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Posó la mirada de reptil en el reloj del Bar.
Al observador que no lo conociese le sorprenderían las pupilas celestes apenas perceptibles entre los párpados semicerrados.
Como dos mejillones obligados a abrir su concha al contacto con el agua caliente.
El tiempo irascible y maniático del que mira y mira hasta que entiende lo que mira y de tal modo consigue eslabonar lo que ha visto con otras miradas viejas y otras menos viejas para inventar otras miradas y así hasta el agujero final, es un tiempo peleón y revanchista.
En su caso le pintó en la cara ojos de batracio.
“Cuentacuentos” es un cocodrilo de última generación, opinan los chuscos.

Se alisó el pelo que no tiene y guardó en un bolsillo del gabán la servilleta en la que había escrito con trazos irregulares: “Hoy entré en una galería del Centro para hacer tiempo. Al pasar por uno de los pequeños negocios escuché el abordaje profesional del único vendedor respecto al evidente interés de un curioso que analizaba concienzudamente, como si fuera un objeto de empeño, uno de los paraguas en exposición. “¿Le gusta ese? “,inquirió. “Bueno, en fin…estaba viendo, no sé” El vendedor lo paró en seco:” Muy buen ojo…es el Mercedes Benz de los paraguas”.

Aquella anécdota regocijante y el cuento de Leo Masliah que leyó ayer en un semanario, lo habían sorprendido. Conjeturó que podría ser excelente levadura para el proyecto que tiene in mente. Podría escribir el mejor cuento de su vida; o no mucho más.
El cuento del Masliah en cuestión refiere a un mal entrazado, cowboy en apariencia, con el rostro quemado por el sol y cubierto por el polvo del desierto como debe ser. Con su jamelgo desfalleciente, enormes pistoleras y el pucho negro en un carrillo entra al pueblito perdido en el paisaje alucinante.
No se ve un alma, excepto dos rameras sin maquillaje que friegan con alambre el frente del “saloon”, y una luz mortecina en la Oficina del Sheriff, según reza el cartelón.
Baja del caballo, lo ata ligeramente a un poste y orina sobre este último (desesperadamente) un buen chorro. Mientras se ocupa del trabajoso ajuste del pantalón observa el contorno y escupe el cigarro. Se limpia la boca con el pañuelo desgreñado que lleva atado al cuello.
Su objetivo es la Oficina. El entarimado del porche cruje fiero al paso de las botas chuecas.
Abre la puerta y observa al Guardián de la Ley inclinado sobre un escritorio en el acto de colocar una baraja sobre la otra; no baja la vista pero imperceptiblemente lleva la mano al Colt…
“ Buenas”. Levanta con el pulgar el ala del sombrero y se presenta:
“Soy Robert Smith, cazarecompensas de profesión. Mucho gusto. “
“¿Cazarecompensas? le contesta el Sheriff bamboleando la quijada. Ummmh…me parece muy bien.” Sigue sin prestarle atención. Gira la cabeza y agrega a los ya existentes, un voluminoso gargajo dentro de la escupidera que tiene cerca de los pies.
“Ahí tiene a los requeridos.” .Le señala con una as de trébol, sin perder atención en el juego, una pizarra cribada de fotografías de notorios facinerosos. “Son suyos… vaya por ellos que aquí lo estaré esperando. Ahora, por favor…si no le parece mal y con su permiso debo continuar estudiando este asunto que tengo entre manos. Cuando salga cierre bien la puerta. ¿Ok?”
Siempre sin mirarlo lo saludó parcamente llevándose una baraja al sombrero.
El visitante sacó ambos revólveres y lo conminó a entregarle el dinero de las recompensas agregando: “Creo que usted no capta el sentido exacto y propio de los vocablos; lo literal digamos, encerrado en la expresión cazarecompensas”. Tráigame inmediatamente “la mosca” o le meto cuatro balas en esa cabeza hueca…”

“Cuentacuentos” es tributario de la genialidad encerrada en pocas palabras.
“La venganza es un plato que nadie desprecia”
”La codicia acostumbra disfrazarse de asombro”
” El fanatismo siempre encierra una duda misteriosa”.
O de lo sublime que palpita en lo más simple de la vida, como los goles de Messi.
Lo estremecen las sensaciones profundas derivadas de hechos o circunstancias que para el resto carecerían de virtud, vg: No puede dejar de pensar en la impresión poderosamente sensual y entrañablemente amatoria que le produjo Michelle Williams cuando borracha y tal vez drogada cantó (en una película cuyo guión gira en torno a las vicisitudes de un compulso sexual, su hermano) el tema top del Frank Sinatra del ocaso: “New York, New York”.
La deliciosa boquita roja fraseaba la excelente letra (con subtítulos en castellano) al estilo Billie Holiday.

