Capítulo 14: “La Capitana del Rosa Oscura”.
Esperanza abrió los ojos de golpe, dejando ver un atisbo de miedo en esas incrustaciones de ámbar. No movía nada, ni siquiera un músculo. Al cabo de un rato comenzó a mover esos ojazos ambarinos de los cuales era acreedora y tras cerciorarse de que ningún peligro de importancia la rondaba decidió levantarse de su improvisado lecho.
Una fría ráfaga de viento la obligó a encoger su cuerpo por completo y cuando sintió que había comenzado a entibiarse descubrió que tenía una frazada justo al lado y ni lerda ni perezosa la cogió, rodeándose con ella.
Una vez lista se puso en pié y caminó un poco, pero sus piernas le fallaron severamente, obligándola a caer otra vez al suelo.
Tras sobrellevar heroicamente el mareo y el sudor que este le producía, otra oleada de frío le ayudó a recordar todo en un santiamén, tal como el choque del fuerte oleaje magallánico contra las rocas.
Llevaba dos días en ese islote y ese era su tercer amanecer en aquella cueva dejada de la mano de Dios. Los víveres comenzaban a escasear y ella decidió guardar sus raciones en vista y considerando que no tenía ni idea de cuánto tiempo estaría allí. Eso la conllevaba a permanecer todos los días aletargada y durmiendo, despertando a ratos, en un completo estado de debilidad. Ya casi no había esperanzas.
¿Esperanzas? ¡Qué paradoja! ¡Ese era su nombre!, más carecía de significado ante el cruel abandono que ella y Arturo padecían desde hacía un tiempo. ¡Arturo! ¿Dónde demonios estaba ese prospecto de monje? De seguro que estaba rezando por la salación de sus almas, pero ¿Dónde? Esa isla no era muy grande y él no era lo suficientemente idiota como para querer salir de allí a nado, tenía que estar en alguna parte.
Con esa leve llamarada de esperanzas, Esperanza decidió ponerse de pié apoyándose de la muralla de rocas y mala fue su suerte al percatarse de que había colocado su bellísima mano en un brote de musgo. ¡Caso no había otra cosa en esa caverna que no fuese roca y musgo! Con suerte entraba el frío, la luz día ni de la luna, para nada. De seguro que si alguien hubiese vivido hasta los trece años en esa cueva no hubiese sabido que existía el sol.
Esta vez consiguió caminar hasta la puerta de la caverna y salir. El sol le dio de lleno en los ojos, provocándole una jaqueca de proporciones, pero no calentaba nada… La chica consiguió sobrellevarlo con un heroísmo mayor que el de hace un rato y luego vio humo, mucho humo por todas partes en la isla.
Caminó instintivamente hacia la playa y ante sus ojos vio una enorme hoguera avivada por Arturo, quien no escatimaba en falta de nada a la hora de arrojarle toda la pólvora existente en el navío, papeles y toda clase de productos combustibles.
-¡Aquí estabas! ¡Maldita sea! ¿A quién demonios le sirve esta maldita hoguera aquí? ¡Estaba muerta de frío adentro!-demandó Esperanza acercándose a la llamarada.
-No maldigas, Esperanza y ruega a Dios que ese barco se acerque aquí-dijo Arturo, tan debilitado como ella.
-¿Barco?-inquirió ella aguzando la mirada.
-Sí, el que está por allá-dijo el muchacho señalando un punto en el horizonte.
Ahora sí que la muchacha consiguió ver el navío. Era un buque de guerra moderno, por ende carecía de velamen, galera y chimenea. Estaba blindado de popa a proa, desde la punta del inútil mástil mayor y sus radares, hasta la quilla. Lo último que la chica vio del barco no le agradó nada: tenía bandera chilena, lugar en que si mal no recordaba ella y Arturo eran considerados unos vulgares piratas que serían llevados a prisión al primer contacto con cualquier persona considerada como honrada.
-¿Eres idiota o te haces?-.
-¿Qué hice mal?-.
-Tiene bandera chilena y es de la Armada, seremos llevados a prisión-.
-Lucharemos entonces…-.
-No estamos en condiciones de batallar… A menos qué…-la mirada de Esperanza se iluminó con una pícara luz, señal de que una idea estaba abordándola.
Mientras tanto, en el navío de la Armada Chilena, la puerta del camarote del capitán era golpeada insistentemente.
-¡¿Qué sucede?!-inquirió el capitán abriendo la puerta ante una agitada marinera.
-Mi capitán, hemos divisado un barco encallado en el islote y muchos incendios alrededor de éste-dijo la vigía, pues ese era el rol que ella cumplía en la nave.
Minutos después el capitán del barco se enteró de que ese era el navío que se encontraba perdido desde hacía tres días, probablemente los pobres desgraciados de sus tripulantes habían perecido a excepción de algunos que habían prendido las señales de humo y luego habían muerto a causa del frío. Aún así decidió acercarse a la costa para levantar un informe a sus superiores y a su vez rescatar todo cuanto fuese útil de aquel bello navío. Todo al mismo tiempo que la sonrisa retorcida de la muchacha se dibujaba en su rostro, adiós a la desventaja, si había que luchar, sería con igualdad de condiciones.
