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Muchos días y muchas noches se prolongo en las calles, los monasterios, los templos y en la plaza mayor de Lima, la fiesta de “Rosa de Santa María” la doncella bienaventurada “la flor de Dios” quien desde esta ciudad de los reyes perfumo con las rosas de su fe la historia de las indias españolas, era fines de 1669 que llegaba a Lima la real cedula de Carlos II, al que se le denominaba como “el lucero de Austria” “sol de las Españas y de las indias” ordenando se hagan grandes fiestas celebrando la beatificación de Rosa de Santa María, por bula del Papa Clemente IX.

Era virrey del Perú el excelentísimo señor don Pedro Fernández de Castro, conocido como “el conde de Lemos” “el Márquez de sarria” “el señor de la casa de Castro” “el conde de Andrade y de Villalba” “duque de Tarrizano” “señor de la casa de las Mariñas” “alguacil mayor perpetuo del reino de Galicia y regidor perpetuo de sus 7 ciudades”.

La fiesta mayor de la santa doncella de Lima, se celebraría el mes de enero de 1670, con pompa y esplendor jamás visto en este nuevo mundo; el señor virrey conde de Lemos escribe una carta al doctor don Diego de León y Pinelo, que era el protector de la real audiencia de Lima y asesor general del gobierno en todos los negocios de Españoles.

La carta dice así:

“por cedula de su majestad y la afectuosa devoción que tenga a la bienaventurada Rosa de Santa María, patrona de esta ciudad y de todo el reino del Perú, tome a mi cuidado la disposición de las fiestas de la beatificación y para que se conserve la noticia que se ha de dar de ellas y el lustre que tuvieron, me ha parecido conveniente encomendar la descripción a vuestra merced, no admito excusa alguna porque es al servicio de su majestad el Rey y tendrá de ello especial gusto.

Dios lo guarde por muchos años.
Enero 1 de 1670
EL CONDE DE LEMOS.

La pluma fiel y laboriosa del digno protector de la real audiencia, escribió la famosa crónica que le ordenara el señor virrey, la encontré un día de esos que me mesclaba con el pueblo y cachineaba, es un impreso pequeño, picado y amarillento libro, cubierto de firmas enrevesadas que relatan pasajes que leerán a continuación.

Cincuenta y tres años han transcurrido desde que Rosa “la flor del cielo y de la tierra” la que tuvo que renacer en su morir, cerrara para siempre los ojos en su desnuda celda, oyendo en su santa agonía la canción entonada por los ruiseñores en la huerta dominica, aun hoy los ancianos de esta ciudad de los reyes creen divisar todavía la pálida y vigorosa figura de la doncella, yendo y viniendo en la divina labor de su caridad y de su fe, por las calles, las plazas y los arrabales de esta ciudad, transida de amor, palpitante de sacrificio, entre las bendiciones de los pordioseros hambrientos y de los indios apestados, nuestra Rosa con las negras y ardientes pupilas fijas en un ensueño de perfección.

Rosa de Santa María, ella es “el sol de las Españas y de las indias” designada por el sucesor de san Pedro, media centuria después de su muerte, ordenaba se solemnizara en todas las iglesias de los reinos de España a la primera flor de Dios en estos reinos americanos, que será cumplida por el virrey del Perú y de tierra firme.

La catedral empieza y contagia a las parroquias, conventos y monasterios, sirviendo de lengua las campanas hasta la llegada de la noche, que vieron turbadas sus sombras por luminarias y juegos de artificio, hachas de cera encendidas ardían e iluminaban el palacio, las casas arzobispales y el cabildo secular.

Al llegar la bula de Roma se realiza una procesión, la bula es conducida a la iglesia de santo domingo, ante cuyos altares durante 25 años había sangrado el corazón de la santa, luego es conducida hasta la iglesia metropolitana, donde se encontraba ya una imagen de la bienaventurada, en arcos de pulidas flores en que se manifestó el arte de las religiosas del monasterio de santa Catalina de Sena, que se esmero de modo tal que seguro le producía envidia a la naturaleza.

Allí esperaba el señor virrey en compañía de la real audiencia, los miembros de los tribunales y el cabildo secular, en la catedral se cantaron vísperas por el arzobispo doctor Pedro de Villagomez, que es sobrino de santo Toribio de Mogrovejo; la primera noche parecía medio día, porque no hubo calle principal ni retirada que no ardiese en luces, la plaza mayor con estrellas que esparcía el artificio de los cohetes, los que llevaban el nombre de Rosa y subían a los cielos, al amanecer ocupo la iglesia catedral innumerable multitud de gente, hubo misa y sermón donde predico el padre fray Juan de Iturrizarra, recordando la vida y milagros de nuestra santa.

