Entró caminando furiosa, dando pisotones sobre las tablillas de madera de la sala, dejó caer en un azote seco sus cuadernos sobre la mesa, me miró y vociferó:
- ¡Odio a los artistas!
- Pero, ¿Qué decís? –contesté-
- Son todos unos pedantes, egocéntricos del culo, se pavonean tanto de cultos, de libres, pero no, ¡No! Si se espantan cuando ven a alguien libre –continuó colérica, sentándose a su máquina de escribir, Lucy se llama, una chica de unos veintiséis años, cuyos sueños de ser escritora, están tan gastados como su ropa-
- Y bueno, ¿Pero acaso vos no sos artista también?
Me miró entre ojos, dejó su máquina de escribir, y cual águila que mira a su presa me aventó sus palabras
- ¡No! ¡Nunca! Yo no soy como ellos –dijo rabiosa, tirando unos papeles al suelo- yo no tengo podrido el cerebro, yo transpiro, yo fornico con el papel, ellos están muertos.
Volvió al silencio, y empezó a escribir amamantándose del seno de la furia, cual llamita de candela sus letras se hicieron vapor esa noche.
|