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El eco de la música rebotaba en las altas montañas, nevadas aún, haciendo vibrar el aire con sus notas.
Las gaitas y tambores resonaban por todo el valle aquella noche, y el resplandor de las hogueras lanzaba destellos haciendo bailar las sombras.
Una hermosa luna creciente vigilaba desde el firmamento, junto con su infinito ejercito de estrellas, y un antiquísimo bosque de robles y ayas se extendía por todo aquel pequeño valle.
Aun era temprano. Solo hacía un rato que el Sol se había puesto y que los allí presentes habían acabado de cenar, así que los mayores se hallaban charlando en corrillos mientras que los jóvenes se afanaban en recoger las sobras de la cena y así poder empezar la ceremonia.
Esto mismo estaba haciendo una muchacha de pelo negro, aunque sin mucho interés, ya que miraba a todos lados con curiosidad. En especial, su mirada solía detenerse en los jóvenes que por allí rondaban.
-. ¡ Edelweiss! .- La madre de la joven le llamó la atención con una picara sonrisa en la cara.- Ya tendrás tiempo luego de flirtear con todos ellos.- Y le guiñó un ojo al ver que su niña se ponía colorada .- Ahora recoge todo esto que la ceremonia va a comenzar.-
-. Yo no…- L a muchacha llamada Edelweiss se ruborizó y recogió con la cabeza gacha, lo que aún divirtió mas aun a sus mayores.
Por fin estaba todo recogido y la joven se sentó para servirse una jarra de hidromiel cuando la música paro de golpe y un extraño silencio se adueño del lugar durante unos largos minutos, hasta que de pronto, del bosque surgieron extraños sonidos metálicos y repetitivos, un sonido casi hipnótico.
Los músicos comenzaron a tocar de nuevo, pero esta vez tocaron una antigua melodía. Una antiquísima canción que solo podía tocarse aquella noche, y que llevaba sonando desde tiempos inmemoriales. Una melodía que todos los allí presentes la reconocían como algo inscrito en su ADN.
Con la nueva música aparecieron del bosque un grupo de personas que solo se cubrían el cuerpo con unos pequeñísimos taparrabos de pieles curtidas, y además, llevaban el cuerpo entero pintado con extraños dibujos y símbolos.
Eran los bailarines. Gente elegida con anterioridad para animar la fiesta, los cuales, llevaban también, colgadas de las muñecas, unas grandes monedas de metal, con las que, al mover las manos, producían aquel extraño sonido metálico.
Un viejo druida salió de la espesura mientras los bailarines danzaban a su alrededor, ataviado con una larga túnica gris y sosteniendo un cuenco de madera en sus manos, se dirigió con paso lento hacía el centro del campamento para sentarse junto a la hoguera central, mientras los bailarines se abrían y comenzaban con el baile ritual. Un baile tan antiguo como la melodía que en aquel momento se oía.
Al cavo de unos minutos, la música cesó con un redoble de tambores en el que los bailarines cayeron de rodillas con un movimiento totalmente acompasado haciendo aplaudir a todos los allí reunidos.
El druida anciano se incorporó y se aclaró la garganta para hacerse oír y callar los susurros que aún se oían entre el gentío, para a continuación dar un pequeño discurso sobre el significado de aquella festividad. De cómo aquella noche había que honrar a la madre Tierra con un ritual de fertilidad que asegurase la siguiente cosecha.
Tras acabar con el discurso, el anciano se sentó de nuevo y los bailarines corrieron para hacer con sus cuerpos un pasillo entre la gente y donde el druida se sentaba.
El momento había llegado y la muchacha de pelo azabache sintió un extraño hormigueo en su estomago.
Este era el segundo año que ella asistía a la ceremonia, pero el año anterior tuvo que pasar la prueba de la flor por lo que no pudo asistir a los festejos. Este año también había un grupo de muchachas, recién entradas en la madurez sexual, que estaría haciendo aquella extraña prueba, pero ella ya la había pasado y este año podía disfrutar de la fiesta, aunque todo era nuevo para ella y observaba a la gente con curiosidad, mientras iban levantándose y acercándose en fila de a uno hacia el pasillo, hasta sentarse frente al maestro.
Por fin le toco a ella y se encaminó tras su hermano mayor hacia la hoguera central para sentarse ella también frente al anciano, quien le sonrió con dulzura mientras alargaba una mano hacia el cuenco que tenía en su regazo.
