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Mirá vos, si sabías que yo tenía esa astucia de los narradores de cuentos, que empiezan distraídos relatando, enroscándonos en imágenes y sucesos y terminan impunemente atormentados por el peso de sus discursos.
Me fui del bar, porque me dijiste que tenía ojos concupiscentes, cerré la charla con un beso seco, casi homicida.
Salí a la calle, el clima helado, el viento socavando mi alma perdida, mis ojos se esfumaron ante la avenida, y yo lloraba, mis lágrimas corriendo insaciables, injustas, sin parar. Entonces me llegó a la boca esa catadura de lo amargo, con gusto metálico y mi vista chocó con el perro...nos miramos entre desafiantes y abandonados. Yo tenía frío, el mestizo se acercó. Le ofrecí mi mano húmeda y nos instruimos mutuamente de lo oscuro, el silencio y la soledad.
Después caminamos juntos dos largas cuadras que me parecieron interminables. Saqué el manojo de llaves, él sentado sobre sus patas traseras ya había adivinado mis intenciones. Nos aceptamos.
Recalenté un guiso de varios días, y se lo ofrecí como un manjar en un plato de porcelana antiguo, prolijamente conservado por generaciones.
Lo llamé Moroco, en parte porque era oscuro, se me antojó ése y no otro nombre, que sé yo.
Moroco disfrutó de cada bocado, bebió mucha agua y mimoso se rascó la oreja; luego se olió y se reconoció. Acaso pensó que lo que yo le ofrecía no era simplemente un techo donde cobijarse.
Y aquí estoy, corazón, relatándote una más de las tantas veces que me hallé ubicando un lugar para el otro. Tratando de crear un lazo entre lo humano y lo animal.
Te llamé. Sí, en varias ocasiones, me atendió el contestador. Con tu voz ronca y tan lejana como un tango viejo mal cantado.
Por favor te pido, luego de leer esta carta, no me llames cuando vuelvas del trabajo. No hace falta.
Ni siquiera que me contestes esta carta.
Es tan práctico todo, yo usufructúo de tu espíritu desagradecido, de tu intelecto agudo y masculino y de tus ojos profundos.
Eso es todo, vida. Sí, sí algún día nos encontraremos. O tal vez queme esta carta en una hornalla de la cocina, quien sabe o te la leo mientras refregamos nuestros pies bajo la colcha café y nos reímos del mundo y sus aflicciones y los enojos son perdonados, o simplemente la haga pedazos mientras escucho, San Francisco y el lobo de Serú Girán. Adiós

Texto agregado el 03-09-2012, y leído por 287 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
05-02-2013 Más allá que no entendí la primera frase, me pareció muy bueno. Lograste con maestría un clima de sutil dramatismo. 5* rigoberto
20-09-2012 Muy bien Bellaboo. Muy agradable tu cuento. Gatocteles
10-09-2012 Me asombra la seguridad con la que escribes. estoy por afirmar que has escrito esta "carta" de un tirón, sin haber corregido o rectificado ni una sola de las palabras -y las intenciones- y es por esto que no admirar tu talento, sería, además de estúpido, tremendamente injusto. ilogico
03-09-2012 Poco puedo decirte tras leer tu carta, solo darte las gracias por escribir tan lindo.Mis **** senoraosa
03-09-2012 me gustó seguir tus letras. Fue un camino que se hizo cada vez más placentero, aunque el final ya estaba desierto; pero lo importante es la senda, y atrapa la forma cómo la recorres. Muy bien finalizado con el lobo de Serú. hdenavas
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