El sapo esperaba. Había aprendido a ser paciente y sus tiempos no eran los de antes. Escondido entre los juncos, medio sumergido en el agua verdosa, la vio venir. Y la esperó…
Habían salido temprano, con la idea de parar al mediodía a comer. No entendía por qué a los padres les gustaba hacer esos pic-nics al lado de la ruta. Cuando era más chica le gustaban, ahora la aburrían. No tenía ganas de viajar y estaba de pésimo humor. Había estado callada todo el trayecto. Los padres ya los conocían bien, a ella y su humor, entonces la dejaron en paz. Era casi la una de la tarde cuando la madre señaló una arboleda a lo lejos y decidieron que ése era el lugar. Los padres bajaron primero. Ella bajó después de unos minutos para expresar su descontento. Pero ellos ya la conocían…
Mientras el padre luchaba contra los calambres en las piernas, la madre luchaba con la mesita y las sillas plegables. Ella los miraba y por dentro sonreía. “Ahí tienen”. Prepararon todo para comer y se sentaron. Los padres conversaban pero ella no tenía ganas de hablar. Agarró un paquete de galletitas saladas y pidió permiso para ir a caminar por ahí. Le dijeron que sí, con tal de que se mantuviera a la vista, pensando que un rato a solas y al aire libre le iba a cambiar el humor.
Caminó unos pocos metros. Más adelante le llamó la atención un destello de luz, el sol se reflejaba en lo que seguramente era agua. Era algo lejos pero no le importó. Miró hacia atrás y seguía viendo a sus padres así que supuso que estaba bien llegarse hasta ahí. Esperaba encontrar algo interesante, algo que le alegre el día. ¡Estaba tan aburrida! Llegó y vio que era un estanque. No era tan grande y sobre unas piedras, entre los juncos, había un sapo enorme. ¿Estaría durmiendo? Era probable porque tenía los ojos entrecerrados. Y no podía ser más feo. Convencida de que el animal dormía tuvo la tentación de tirarle con una ramita. Nada. Le tiró otra. El sapo abrió los ojos y le dijo “Por cosas como ésta es que odio a los niños”. Su voz sonaba áspera, desagradable. Ella sintió un poco de miedo y miró para todos lados, para asegurarse de que no había nadie escondido. No había forma de que detrás de los pocos juncos que asomaban del agua se escondiera una persona. Entonces tuvo más miedo. El sapo se dio cuenta y trató de sonar un poco más amigable. “Sólo tengo que lograr que ella me escuche” pensaba.
Al principio la voz del sapo le había parecido como la de aquellos demonios en las películas de Stephen King, y tuvo ganas de irse corriendo. Pero de a poco esa sensación se fue perdiendo. De a poco la voz se tornó en un murmullo que la relajaba y hasta le daba sueño. De a poco el enojo se le fue pasando y se quedó sentada en la orilla como fascinada, en calma. No entendía las palabras del sapo, pero sintió una necesidad urgente de sumergirse en el estanque. No perdió la conciencia pero algo la impulsaba y no le importaba nada más que meterse al agua. La voz del sapo seguía sonando, monótona y a esa altura casi agradable…
Para cuando los padres la encontraron ya era tarde. Fue la madre la que al ir a buscarla vio el buzo rojo flotando en el agua. Gritando como loca llamó al padre que llegó corriendo, sin aire. No imaginaba lo que iba a encontrar, pero seguro que era algo grave. Su mujer no era de las que gritaban porque sí. Tan angustiada estaba ella que no podía hablar, sólo daba alaridos y señalaba el agua. El padre se metió en el estanque sin dudar, y volvió con la chica en brazos. Si tan sólo la hubieran ido a buscar antes de guardar todo…El hombre tiritaba de frío y desesperación. La recostaron en el suelo, trataron de darle calor, de hacerla respirar… pero todo esfuerzo por revivirla fue inútil. Estaban literalmente en el medio de la nada, solos, y decidieron irse lo antes posible al primer pueblo que encontraran. La mujer acercó la camioneta y acostaron a su hija en el asiento de atrás.
Mientras tanto, el sapo, hinchado de satisfacción, había seguido la escena atentamente desde la orilla. Si algo le daba placer era este momento donde la familia suplicaba e invocaba a cada santo prometiendo cualquier cosa por volver el tiempo atrás y salir de ese horror. Estaba orgulloso por lo poco que le había costado esta vez, y por el poder que tenía sobre esas vidas, la que había tomado y las que había cambiado para siempre. Regodeándose en el sufrimiento de los padres, quiso ver a la chica otra vez. Pero la madre puso la camioneta en marcha y estaba tan alterada que en lugar de avanzar hizo marcha atrás. El sapo no llegó a reaccionar. No pudo escapar y fue aplastado por la rueda trasera del vehículo.
Una lechuza vieja, posada en un poste, no había perdido detalle de todo el incidente. Con ánimos de burlarse del sapo se le acercó y cuando iba a hablarle, escuchó la voz áspera y desagradable del moribundo. No entendía qué le decía pero sintió una necesidad urgente de volar hacia el estanque. Se posó sobre la piedra. Y ahora la que espera escondida entre los juncos es la lechuza…
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