Ella misma había ayudado la tarde de antes a recoger aquellas setas y ahora era el momento de comer su pequeña ración. Lo justo para hacer desaparecer las inhibiciones y cambiar la perspectiva de las cosas.
La muchacha abrió la boca y sacó la lengua para que el anciano le diese el fruto divino mientras le susurraba:
-. Eres hermosa muchacha. Disfruta de esta, tu primera noche de fuego y honra como se debe a la Madre.- El hombre puso la mano sobre la frente de la joven y susurró unas palabras en el idioma antiguo.
-. Gracias maestro.- La joven sonrió mas relajada y se levantó masticando las setas y regresó junto a su familia donde se llenó la jarra de nuevo.
Al cavo de un rato, en el que el efecto de los hongos y el hidromiel ya empezaba a ser visible en la gente, Edelweiss se despidió de sus parientes y se alejó entre el gentío, en busca de sus amigas, las cuales estaban ya reunidas en una de las hogueras más apartadas, donde los jóvenes del lugar molestarían menos con su juerga alocada a los , mas comedidos adultos. Además, así los jóvenes tenían mas libertad, alejados de las miradas de sus mayores.
Edelweiss se sentó junto a sus amigas que charlaban con muchachas de otros clanes mientras, los bailarines danzaban alrededor de las hogueras y representaban escenas de guerra o caza.
Era un espectáculo hermoso y fascinante, con un tinte misterioso que cubría de magia el valle entero.
Las muchachas reían y charlaban, las mas jóvenes hacían preguntas a las ya iniciadas en estas lides, y esta les contestaban con chanzas mientras las jarras de hidromiel iban y venían.
Al cavo de un rato, y cuando mas de uno tenia los ojos vidriosos ya, una de las jóvenes que con ella estaba, una muchacha algo mayor y mas conocedora de estas cosas, se levantó entre risas para gritarle obscenidades a un muchachito con el que había estado tonteando
Los chico s que con él estaban clamaron y silbaron mientras empujaban al tímido muchacho hacia la descocada joven. Ella lo agarro de la mano y tras guiñar un ojo a sus amigas se lo llevó hacía la espesura del bosque entre tontas risitas.
El juego había comenzado. Aquella era la única noche en que una mujer podía hacer y comportarse como quisiese. Una noche dedicada a la mujer, a su poder de reproducción, a su fertilidad… Pero aún sabiendo esto. Edelweiss no pudo evitar el sorprenderse con el comportamiento de la gente a su alrededor. Era como si aquella noche mágica no existiesen las reglas, como si todo el mundo diera rienda suelta a sus deseos. Había gente bebiendo hasta caer inconscientes, había parejas besándose y acariciándose sin ningún pudor…

Dante, un muchacho al que aquel año le había tocado hacer de bailarín llevaba ya un rato paseándose por todo el campamento. Ofreciendo mas hongos para el que los quisiese. Empezaba a cansarse cuando llego a la hoguera de los jóvenes, con su algarabía y juerga. Allí saludo a un par de amigos y comenzó a repartir setas mientras tonteaba con las muchachas bonitas.
Vio un grupo de jovencitas y se acerco con una sonrisa ladina en la cara. Aquel juego le encantaba y mas aún, con inocentes muchachitas.
Fue ofreciendo el cuenco entre bromas hasta que sus ojos se encontraron con una criatura hermosa como ninguna otra.
La muchacha charlaba y reía junto con sus amigas. Casi parecía un hada.
E l bailarín se acerco a ella y le ofreció el cuenco con la mejor de sus sonrisas, pero ella apenas le miro por lo que, dolido en su orgullo de galán irresistible, apartó el cuenco en el último momento, haciendo que la mano de la joven se cerrase en el aire.
Edelweiss giro la cara con un mohín d enfado reflejado en su rostro y se encontró con un joven algo mayor que ella y tan apuesto que casi dolía mirarle, con la más radiante de las sonrisas, que limpio su mente de cualquier pensamiento. Por un instante, o existió en el mundo otra cosa que aquella sonrisa.
Dante cogió un trozo de seta y con delicadeza se lo ofreció a la joven, quien abrió la boca y saco la lengua para en el ultimo momento, y casi mas rápida de lo que había sido él, chuparle los dedos en un gesto de lo mas erótico.
