El resto, es historia..
Curiosa historia la mía, esa que comenzó aquella noche en un “piringundín” de la calle 25 de Mayo;...uno de aquellos lugares pesados, conocidos por su abundancia en mujeres de liviana vida.
Entré en busca de compañía, y pronto dejé de estar solo; luego algún arrumaco, algunos tragos largos, algo mareado por una suave dosis de alcohol y una sutil cuota de amor, salí del brazo de una rubia, con rumbo incierto pero seguro. Caminamos un rato, y no recuerdo bien como sucedió;de pronto estábamos "mano a mano", (por decirlo de alguna forma), en su “bulo”.
Debido a la escasa iluminación que reinaba en el ambiente, no alcanzaba yo a distinguir bien que es lo que había a mi alrededor; pero eso, poco a poco fue perdiendo importancia, pues a nosotros con el “tacto”, nos alcanzaba.
Lentamente mis ojos se acostumbraron a la semi penumbra, y gracias a ello recuerdo que se trataba de un pisito muy finamente decorado. Se adivinaban detalles que hablaban de su elegancia y distinción. En la sala que nos acogió, había un negro piano de larga cola, y valiéndonos del mismo, nos entonamos y dimos color a nuestra improvisada pasión, con improvisadas melodías de amor, que nos arrastraron en improvisado ritual de improvisaciones varias.
A mi derecha, se encontraba el dormitorio y la cama que nos cobijó; un velador rococó con pantalla de terciopelo roja, le agregaba un tono misterioso al ambiente. A su lado, iluminado por éste, un negro teléfono a disco.
Viejos tangos de mi flor eran llorados armoniosamente por una “vitrola”, mientras nuestras bocas silenciosas se comían mutuamente con un insolente hambre de pasión.
Sus manos y las mías recorrían la sinuosidad de nuestros cuerpos, y desprendían con un salvajismo casi suave -pero con sutiles toques de violencia-, las molestas vestimentas que incómodamente se interponían entre los deseos de nuestras pieles, ávidas de humedades.
Desde un rincón, impávido y silencioso nos observaba un gato -que siendo éste de porcelana blanca-, guardaba un forzado mutismo que era interrumpido por nuestros constantes jadeos.
Nos fuimos ambos varias veces en medio de ruidosas exclamaciones de placer; luego me fui yo, en el mas absoluto silencio, para no llamar la atención.
Salí a un pasillo largo, y llamé al ascensor. Al llegar éste, abrí su puerta, subí, me miré al espejo, limpié el rouge que aún había en mis labios, acomodé mi corbata, arreglé mi desordenado cabello, y apreté el botón correspondiente para descender.
Al llegar a planta baja, salí con mucho cuidado y en silencio, espiando hacia ambos lados. No había nadie, ni portero ni vecinos.
Al salir a la calle, observé la placa de la pared, y tomando una libreta entre mis manos, y una "birome" entre mis dedos, escribí la dirección, “Corrientes 348, segundo piso” ;luego me retiré silbando bajito improvisando una melodía que me vino a la mente de forma espontánea, mientras caminaba ligeramente ladeado, hacia la esquina de Paseo Colón y Corrientes.
El resto, el resto es historia hecha Tango.
Buenos Aires, Agosto de 2004
(Observación: Para entender el hilo conductor de este cuento, habría que conocer o escuchar el Tango "A Media Luz".-)
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