Al cabo de un tiempo el viento comenzó a arreciar, empujando al blindado “Sandokán”, que ese era el nombre del navío de la armada chilena, contra el “Rosa Oscura”, sin hacerle el más mínimo daño a este último, quizá algunos roces, pero nada de importancia y encalló con fuerza, todo aquello fríamente calculado por la audaz y atrevida Esperanza. Mientras tanto, Arturo no paraba de rezar y buscar su botiquín.
Tras que el Sandokán encallase, gran parte de su tripulación pereció o quedó herida a causa del choque contra los metales que a su vez habían ido a dar a la goleta, sin contar que muchos habían salido despedidos con armamento y todo, vale decir que había descendido el número de hombres y de armas a las cuales enfrentarse.
En ese momento, en vista y considerando que había perdido gran parte de la fuerza con la cual había zarpado, el capitán de la nave y sus sobrevivientes descendieron del navío para explorar la zona, momento en el cual se toparon irremediablemente con Esperanza y Arturo.
-Buenos días, bienvenido al islote cuyo nombre no conozco, capitán… ¡espere, un momento! ¡Usted es el tío de Rosario!-dijo Esperanza.
-¿Esperanza Rodríguez? ¡La pirata! ¡Abran fuego!-fue la respuesta del capitán de la nave.
-Al parecer tu plan no funcionó y ahora estamos condenados a vagar por el infierno-fue lo que dijo Arturo.
-Tú sabotéalos, yo me encargo del resto-dijo ella.
Así comenzaron ambos bandos a dispararse mutuamente, sólo que Arturo iba por un lado, por detrás, saboteando misiles y toda clase de armamento para ir a guardarlo de vez en cuando a bordo del Rosa Oscura, mientras que Esperanza atacaba a diestra y siniestra a todo el mundo, pensando siempre en que no quería matarlos.
Lo que ella no sabía era que si los dejaba vivos, lograba derrotarlos o simplemente esquivaba su ataque era que ellos, tarde o temprano tendrían que estar a su servicio sólo una vez… Lo mejor de todo es que sobre su Haenger rebotó la bala que el capitán del barco, tío adorado de Ross, y tendría el doble de control sobre aquella tripulación.
Al acabar la batalla estaban exhaustos y confundidos. Al día siguiente, Esperanza y Arturo pusieron manos a la obra y siguieron con la fase dos del plan de la muchacha: rearmar su navío.
Así que sacaron infinitas cosas del Sandokán, desde metales del casco para reparar su propio casco, sábanas para que hicieran las veces de velas, comida para que sirviera de víveres, madera para seguir reparando averías en el timón, los mástiles y el casco. Sacaron barrotes para armar en la última cubierta unas mazmorras, obtuvieron cartas de navegación, mapas, brújulas, GPS, y así se puede seguir eternamente mencionando cosas que consiguieron en el navío de la Armada tras un simple ataque y una batalla fácil de ganar. Todas eran cosas necesarias, pero aún así necesitaban más.
-¿Cómo demonios vamos a sacar el barco de aquí?-preguntó Esperanza.
-No maldigas, si maldices Dios no nos ayudará-arguyó Arturo.
La muchacha puso los ojos en blanco, maldecir o no, no solucionaba las cosas ni en lo más mínimo.
-¿Puedo ayudarle?-inquirió el tío de Ross.
-¡El tío de Ross, me va a matar!-dijo la chica escondiéndose tras Arturo.
-Necesitamos sacar el barco de la bahía-dijo el muchacho.
-Sí, eso necesitamos-afirmó ella.
-Eso es muy simple, cuenta con toda mi tripulación para ayudarla-.
De más está decir que la joven se quedó perpleja, ese hombre que hacía un par de días atrás estaba decidido a asesinarla ahora le ofrecía su ayuda. Eso dejaba a las claras que ese no era un tipo de fiar… Aún así aceptó.
Lo primero que se hizo fue hundir el Sandokán, luego, afirmándose de sus restos arrastrar al mar al recién reparado Rosa Oscura, echar el ancla de éste y luego hacerlo a la mar. Tras salir del islote, toda la tripulación de la Armada fue trasladada a las mazmorras, eran un enemigo latente, un riesgo que ni Espe ni Arturo querían tener para convivir.
Una noche extrañamente tranquila ella sujetaba el timón. No podía confiar ni en la pseudo-calma magallánica de Argentina, ni en esa pseudo-tripulación, no, no podía, en este mundo no se podía confiar. De repente sintió cómo alguien le colocaba un collar, un crucifijo, uno que reconoció en el acto: el de Arturo. Quiso darse vuelta y no pudo.
-Yo, Arturo Gómez, te nombro a tí, sólo a tí, por tus buenas acciones, Esperanza Rodríguez, la única capitana del Rosa Oscura-dijo el muchacho, ese era su modo de embestirla su capitana.
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