Él se sorprendió ante aquel arrebato, pero al ver que ella se sonrojaba, enseguida se recompuso. La miro intensamente mientras se metía los dedos en la boca y se alejo ofreciendo el cuenco a sus amigas, no sin mirarla de reojo de vez en cuando.
Por un momento aquella jovencita lo había desarmado por completo, a él, el cara dura por excelencia y desde aquel momento no pudo evitar desviar su mirada una y otra vez hacia aquella hermosa joven de ojos almendrados.
Su deber le llamaba por lo que tuvo que regresar a su puesto de bailarín, aunque esta vez se quedo en aquella hoguera, la de los jóvenes, viendo mientras bailaba como unos detrás de otro, muchos muchachos se acercaban a ella para al poco rato alejarse con cara de desilusión. Aunque tampoco tardo mucho rato en salir una joven para bailar con el.
Era un hombre apuesto. Lo sabía. Siempre le habían dicho que era un hijo de la Madre. Bien dotado en todos los aspectos y con una habilidad especial para satisfacer a las mujeres. Normalmente, era capaz de satisfacer a varias mujeres en una noche, por lo que en los cinco años que llevaba asistiendo a estas reuniones, ya era muy conocido entre las féminas.
Bailó un rato con una para pasar a brazo de otra, mientras la música sonaba sin descanso, pero en todo el tiempo no pudo apartar los ojos de aquella muchacha que se sentaba amparada por sus amigas.
“ Parece ser muy joven. Quizás el primer o segundo año de su madurez. Es algo bajita pero sus curvas son generosas. Seguro que agrada a la Madre. Tiene una cadera perfecta para tener hijos y unos pechos magníficos para alimentarlos” Esto pensaba el joven mientras la observaba entre las llamas y notaba como su entrepierna parecía revivir con esos pensamientos.
Edelweiss bailaba con sus amigas, de las mas jóvenes y con las que mas a gusto se encontraba ya que las mayores, a estas alturas, solo se preocupaban de con quien honrar a la Madre, y para las jóvenes, el temor a ese momento aún las mantenía demasiado alerta. Aunque lo que si hacían era observar con curiosidad como las parejas tonteaban hasta acabar desapareciendo en el bosque. Unas regresaban al rato pero otras parejas ya no volvían en toda la noche.
Cuanto mas la observaba desde la distancia, mas le fascinaba aquella joven. Le parecía una florecilla sin madurar aún, una florecilla tan hermosa que no podía permitir que le ocurriese nada malo, no podía permitir que unas mano inexpertas o brutas la tocasen. Aquella belleza se merecía para una noche del fuego como toda mujer desea que sea y Dante deseaba ser quien le diese esa noche.
El muchacho despacho, lo más educadamente que supo a la mujer con la que bailaba y se acerco a uno de sus amigos, también bailarín para susurrarle:
-. Oye… ¿Ves a aquellas jovencitas?.- Señalo hacia el grupo de Edelweiss.- Aún no han bailado con nadie. Coge a tres mas y saquémoslas. Por cierto. La de la blusa verde es para mi.- Y le guiño un ojo maliciosamente a su amigo.
-. Jajajjaja… Dante… no cambiaras nunca.- Y le alejó riendo para hablar con los demás.
Unos momentos después y como una perfecta manada de lobos, los bailarines fueron separando a las muchachas hasta dejar a Edelweiss sola.
Dante se acercó por detrás, tan sigiloso como un autentico lobo, y le tapo los ojos, sorprendiéndola
La miro de frente muy solemnemente y cogió su mano con delicadeza para meterse sus dedos en la boca, como había hecho ella hacia un rato.
-. Sois bella como ninguna. Un hada. Una dríada. Un ser del viejo mundo que viene a mi en la única noche posible de ello ¿Cual es vuestro nombre, mi diosa del verano?.- Dante sacó la mejor de sus sonrisas.
A Edelweiss aquella voz le pareció tan impetuosa como un torrente de agua.
-. OH… Vamos…- La joven puso los ojos en blanco.- ¿ no se te ocurre nada mas melindroso?.-
-. Jajjajaja.- El muchacho río ante el genio de tan delicada criatura.- Me he debido confundir. Sois una diosa guerrera… pero mi señora… esta noche es para hacer el amor y no la guerra. Dejadme a mí mostraros el poder del amor, mi diosa del verano.-
Aquel hombre se alzaba ante ella como un guerrero del viejo mundo. Seguro de si mismo. Apuesto. Fuerte… Había una fuerza colosal que la empujaba hacia él… por lo que cogió la mano que el le tendía y ambos pudieron sentir la corriente eléctrica que surgió entre ellos nada mas sus manos se tocaron.