Aquí te dejo Miguel.Me hubiera tomado otro café, pero el tiro va a ser largo y tengo que marcharme.¡ Ah¡…por las dudas guárdame hasta mañana el celular. Dentro de un rato tendría que apagarlo y siempre me olvido. Chau.
Hasta mañana “maestro”.

El teatro Solís de Montevideo ha sido declarado Monumento Histórico Nacional. Su exterior no “dice nada” y es tan antiguo que sobre la mitad de la pared anterior, sostenida por unas columnatas cilíndricas tipo Partenón, aún subsiste un farolito que se prendía en el siglo XIX para anunciar a la pequeña población que ese día “tocaba” función.
Dicen que para la atención de ese artefacto se ha dispuesto en exclusividad un funcionario municipal encargado de su mantenimiento y encendido. Para apagarlo el tipo lo sopla desde la vereda pues se cansa y le han aconsejado no subir escaleras. La oposición de la Junta Departamental se desgañita despotricando contra la excesiva burocracia de la Comuna de izquierdas. Los curules oficialistas les responden con encono: “Carecen de vergüenza…esa es la herencia que ustedes nos han dejado… ¡Manga de vendidos al oro yanquee¡”
Uno entra en el Solís y se siente inmediatamente transportado a un templo sacro donde se atesora una parte importantísima de la historia del país: Al menos de la cultura… que fue.
Se palpa en la atmosfera, en el empaque del personal, en los bajorrelieves que adornan los palcos, las cazuelas y el “gallinero”, las máscaras de yeso, la enorme araña central, las fotografías en el foyer de los grandes personajes a escala mundial que nos visitaron durante años cuando un peso uruguayo valía el equivalente a un dólar; el terciopelo de las butacas, etc.
Tipos cuidadosamente afeitados, damas recién bañadas, todos tocados por ese barniz sofisticado que distingue y bien viste a muchas personas.
No se puede entrar al teatro Solís en zapatillas, salvo que sean de “marca” y con los cordones atados.
Por razones prácticas, lamentablemente, los pobres del suburbano no pueden ir al Solís: “Hay que vestirse como Dios manda, volver en colectivo a deshora y la cosa m’hijito… no da para tanto. Si fuera “Chayane” vaya y pase. No, mejor nos quedamos en casa y miramos la tele.”
Para el volumen de nuestra población se trata de un teatro enorme. Esa noche se iba a llenar y no sólo porque la entrada fuese gratuita (por invitación): Cuando abre sus puertas la sala principal del Solís (tiene dos anexos para otros menesteres), siempre se colma.
Aunque parezca inverosímil, en estos días de oceánico beberaje y “pasta base” en las calles de la “Tacita de Plata”, muchos montevideanos trasponen valientemente sus rejas después de las ocho de la noche en busca de una diversión, sea un teatro o un cine, en pareja y/o con la madre. No les interesa los teleteatros brasileros y eso abre ciertas expectativas para los técnicos y los políticos que hoy día se queman las pestañas para reformar la Enseñanza y de tal modo introducir nuevamente el “estudio” y no solamente la “lectura” de materias para salvar el año y algún día recibirse con un título profesional otorgado por un “ Magisterio” con faltas de ortografía.
Son tantos que me atrevo a decir superan los diez mil. Ese monto aproximado de personas mantiene la actividad durante nueve o diez meses en diecinueve salas de cines y veintinueve teatros.
No sé qué pasa en el interior del país pues nunca he salido de Montevideo ni escuchado o visto alguna referencia a ese respecto en los informativos de CNN.

“Cuentacuentos” trepa el “bajo” por la cuesta de la calle Ituzaingó.
Le entraron ganas de fumar largo y bien laaargo pero… le habían prohibido el cigarrillo.
Médicos confiables le expusieron claramente su situación cuando un infarto lo postró y el espectro guerrillero de Manuela Cañizares lo salvó no se sabe cómo. Él lo afirma con convicción pagana: La Manuela me pasó su sangre y esa sangre destapó todos mis tapones y bueno…
Los facultativos le advirtieron: “O dejas el cigarro y vives un tiempito más, o continúas fumando y vivirás igual, le avisaron… pero en este caso bajo tierra contemplando cómo se van pudriendo tus ojos, tus dedos y tu memoria.
No le costó mucho decidirse. Lo de la memoria le pegó duro.

