Salí del hotel a las 6 de la mañana, con la resaca y un par de ojeras marcadas y ratificadas por los años.
Tanteé mis bolsillos y caí en cuenta de la urgencia: no me quedaban más cigarrillos.
Buscaba el primer quiosquito que se me cruzara y de paso, al dar la vuelta a la esquina, compraría alguna baguette para el desayuno, un poco calculando que a esa hora las panaderías ya abrieron sus puertas.
Sé que te despedí con un beso un poco aburrido, demás decirte que nos presentí: vos, apurada por volver a tu casa, un poco aturdida; y yo, algo dormido e insatisfecho.
Caminé de la forma particular que tienen los peatones que trasnocharon y vuelven durante la mañana, un poco se distraen con los aromas y los pájaros, y otro tanto disfrutan de esa soledad cómplice.
Es curioso como nuestros sentidos se mezclan en perfecta armonía descubriéndose los sonidos más íntimos y distantes, las veredas se distribuyen ante nuestra vista como un dibujo en simetría exacta y los planos nos revelan la perspectiva del punto de fuga y la línea de horizonte, una avenida poco transitada, a lo lejos.
Un perro ladró impaciente, la voz grave y mis palabras lo calmaron. Me gusta crear esos espacios que nos multiplican…pensé en nuestro encuentro…mis ojos se entornaron, torpes y sonrientes.
Visualice un ave que rozó mi cabeza, y se afianzó sobre un ficus, alzando su pico en compás de espera pió estridente, un zorzal, alado amante matinal en pleno uso de sus juegos de apareo. Completando el cuadro lúdico de plumas estiradas como dos brazos que componen el abrazo que llama, que invita.
Las plantas y los árboles se intuyen, te saludan, sentís su presencia , de alguna manera el paisaje urbano y ese silencio de trinos y cielo azul, de pasos dispersos, de acústica infinita se interpreta como una especie de alineación cósmica con el resto del universo, casi te diría una pacífica euforia. Un resguardo de todo lo frágil y lo corrosivo.
Acaso uno regresa como si llegara de alguna batalla perdida… o tan descolocado con la realidad que no se rescinde de la fantasía. Recordando nuestro caminar noctámbulo, nuestros diálogos entre medio de los abrazos y besos, en una localidad que parecía fuera de toda inseguridad.
Cuánto anduvimos, diez, cien cuadras…no lo sé, pero nos sentíamos hermosos, no nos importaba ni lo tarde que era, ni el frío y a pesar de notar cierta incertidumbre, nos dejamos llevar por la noche y la soledad de las calles.
Preferí hallarme, en ese cigarrillo, prendido, obcecado y mirar…con los ojos de atrás, porque no es lo mismo ver todo se enfrenta uno, sino así, recorriéndolo en contemplación.
Tal vez no debimos ir a ese hotelucho, con sus miserias y sus espejos, el conserje aislado en el habitáculo restringido, esa habitación pequeña con los menesteres y los objetos de siempre, preparados, justos y exacto; para desenmascarar los deseos o retractarnos de nuestros apetitos inconclusos y ya confesos.
Cruzaba las calles y repasaba: nuestra charla apasionada, los gestos, los momentos, los cambios de humor. Los tuyos y los míos. La retorcida manera de adentrarnos, de socorrernos y de desearnos, y de alejarnos…de despedirnos por última vez en el día…esta mañana.
“Modigliani” me dijiste. –“Es una reproducción de Modigliani”.
Y me contaste la historia. A mi ya no me interesaba, te imaginarás que te lo he dicho mil veces…no me gustan las historias repetidas…por supuesto no hablo la del pintor, sino la del círculo de mis vivencias. Las que parecen continuarse como una rueda. Estoy medio loco, imagino que lo pensarás, es inútil… pero ni bien la anécdota de los suicidios, el maldito y el seductor se reinician, el corazón me da un vuelco, y aparece el olor a naftalinas, ese dolor agudo y viejo se presenta.
Obviamente, no lo entenderías, yo simulo esa profunda lejanía, esos ojos de “me estás perdiendo” Profundamente me hiere estas palabras: “¿ podrás determinarte?”. Me persigue esa imagen de acomodarse en una situación, me peleo con lo profundo de tus entrañas. Calculas? Concibes? son nuevas excusas para aprovechar una huída, otra gran causa abierta y acto seguido la herida late.
Importa si de resguardo o para separarte de mí?. Te aseguro que no me preocupa, tengo callos.
Sé perderme, no te preocupes, pero me he ido por las ramas y no te he contado el por qué de este relato, la gran tentación tuya es que te sintetice los hechos y las circunstancias, y después de tanto narrarte, acaso esperes que cuente la historia detrás de la historia.
Aunque conociéndote como amas la Literatura con mayúsculas, descubro que no te interesa ni remotamente llegar al final.
Y entonces lo ví, al pájaro.
No voy a confundirme con negarme ese encuentro. Su pasar se instaló ante mi presencia, vacía implacablemente vacía. Tenía una señal de alerta en el pecho, cómo pude verla no lo sé.
Allí estaba. Él tenía las mismas plumas y el andar de siempre, de a saltitos, me siguió unas cuadras más. Ni bien yo cruzaba de vereda en vereda, el pájaro planeaba su aparición, entre distante y alerta
Yo fingía no darme cuenta de la situación y tiré unas miguitas de pan. Supuse que batía las alas para alimentarse. Que buscaba los pequeños pedazos de la hogaza para saciarse. Pero a pesar de dejar ese camino repleto de señales, aún más él se acercaba y me miraba con sus ojos de ave.
Me quedé inmóvil, observándolo. Casi sin querer nos topamos, él aventajó una sonrisa, pero de esas que nunca se ríen sino sospechan…aleteó un rato, abrió su pico, hizo los ademanes del cantautor y se fue volando.