Se miraron a los ojos y durante ese instante, ambos pudieron sentir la magia que crepitaba en el lugar. Ambos entraron en una especie de sueño en el que no existía nada mas que la hoguera y ellos mismos.
Agarrador de la mano, acercaron a las llamas y bailaron durante muchísimo rato sin que para ellos pasase el tiempo. Ella parecía un grácil junco, meciéndose al viento y el parecía un elegante y sigiloso lobo.
Durante todo el tiempo se miraron a los ojos. El profundizaba en el hermoso marrón de sus ojos, ella se perdía en el verde de los suyos. No necesitaban hablar para comprenderse y se comprendían con una claridad que no tienen las palabras..
Dante movió las manos alrededor de Edelweiss, haciendo sonar así las monedas que llevaba colgadas de las muñecas, lo que provocó que ella cerrase los ojos un instante, momento que él aprovechó para desatarle el lazo que le sujetaba el moño y la melena negra de la muchacha cayo como una cascada por su espalda.
Él la observo fascinado. Era preciosa. Una verdadera diosa a la luz de la Luna…Aquello tenía que ser cosa de magia…
Le acaricio el pelo negro como el tizón, notando la curva de su espalda…Pero de pronto, la música cambio a una melodía frenética en la que todos bailaban con todos y en ese momento otro bailarín se la arrebató de los brazos entre brincos y risas en un baile en el que las jóvenes pasaban de brazo a brazo como locas.
Dante se sintió frustrado al ver como ella le alejaba alrededor de la hoguera pues aquella muchacha despertaba en el unos sentimientos como nunca antes había sentido, aunque no pudo pensar mas ya que otra joven llego a el en el mismo baile.
Edelweiss notó el tirón y se dejo llevar por el baile como saliendo de un extraño hechizo, aunque enseguida tuvo conciencia de la realidad, con lo que salto, canto y río junto a los demás bailarines mientras giraba alrededor de las llamas.
Con tanto movimiento, un par de botones de la camisa se le habían desabrochado y además, hacia un rato ya que se había descalzado para bailar más cómodamente. Dio una vuelta entera a la hoguera, pasando de brazo a brazo hasta encontrarse de nuevo con Dante, su bailarín misterioso, pero el ritmo del baile solo les dejo decirse un par de cosas:
-.¿ Os gusta hacerme sufrir, mi diosa del verano?.- Los ojos del joven brillaban por la pasión mientras observaba a la joven, cuyas mejillas estaban sonrosadas por el esfuerzo y tenía el escote medio abierto.
-. Pronto sufres entonces, bailarín misterioso.- Contesto ella entre risas y envalentonada por el alcohol y los hongos.
-. Jajajajajaja.- De nuevo aquella risa vigorizante.- Bailarín misterioso…-
De nuevo alguien se llevo a Edelweiss y esta vez Dante sintió una punzada de enojo, aunque lo disimulo como mejor pudo para no ofender a las demás muchachas que tenían que bailar con el, pero sus verdes ojos solo eran para ella, para su diosa, que danzaba entre las llamas entre los abrazos de otros…
Aquella muchacha tenia que ser suya. Tenia que hacerla feliz, hacerla gemir y honrar a la Madre con ella como no lo había hecho antes con nadie. El joven sentía como su deseo crecía con forme la veía acercarse de nuevo.
Ya no podía aguantar más. Dejo a la joven con la que bailaba y se acerco rápidamente a ella y el joven con el que ahora bailaba, esperó unos minutos, sin que ella se diera cuenta y cuando llego el momento de cambiar de pareja, Edelweiss se vio arrastrada fuera del circulo por unas manos que la sujetaban por la cintura.
-. No te vas a escapar por mas tiempo.- La voz de Dante sonaba enrojecida por el deseo.
-. ¿Y quien te dice a ti que yo quiero..?.- Edelweiss cerro los ojos para no caer de nuevo en el hechizo, pero estaban tan cerca el uno del otro y su olor a hombre era tan embriagador…
Edelweiss nunca había sentido lo que ahora sentía. Aquel calor que le recorría todo el cuerpo y ese extraño hormigueo entre las piernas la tenían desconcertada.