Por la tarde volvió la bula de santo domingo en procesión por las calles adornadas, fue obligación del cabildo adornar el altar, que fue dispuesto por don Diego de Carvajal, caballero de la orden de Calatrava, correo mayor de las indias y alcalde ordinario, después de haber dejado la bula en el templo dominico, se llevo con muchas luces y acompañamiento la imagen de la santa a la casa donde nació, ella se encuentra al salir de la ciudad, corriendo la calle que va derecha del convento al hospital del espíritu santo, tiene desnuda capilla, los aposentos son como celdas y la huerta ya esta ruinosa, como había cambiado ese lugar donde el alma torturada y luminosa de Rosa de Lima vivió, aun se veían aquellas piedras que gastaron sus rodillas y que se humedecieron con sus lagrimas, aquel sitio que escucho sus discursos apasionados, donde se le oía decir “porque no todo a de ser para mi” debo tocar con mis manos y aliviar sus llagas asquerosas, mis labios han de besar sus frentes doloridas, mis plegarias han de salvar sus almas atormentadas, mis palabras derramaran un bálsamo en sus desgarrados corazones y ellos irán conmigo hasta el cielo.

El día primero hizo la fiesta el señor virrey y su esposa la señora condesa, dio principio la octava con un homenaje a la Rosa del cielo, la primera santa del nuevo mundo, tierra antes vacía de tan supremo honor, era un día domingo de sol radiante y en la iglesia de santo domingo la multitud se agolpaba, la providencia parecía llenar de aromas y luces todo el ambiente, Guzmán gloriosa pendió todo de un excelso príncipe virrey.

El segundo día hizo la fiesta la orden de san Francisco, hubo misa y sermón por el provincial fray Francisco Franco y predico fray Hernando de Bravo.

El tercer día correspondió a los padres Agustinos.

El cuarto día a la orden de nuestra señora de las Mercedes.

El quinto día a la orden de san Juan de Dios.

Todas estas ordenes dieron vísperas el día que les toco, venían a ella en comunidad, con sus gloriosos fundadores en andas curiosamente aderezadas, cruz alta, con capas de coro y con lo mas precioso de su sacristía, en la noche repique de campanas, luminarias, invenciones de fuego en las torres, también en las calles y en los conventos.

El sexto día le toco a la real universidad de san Marcos, salió de las escuelas y estudio general, en coches y con la solemnidad que acostumbra, se sentó el rector y claustro en sillas de gala, rodeado de maestros y doctores, hubo misa y sermón.

El séptimo día hizo la fiesta el tribunal del consulado, hubo un excelente sermón en medio de aclamaciones a la santa, fueron todos días de mucho regocijo, de chirimías y trompetas, por las noches el cielo se veía iluminado.

El octavo día hizo la fiesta el cabildo con todo el merecimiento debido, cerro con esmaltada llave de oro la orden de la compañía de Jesús, hubo procesión con la imagen que se detenía en altares de templos y calles, contando con la presencia del señor virrey conde de Lemos, los ministros de la real audiencia, los contadores del tribunal, alcaldes ordinarios, capitulares del cabildo, caballeros de las ordenes militares y toda la nobleza que iba a caballo, en cada convento había un altar.

El jubilo de los limeños al terminar la ceremonia del gobierno y de la iglesia, se volcó a la plaza mayor con una inmensa multitud ruidosa y entusiasta, es el día 8 de enero de 1670, la plaza de esta ciudad de los reyes se veía con terciopelo carmesí que cubría el cabildo, con pasamanos de oro, en el arco principal se encontraba pintado por la mano de Sebastián de Herrera, el retrato de nuestro Rey don Carlos II y otra pintura en lo sublime del dosel, que era la imagen de nuestra bienaventurada Rosa de Santa María, flor escogida por el Rey de Reyes.

La alegría se desbordo en corridas de toros, juegos de caña, con la presencia del señor virrey y las demás autoridades de este reino del Perú, mientras los clarines de la guardia atronaban el aire con su música, en otro sector las guitarras y muchas gargantas se elevaban en fervorosas coplas en loor de la divina doncella, cuyo cuerpo ya nos había abandonado, pero cuya alma iba a perfumar esta tierra del nuevo mundo por los siglos de los siglos.

Tal fue la fiesta de nuestra santa limeña, la rememoro para el pueblo cristiano, desde las paginas borrosas de un libro de hace cientos de años, que mientras lo iba leyendo me parecía por el milagro de la imaginación y de la fe, aspirar el perfume de los naranjos y escuchar el canto de los ruiseñores en las huertas de Lima, me pareció oír la canción que salía de los labios de rosa de santa María, cuando pulsando su vihuela en las noches de esta hermosa ciudad de los reyes decía.

“pajarito dulce amor
Alabemos al señor
Tú alaba a tu creador
Yo alabo a mi salvador”.


Texto agregado el 06-09-2012, y leído por 192 visitantes. (0 votos)


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