La última
Él está volteando hacia acá. Se supone que yo estoy concentrada en la clase. ¿Pero cómo estarlo si siento su mirada sobre mí? Esta vez no es mi imaginación. ¿Debería yo también voltear hacia él y sonreírle? La última ocasión funcionó. Claro que la última ocasión funcionó que saliendo de clase fuimos por algo de tomar y luego a su departamento.
La verdad es que yo no soy de esas niñas fáciles. Sé que él cree que lo soy porque la última ocasión cedí. Sé que el español también piensa lo mismo porque esa noche en la fiesta internacional me agarró por el brazo y me forzó a entrar al cuarto. Era un cuarto que pedía a gritos un poco de calor: simple, blanco, casi vacío y con una ventanita que apenas dejaba entrar rayos de luz. En ese momento sentí como la necesidad de regresarle la alegría. ¡La cama se sentía tan sola! Y cuando terminamos, me preguntó sobre la tarea de la clase de Publicidad. ¡La tarea! A veces estos niños me agarran desprevenida.
Seguramente mis amigas piensan así. Las únicas dos amigas que tengo desde que llegué a la ciudad. No sé por qué pero siempre he hablado más con los hombres. Incluso cuando era pequeña jugaba fut con ellos y aunque usualmente terminaba con moretones, al final celebrábamos la victoria. Una y Fernanda son más bien mis compañeras de clase. A Una le desagrada verme coqueteando con el chico que le gusta. Coqueteando, digo, porque así es como ella le llama. Yo más que coquetear, le llamo hacer amigos. Además, nosotras las mujeres sabemos que si le engrandeces el ego al hombre es más fácil que haga lo que queremos.
Así consigo ride hasta Juriquilla todos los días. Al principio Alejandro no volteaba a verme, incluso podría jurar que me evitaba. Yo no sé. A lo mejor es porque a Una no le gusta que hablemos. Pero yo necesitaba a alguien con coche y da la casualidad que él necesitaba una acompañante. O sea, me imagino que necesitaba una acompañante porque con esa camioneta roja brillante, tan grande, se sentiría solo. Y como sé de buena fe que es vulnerable a los halagos…
Pero regresando al tema de Él, no sé si esta vez deba decir no. Decir no es muy difícil para mí. La verdad prefiero nunca decir no. Tengo miedo de no ser aceptada y que algún día sea yo la rechazada con un no. Pero lo he practicado, porque mi psicóloga de prepa me dijo que tenía problemas con la simple idea de estar sola. Yo no tengo miedo a estar sola, simplemente me gusta estar acompañada. Yo creo que es porque soy Libra y las Libras tienden a ser muy populares. Nosotras queremos complacer a todos ¡Y no lo digo yo! Según varias fuentes confiables de internet, la indecisión que cargamos es de naturaleza social. Queremos dar a todos un cachito de nosotras y de lo que les toca.
Y hoy definitivamente toca. Fin de exámenes, día caluroso y además viernes. Él no viene los viernes y si hoy vino es que el destino quiere que suceda.
Me ha visto ya. Ya vio que he estado imaginando lo que sucederá en exactamente veintitrés minutos. Creo que lo está pensando porque al parecer suda de las manos. Aunque no está a mi lado lo tengo lo suficientemente cerca como para notarlo. Me ha visto una vez más, ya sabe. Ya sabe que al terminar la clase vendrá a mí y me ofrecerá una inocente limonada. ¿A quién no se le antoja una limonada a medio día y con treinta y tantos grados de calor? La mía, con un limoncito incrustado en el vaso. ¡Pero qué digo! Servida en copa, así como en las películas. La de Él, con shot por supuesto.
Quince minutos y listo. No sé qué tema hemos tratado este día y no quiero enterarme. Él seguro sabe. O seguro no, porque también ha estado pensando en mí. En aquélla primera vez que tropecé a propósito para que me notara. Un toque accidental en la pierna o un roce por el pecho siempre funcionan. Así me funcionó. Su casa estaba sola pero impecable. La habitación estaba como preparada ya con el frigo bar y las persianas cerradas. Incluso olía dulce, no sé por qué.
Aquélla vez comencé yo. Cosa rara. Yo me olvidé de todo y le pegué mis labios a los suyos. Así como en las películas: primero me acerqué lentamente y después con toda la emoción y calor que sentía, me dejé llevar. Al terminar no me preguntó sobre la tarea sino por café. ¿Qué si yo quería un café? ¡Nunca en casa de extraños! ¿Qué no sabe que eso es más serio?
Ahora ya no es un extraño, pero no sé nada sobre su vida. Sé su nombre y su primer apellido, también sé obviamente que está en clase conmigo pero me pregunto si estudia lo mismo que yo. Como que tiene cara de creativo. O quizás no. Pero no sé de dónde es. Su acento es una mezcla rara de los del centro. No sé qué deporte le gusta, ni qué hace todos los días. Sólo sé dónde vive y que las sábanas de su cama son azules. Tampoco lo he visto bien de cerca. Me parece que tiene lunares en la mejilla derecha pero no puedo afirmarlo porque no he fijado mi mirada así.
Él sabe tanto de mí como yo de Él. Quizás debería tomármelo más con calma y conocerlo mejor. La psicóloga de antes me hubiera aconsejado eso.
‘¿Un café?’, le pregunto, esperando a que diga que sí y vayamos a un lugar público para no tener que dejarme llevar.
‘Una limonada’, me dice. Y pensándolo mejor, creo que con este calorcito una limonada se apetece más.
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