-. Oh… si que me deseas. Puedo notar el calor que irradias muchacha.- Dante le cogió con delicadeza por la nuca, obligándola a levantar la cabeza y así pudo besarla delicadamente, saboreándola.
Al principio, Edelweiss estaba tan rígida como un palo, pero con forme ese maravilloso beso se alargaba sus defensas fueron cayendo una a una con forme un terrible incendio se apoderaba de sus órganos internos. Suspiro extasiada.
Dante se separo maliciosamente y ella hizo un mohín la mar de gracioso, lo que provoco otra de aquellas vigorizantes risas.
-. Eres un arrogante.- Le espeto ella haciéndose la ofendida.
-. Si que lo soy.- El se agacho mas aún y cogiendole del trasero con las dos manos la levanto para no tener que agacharse y poder besarla mas cómodamente, pero cual fue su sorpresa cuando aquella tímida muchacha dio rienda suelta a su pasión y le abrazo la cintura con sus piernas, mientras con los brazos se agarraba a su cuello.
Aquel movimiento coloco el , ya duro miembro del joven al calor de la entrepierna de ella, con lo que casi le hizo perder el control.
-. Mujer…¿Qué me estas haciendo?.- La miro y en sus ojos marrones pudo ver reflejado un deseo tan grande como el que el sentía. Enterró la cabeza en el cuello de la joven y aspiro su aroma con un sonido casi animal.
El deseo que Dante sentía en aquel momento era hasta doloroso, por lo que sin bajarla, se encamino hacia la espesura del bosque.
Edelweiss sentía que iba a explotar, pero al notar como el se movía hacia el bosque se puso tan tensa que el muchacho tuvo que para y dejarla en el suelo.
-. Yo no…- La joven tenia miedo de lo que iba a suceder, pues sus recuerdos de la prueba de la flor no eran muy agradables.
-. Ya lo se, mi diosa del verano.- Dante la miraba extasiado.- Mi misión esta noche es hacerte feliz. Será lo más hermoso que hayáis vivido hasta ahora. Y de todas formas, solo llegaremos donde tu quieras llegar. Lo juro por mi honor.- Decía la verdad, pues desde el momento en que a vio deseo poder darle esa noche que toda mujer desea. Darle amor en más puro estado. Dárselo todo de si mismo. Quería tratarla como la diosa que era, adorar cada centímetro de su cuerpo y escuchar su canto al amor.
Edelweiss observo a Dante y le pareció un guerrero del viejo mundo, allí plantado, con las pinturas cubriéndole gran parte de aquel musculoso y ancho pecho, con aquella sonrisa tan sensual y esos ojos verdes como esmeraldas que la miraban con una ternura tal que todo miedo desapareció mientras lo observaba.
Tenia que ser el quien la hiciera mujer al fin. Lo sentía en cada célula de su cuerpo, por lo que cogió la mano que el ofrecía y le sonrío sonrojada.
Dante la condujo entre la maleza, mientras la abrazaba por detrás, besándole el cuello, hasta llegar a un pequeño claro en el bosque, donde la luna brillaba sobre un manto de florecillas primaverales.
En aquel claro, también había una roca toda cubierta de musgo y con movimientos gráciles Dante levantó a la joven para sentarla en ella. Le acaricio la barbilla, levantándole la cara.
-. En verdad que eres una hija de la madre.- Le beso de nuevo con dulzura.- Preciosa…-
Poco a poco, aquel dulce beso fue aumentando su pasión, hasta que llego un punto en el que Dante pensó que explotaría si no hacia algo para remediarlo.
Las manos de Edelweiss se hacían mas osadas por momentos, provocándole cientos de agradables escalofríos allí donde ella tocaba.
-. No, mi diosa del verano.- El se aparto un poco para despejar la mente.- Esta es tu noche, hadita mía.- La levantó en volandas entre risas para a continuación posarla en el suelo, sobre el lecho de florecillas.
La observo durante unos minutos así, tumbada entre las flores y con la luz de la Luna reflejándose en sus hermosos ojos color tierra.
Edelweiss se sentía febril y dichada en aquel momento, con un gigante guerrero erguido ante ella, como un dios del antiguo mundo y con el taparrabos tan tenso que parecía a punto de soltársele.
Al observar aquello, la joven volvió a sentir aquella extraña sensación en su bajo vientre, y los nervios también volvieron a aparecer mientras Dante se sentaba de rodillas entre sus piernas.
Las manos de aquel hombre eran como descargas eléctricas que lee provocaban espasmos allí donde tocaban.
