una de esas mañanas donde las luces son doradas y la brisa es pura como el aroma de un cielo escondido, atrapó mi existencia... debía hacer tantas cosas pero las dejé por aquel mundo inmortal que esperaba mi llegada... corrí sin parar hasta llegar a una casa tan vieja y querida... entré y dentro estaban todos mis recuerdos... sonreí hasta casi llorar... me senté en una silla y cerré los ojos de tanta emoción... aún se escuchaban sus voces, sus bailes, sus risas... estoy en el cielo, pensé... de pronto, todo se hizo silencio... abrí los ojos y estaba en la vieja casa, totalmente desolada... me paré y salí a las calles, aún sentía que el día tenía más que brindarme... una mujer de ojos maravillosos y labios sonrientes, llegó hasta tocarme, y luego, darme un beso en los labios... que dulce los sentí... y cuando abrí los ojos estaba solo, frente a una vieja pared... seguí caminando y llegué hasta un auto con las puertas abiertas... entré y el chofer me dijo hacia dónde quería ir... le dije que no lo sabía pero que condujera hasta donde se le antojara... manejamos sin parar hasta llegar a un pueblo lejos de la ciudad... el chofer me dijo que él vivía allí, y si quería me podría invitar una taza de café... le dije que no gracias, luego le pagué y me fui de aquel lugar lleno de vegetación y animales silvestres... caminé hasta llegar a un riachuelo... tenía sed y me puse a beber de sus aguas... de pronto, me pude mirar el rostro y noté que no era el mío... era el de un niño de doce años... sonreí y el niño también sonrió... eres libre, le dije... y el niño repitió las mismas palabras... me paré y me toqué las manos, las piernas, la cara y efectivamente era un niño, un niño que jamás había visto, pero sí sentido dentro de mí... eres libre, le dije al niño que vivía dentro de mí... sí, me respondió para luego correr por toda aquella inmortal naturaleza llena de luz... |