Un hombre se fue de viaje alrededor del mundo y, tras 98 años de incansable travesía llegó al punto de partida, como en aquel entonces, encontró a un viejo más viejo que las pálidas montañas quien, sonriente, dijo:
-Hermano, ¿Qué has visto en tu viaje? –dijo el hombre más viejo, cuya piel tenía la textura de las rocas, pero sus ojos grises eran extraños, como el color del día nubloso.
El viajero quien extenuado del viaje, dejó caerse junto al viejo que se resguardaba bajo un enclenque techo de palma, le contestó:
-Lo he visto todo, lo he comprendido todo…
-Haz comprendido al hombre –dijo el anciano, más anciano que las aguas.
-Sí, descubrí que el bien y el mal son convicciones, que el dolor nos viene a todos por las Posesión, que la Posesión y el Deseo son los orígenes de nuestros pesares.
-Pero los hombres no serían hombres sin el Deseo y la Posesión, sin ellos, el hombre no haría cosas “buenas”, grandes obras, obras que maravillas los sentidos y los sentimientos.
-Peor los hombres serían más que hombres sin ellos… o tal vez menos, todo es tal relativo.
El anciano bajo el cobertizo se irguió en sus delgadas piernas que parecían hechas de raíces y nudosas lianas.
-Si lo comprendiste todo, lo perdonarás todo: No hay Bien Sin Mal, No hay Mal Sin Bien. No hay Mal Absoluto, no hay Bien Absoluto. Vivimos por convicciones, porque nos convencemos de la utilidad de nuestras acciones.
-Así es, viejo…
El viejo ríe.
-Es que ya eres tan viejo como yo, sin embargo, nuestras almas libres, saltan dentro de nuestros cuerpos, como olas que quiebran en la orilla rocosa, somos mares de amor, somos mares de sabiduría, somos mares de perdón, ¡Partamos, hermano mío!, ¡Ahora que hemos visto “Todo”, ha llegado el tiempo de la Creación!, ¡Seremos los Creadores de nuevas cosas, de nuevas ideas, de nuevos sabores, de nuevas formas de amar, de nuevas formas de pensar y no pensar, seremos más que nosotros mismo al final de Nuestra Segunda Partida!
-¡Sí! –dijo el viajero entusiasmado ya que su mar interior se agitaba, envolviéndose y expandiéndose en una felicidad infantil.
-¡Vamos! ¡Vamos, antes que el Último Viaje nos llegue!
-¡Vamos, antes que la Muerte nos dé su cálido abrazo!
Y partieron, y las montañas se agitaron, los cielos se abrieron y el azul del amanecer se abría. Los hombres vueltos Dioses se abrían paso, convirtiendo a otros en Dioses. Por primera vez, desde hacía muchos siglos, El Dios de la Tierra era verdaderamente Dios.
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