Las manos de Dante acariciaron delicadamente sus parpados, sus labios, su cuello, para luego ir bajando poco a poco por su escote.
Edelweiss arquero la espalda involuntariamente y el deseo de Dante aumento mas aún. Bajo las manos para agarrarle los pechos con firmeza y con la boca, con sus dientes, fue abriendo la camisola mientras con las manos la abría y le acariciaba los pezones.
Edelweiss suspiro al notar el aire fresco en su piel desnuda.
Dante desabrochó la camisa, dejando al descubierto el torso de la joven y de nuevo, perdio un rato observando su cuerpo, siguiendo sus curvas con los dedos, haciendo que los suspiros de Edlweis aumentaran de tono, y que sus caderas comenzaran a moverse buscando algo.
El arreglo ese problema y con una sonrisa capaz de deshacer el Polo Norte apreto su cadera con la de la joven, rozando su miembro suavemente. La beso de una forma salvaje y anhelante mientras masajeaba sus pechos firmemente.
Edelweis gimió de placer por primera vez en su vida y aquel sonido fue para el mayor de los regalos. Un sonido tan dulce como la brisa primaveral que casi estuvo a punto de hacerle perder la cabeza.
Ya no podría aguantar mucho más. Dante lo sabía, por lo que paso a la accion arrancándole la falda de un tirón.
Edelweis grito sorprendida y aquel gritó aún lo envalentonó mas aun.
Le acaricio los pechos, la barriga, las piernas…Le beso el ombligo, los pezones, los pies…y la joven sentía como si ascendiese por una escalera de sensaciones mientras el hundía la cara en su entrepierna para hacerle cosas que ella ni siquiera había podido imaginar.
Dante abrió los pétalos de su flor, saboreo su néctar como si de hidromiel se tratase y los gemidos de Edelweiss se convirtieron en hermosos grititos de placer bajo aquella lluvia de besos.
El joven, maliciosamente, intensifico el ritmo de su lengua juguetona hasta que las uñas de su diosa se clavaron en sus hombros y sus gritos se elevaron en la noche como un hechizo de fertilidad.
.- Mi bailarín misterioso…- La muchacha apenas podía hablar, pero se incorporó y le miro directamente a los ojos, con los ojos y las mejillas encendidas por la
pasión.- Hazme tuya .- Su voz era como la de una diosa.
Aquellas palabras atravesaron al muchacho y sin decir una palabra se desató el taparrabos, dejando su miembro libre al fin.
Edelweiss observó sorprendida aquella nueva parte del cuerpo de su guerrero. Era enorme y eso que aún no estaba erguido del todo.
Por un momento el miedo regreso a ella pero el deseo que sentía hacia aquel hombre era tal que se acerco mas aun y cogiéndolo con las dos manos lo beso por todos lados, siendo ahora ella quien provocaba los gemidos de su amante.
La muchacha saboreo la suavidad de aquel miembro que crecía por momentos. Lo recorrió con su húmeda lengua, de arriba abajo mientras notaba los escalofríos que recorrían el cuerpo de su guerrero.
-. Mi diosa del verano…¿Qué me estas haciendo?.- Dante no había experimentado aquellas sensaciones con ninguna otra mujer, y su deseo por ella tenia que notarse en el mundo entero.- Vas a conseguir que explote sin haberte tocado siquiera.- Su voz estaba ronca de deseo.
-. Pues no lo pienses más y hazme tuya de una vez.- La joven tímida y frágil había desparecido para dar paso a la encarnación misma de la Madre, toda fuerza y vida.
Con un sonido grave de su garganta, el muchacho apretó poco a poco sus caderas para notar como su miembro iba abriéndose paso entre los húmedos pliegues de su diosa.
Aquel miembro que con tanto cuidado tenía que manejar con todas las mujeres entró en su diosa a la perfección. Por primera vez en su vida, Dante pudo introducirse del todo en una mujer.
“Dioses…Esta mujer ha sido creada para mi” Pensó el muchacho notando un placer como nunca antes.
Ella grito, el gruñó, y ambos se movieron y retorcieron disfrutando de estar tan unidos.
Ya no eran dos seres. Ahora eran uno solo y todo en sus cuerpos se acompasó de igual modo. Sus corazones galopaban juntos, sus respiraciones también.
La pasión y el deseo crecio hasta un punto en el que ambos pensaron que moriría allí mismo, ascendiendo por la escalera de los placeres, hasta que, en total armonía, estallaron los dos a la vez.
