Caí en cuenta de lo que estaba sucediendo en el momento que el claxon del camión de gran tonelaje sonó, advirtiendo la tragedia al tiempo que se abalanzaba como un proyectil sobre los coches esperando su turno para avanzar. En la caseta de cobro de la autopista México Puebla.
Eran las 3:45 am, hacia frio, como siempre en esa parte de la carretera, las ventanillas se empañaban con cada aliento, la neblina rodeaba los montes cercanos vistiendo la negra noche de una plata fantasmagórica y a veces de sepia, si el coche en turno tenía faros para niebla. El aullido del monstruo de acero y fibra de vidrio se acercaba, paso de ser una supuesta alucinación a un eco verdadero y con el, los de los demás automóviles, con mas urgencia y desesperación que el inicial, fue en ese instante que toda mi congoja y supuesta tristeza desapareció, la supervivencia le había ganado el puesto a la melancolía, como de una patada en el trasero, si es que esta tuviera nalgas.
¡Son solo fracciones de segundo saben! Instantes que se vuelven eternos, como si de el maldito big-bang se tratara, ruidos de cristales rompiéndose, metal retorciéndose, gritos de suplica y la maldita pregunta-¿Y si hubiera?
Mas que la inminente colisión, me preocupaba en lo que me había convertido…el hombre de los mundos imaginarios, de los supuestos, el que analizaba sin dejar que fluyera la vida, siempre con la misma pregunta ¿Y si hubiera? Pero parece que eso poco importaba ahora, por el espejo retrovisor veía como la luz de los grandes faros devoraba los automóviles, escupiendo los restos en pedacitos de fuego, vomitando perdidas.
El brillo se hacia mas fuerte, mas cegador. ¿Cuánto habría tardado desde el primer aviso en recorrer los 150 metros a esa velocidad? ¿Instantes? En este tipo de situaciones es toda una vida. ¡El universo se creo en diez segundos parsecs! Fue ahí cuando entendí lo que mi maestro de matemáticas nunca pudo enseñarme; que el tiempo es mas lento para el que espera, que para el que avanza dentro de el, Einstein y su magia negra.
No vi mi vida en esos momentos, por la idea de lo que se escucha y se lee pensaba que así seria, que la imágenes mas significativas y los momentos mas oscuros saltarían ante mi cual visor de cuentos (esos que giraban en un carrusel de pequeñas diapositivas, regularmente con los éxitos de la taquilla) ¡Si, mi infancia fue en los ochentas! En ese México del mundial y los grandes fracasos, morales y económicos, con la palabra crisis como estigma (no se si me aterra que eso nunca haya cambiado)
No vi la primera vez que conocí el mar, ni en la que casi me ahogue, tampoco cuando pelearon mis padres o las tantas que se amaron, no recordé cuando asistía disfrazado de fantasma a las fiestas infantiles, ni la ultima vez que fui a una de ellas, la primera vez que me maraville con algo o el día que por fin sentí lo que era el miedo.
Quería recordarlo, quería vivir esas últimas perlas, darle validez a todo lo que significaba la vida y en lo que terminaría, pero no fue así, nada fue como en las películas, ni el milagro que salva la noche, ni la canción al final que pacifica el alma.
Seguía cuestionándome la ultima decisión, sí esta habría sido la correcta, si hubiera girado a la derecha hacia el aeropuerto y no a la izquierda buscando el retorno en la avenida Zaragoza, si mi ego no me hubiera ganado, si hubiera luchado.
Instantes nada más… fracciones de segundo, el impacto que por fin llega, el sabor de la sangre impregnando todos los sentidos, el sentir que el momento te arranca el alma, las luces y los crujidos, la persona retorciéndose; aunque ya nada de eso importa ahora, ni el claxon, ni las historias en cada uno de los ataúdes con sus distintas aleaciones y marcas, ni las cosas que quedan atrás.
Ya estaba muerto
Desde el instante mismo en el que había decidido que no iba a hacer nada para impedir que ella tomara ese avión. |