El público cuchicheaba con nerviosidad aguardando impaciente la demorada llegada de “Cuentacuentos”.
Sobre el inmenso escenario se había dispuesto una silla, un pequeño escritorio con micrófono adosado, una botellita de agua mineral y una copa. La iluminación se reducía a un pequeño cono de luz proveniente de la parte superior de los bastidores.
Nada de bailes, orquestas, danzas celestiales, espectacularidad teatral. Nadita de eso.
Simplemente la gente, en nutrido número, como un grupo de escolares ansiosos, se aprestaría a escuchar a un hombre calvo de sienes blancas, autor de un producto intelectual originado en su imaginación no imaginativa, como debe ser la imaginación que desborda los límites de la sensatez.
Se apagaron lentamente las luces del teatro y por un costado del gran escenario ,“Cuentacuentos” hizo irrupción con pasos breves.
La ovación fue imponente.
Levantó los brazos saludando para un lado y otro. En una de las manos apretaba un libro. Cuando la ovación fue cesando se quitó el gabán, lo colocó en el respaldo de la silla, tomó asiento y comenzó a hablar.
Luego a leer. Inicialmente en tono desvaído, como cansado, diríase que fastidiado; parecía cargar sobre sus espaldas una enorme piedra de tiempo. La sombra siniestra del frustrado cigarrillo lo fue abandonando lentamente: “Ya volveremos a encontrarnos”…
Ni bien puso “segunda” se introdujo cómodamente en su tema, como sólo él y su mundo de efectos y artificios puede hacerlo.
Una nube de ensueño copó el Solís.
Un susurro dulce que convocaba a fantasear e internarse confiadamente en la dimensión deslumbrante de un talento que apabulla.
Uno de los cuentos que hizo revolver en sus asientos a los espectadores el 3 de abril ppdo. y no improbablemente le sean atribuible muchas caricias y arrumacos entre el público, lo transcribo a continuación sin permiso del editor, confiando en que se comprenderá que no persigo ninguna fin económico y además, como generalmente ocurre conmigo cuando la belleza me sacude, lloré al escucharlo lo cual, creo, me absuelve de toda culpa.
Eso de lagrimear es cosa buena a veces.
Persigo con esta contribución que más de uno haga la prueba de emocionarse y llorar.

EL VIAJE AL MAR

En los tiempos idos, los hijos del sol y las hijas de la luna vivían juntos en el reino africano de Dahomey.
Y juntos vivieron, abrazándose, peleándose, hasta que los dioses los apartaron y los condenaron a la lejanía.
Desde entonces, los hijos del sol son peces en el mar y las hijas de la luna son estrellas en la noche.
Las estrellas de mar no caen del cielo: desde el cielo viajan. Y en las aguas buscan a sus amantes perdidos.


Los trabajos de Eduardo Galeano ocupan toneladas de papel y su obra ha sido traducida a casi todos los idiomas del orbe. Es imposible contabilizar la cantidad de lectores que han pasado y pasan por sus letras de extraña sensibilidad. Y van más de cincuenta años.
Lo transcripto aparece en el día “Diciembre 26”, página 404 del libro recientemente editado (segunda edición) “LOS HIJOS DE LOS DÍAS”.
Lo traigo a colación no solamente porque el susodicho cuento es una nueva joya que el autor regala a sus congéneres así porque sí, porque él es así y ha bajado a la Tierra para que los deslenguados no consideren a Dios como un tipo sin alma ni sentimientos; sino porque también siempre he pensado que una buena manera de resolver el misterioso dilema que muchos hombres y mujeres se plantean hoy día respecto a cómo introducir en la “lectura” a sus niños y jóvenes para alejarlos al menos por diez minutos diarios de Facebook, sería obsequiándoles cualquier libro de este escritor portentoso y, naturalmente, con un buen revólver en la nuca obligarlos a leer, al menos una página por día. Seguro estoy que transcurridos los primeros quince, estos mártires modernos de la procreación podrían considerar razonablemente tomarse un buen descansito al menos durante la sexta parte de una hora diaria.

LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Setiembre de 2012
Derechos reservados.

Texto agregado el 06-09-2012, y leído por 113 visitantes. (0 votos)


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