-. Mi diosa del verano…- Un rato después Dante le acariciaba el pelo y la observaba apoyado en un brazo.- ¿Qué voy hacer a partir de ahora?.- El joven sabía que con ninguna otra mujer podría sentir lo que con ella. Sentía que ella era su mujer, la compañera que siempre había deseado.
No regresaron a las hogueras en toda la noche. Estuvieron en aquel claro, acariciándose, besándose, mirándose con todo el amor del que eran capaces.
Hicieron el amor muchas veces. Honraron a la Madre como ninguna otra pareja lo había hecho y la Luna fue testigo de su amor.
Pero aquella noche, por muy mágica que fuera, también tenía que acabar y un nuevo amanecer despuntó. El sueño de verano terminó y con él, cada uno tuvo que regresar con su respectivo clan.

Un año después…
Por fin llegó el día de nuevo. Por fin había pasado todo un ciclo y por fin Dante estaba de nuevo en aquel pequeño valle lleno de magia.
Desde el momento en el que llegó con su familia fue a pasear por el lugar, en busca de aquello con lo que soñaba cada noche. Con ella. Con su diosa del verano.
Tenia que verla de nuevo. Encontrarla. Había pasado un año entero deseando este momento con toda su alma y ahora que por fin había llegado, no la veía por ningún lado.
Paso dos días deambulando por todo el campamento sin ningún resultado y el tercer día sus pasos le llevaron, sin quererlo, hacia el pequeño claro en el bosque donde había vivido los mejores momentos de su vida.
Por la cabeza del muchacho comenzaron a pasar ideas tales como que quizás se había casado, o peor aún, quizás le había ocurrido algo durante el año pasado. Comenzó a preocuparse de veras pero en aquel momento un sonido llego hasta sus oídos, sacándolo de sus pensamientos.
Parecía una melodía. Con forme se acercaba al claro pudo escucharla mejor. Si. Era una canción. Parecía una canción de cuna muy antigua, pero la voz que la cantaba…Era como una brisa veraniega.
¡Si! ¡La voz de su diosa del verano!
Dante corrió los metros que le quedaban, hasta salir de la espesura y entrar en una especie sueño.
Allí estaba. Todo estaba igual. El manto de flores primaverales sobre un lecho de musgo. La roca cubierta de musgo…A la luz del día, aquel lugar parecía mas especial aún, pero lo que llamó su atención fue ver una pequeña figura ataviada con una túnica verde, sentada de espaldas a él, en medio del manto de flores.
Al oírlo llegar, la figura se incorporó, de manera que la capucha que le cubría cayo sobre su espalda. Dejando así a la vista una larga melena negra.
-. Mi diosa del verano…- Dante sentía tanta alegría que tenía ganas de llorar.
-. Valla. As tardado bailarín.- Edelweiss contestó mientras se encaraba con él, con lagrimas resbalándole por las mejillas.- Empezaba a preocuparme.-
Edelweiss mantenía la cabeza gacha y los brazos metidos bajo la túnica.
-. Hermosura…No he podido olvidarte. Me as hechizado, embrujado- El joven intentó bromear un poco mientras se acercaba dispuesto a abrazarla.
Edelweiss vio en los ojos de Dante un amor tan grande como el que ella sentía y todos los miedos que durante un año la habían acompañado sin descanso desaparecieron como pro arte de magia.
En aquel momento, algo se movió bajo la túnica de Edelweiss y con una radiante sonrisa en su rostro, descubrió su tesoro mas preciado.
Dante quedo inmóvil, mirando lo que su diosa sostenía en brazos. El corazón quería salirse de su pecho.
Era un bebe, una pequeñísima niñita tan adorable que casi dolía mirarla. Con unos hermosos ojos verdes y un bonito pelo negro que le miraba curiosa como una ardillita.
-. Es…Es?...- Dante miro a la joven diosa sorprendida pero al que esta sonreía tímidamente soltó un grito de jubilo que se escucho en todo el valle.
Cogió a su mujer y su hija en volandas y bailó con ellas por todo el claro. Eufórico.
Hacia un año, habían honrado a la madre como nadie lo había echo antes. Su amor era tan grande, tan puro… que fueron bendecidos con el fruto de ese amor.

Texto agregado el 02-09-2012, y leído por 127 visitantes. (0 votos)


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