tanto, cosa que este disfrutaba en medio de las viñas y los frutales.
Papá era un ser generoso y eso lo aplicó con nosotros sus hijos, a veces cuando teníamos entren catorce y quince años queríamos salir y él nos daba el único dinero que tenía en ese momento.
Papá disfrutaba de los carneos de chanchos, para eso criaba de quince a veinte cerdos que los faenaba cada año, dándole a sus hermanos y otros parientes un jamón a cada uno. Al terminar el carneo le regalaba a los peones que venían a ayudarle: Chorizos, morcillas, jamones; los tres que habían participado del carneo se iban como si ellos hubiesen hecho el propio.
Cuando los chorizos se secaban y eran salames papá con un amigo comían una picada con vino al medio día, después de recorrer la finca.
Era muy amigo de Don José, que a su vez fue muy amigo de mi Nono. Al igual que a Don José, a mi papá le gustaban los caballos de carrera, lo que me inculcó a mí también. Don José me contó muchas historias del Nono.
Para estudiar papá me hacía un giro mensual, que no le fue siempre fácil, pero nunca me faltó y pude recibirme para satisfacción de él, que fue quien me dijo que estudiara Ingeniería Química. Papá, Don Américo, conoció a tres de mis cuatro hijos y con el más grande jugó a la pelota.
Yo estaba una noche en La Plata, ya me había mudado de Campana; cuando me avisaron que papá había fallecido. Viajé en avión y llegué cerca del medio día, a la tarde lo iban a enterrar. Entre los parientes conocí a Don Ángel Furlotti, primo de papá y uno de los bodegueros más importantes de Mendoza. Mucha gente de Los Campamentos y de Rivadavia, hablaban de quien fue en vida ese ser tan bueno; y yo estuve siempre muy orgulloso de que fuera Don Américo: Mi Papá.
Jorge Eduardo
Campamentos - Rivadavia - Mendoza.1976-Publicado-15/2/2008- La Plata
2009-09-
LAS CUATRO ESTACIONES-
300 palabras-1 página
El INVIERNO llegó con copiosas nevadas, el techo de la casa y los caminos quedaron cubiertos, solamente la nona llevó su pala y sacó la nieve; sola paleo y paleo el techo, el frente de la casa y los caminos para llegar al criadero de aves y de cerdos.
La vieja casona albergaba a los tres hijos y cinco nietos de la nona con sus familiares; el nono había muerto. Ninguno de ellos se ocupó en ayudarla con todas las tareas de la casa; solo le pedían nunca le daban. A la nona no la consideraban como alguien importante de la casa; flaquita y chiquita nunca valoraron el tremendo trabajo que ella ejecutaba.
Con La PRIMAVERA nacieron las flores blancas, hermosas y perfumadas, cubrían el prado; al llegar el VERANO la nona cortó las flores y fabricó con ellas “su vino”.
El vino de flores blancas tenía su secreto: Era un vino negro, con sabor a tinto; y perfume a flores.
La despensa guardaba los jamones, chorizos, dulces, y el vino que ella hizo.
Al finalizar el ciclo, el OTOÑO, cayeron las hojas y la nona murió; la enterraron con un pequeño cajón y nadie se percató de lo que sucedería; la nona murió y era lógico: Estaba vieja; alguno lloró; pronto se dieron cuenta que nada era igual.
La nieve cubrió los caminos, y aplastó el techo, los animales murieron de hambre, las flores por los rincones de la casa ya no perfumaban y el vino se acabó.
Fueron estos hechos que los llevaron a valorar a la nona y a pensar que había muerto. ¿Fue por eso que la vida para ellos no era igual?
…¡No la consideraron, no le ayudaron!
…¡Pero cuanto valía la nona!
JORGE EDUARDO.
LA PLATA
2009-08-30
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