Desde que tenía uso de razón aquellos aullidos la habían acompañado cada noche de su corta vida, como una hermosa canción de cuna que que la protegía de los malos sueños.
Nunca antes se habían escuchado en aquel lugar a los lobos. Ni siquiera la gente del lugar sabía que en sus tierras se criaran estas, para la mayoria, bestias. Pero desde el mismo día de su nacimiento, desde el momento en el que la pequeña recien nacida proclamó su existencia con un sonoro llanto, aquella antiquísima canción se alzó en el aire de la noche, como dandole la bienvenida al mundo de los vivos.
Cada noche, la niña se dormía con aquel sonido, y como si de un hechizo se tratase, en cuanto su mente abandonaba la realidad, se veía arrastrada a lo más profundo de aquel hermoso bosque, tan cercano, tan desconocido...
Cada noche se abandonaba a un fantástico sueño donde sus pequeñas y torpes manos se convertían en fuertes garras con las que moverse rápidemente entre la espesa maleza. Sus tiernos dientes de leche, se convertían en poderosos colmillos con los que desgarrar la carne de sus presas y todo su cuerpo se cubría con una gran mata de pelo negro.
Cada noche se convertía en una hermosa y joben loba que corría junto a su manada. Sus hermanos. Aquella manada que había venido a buscarla, que la esperaba cada noche para iniciar sus correrias nocturnas, y solo durante aquellos ratos, al amparo de la Luna, la pequeña era realmente feliz.
Cuando la Luna se alejaba para dar paso a un nuevo día, algo muy poderoso la arrastraba de nuevo a aquel pequeño y devil cuerpecillo de niña, que la esperaba tumbado sobre su lecho, para, un día más, despertar y ver como los recuerdos de la noche se perdían en rincones de su mente.
Durante el día, intentaba aparentar que nada ocurría, que nada recordaba, pero su vista y su mente se perdían demasiado en el bosque. Había algo en aquella espesura que lllamaba a gritos. Los sentía en cada celula de su cuerpo y tenía que hacer un esfuerzo supremo para no desovedecer a su madre y perderse sola en aquella espesura, pues aún era pequeña para que la dejaran salir sola y los lobos tenían asustado a todo el mundo.
Asi paso la niña sus primeros años de vida, rodeada de criaturas a las que no comprendía, atrapada en un cuerpo que no sentía como suyo.
Pero llegó un día en que no pudo evitar el internarse en la espesura del bosque pues se les acavaba la leña y su padre había caido enfermo, en un invierno especialmente duro, por lo que se abrigó lo mejor que pudo y mientras su madre se quedaba para cuidar de su padre, ella se fue en busca de leña, adentrandose en la espesura y dejando sus huellas marcada en la nieve recien caida.
Mucho caminó por el bosque aquel día y los brazos le dolían del peso de las ramas que portaba, por lo que paró para comer un poco y asi descansar antes de regresar a casa, cuando por el rabillo del ojo pudo distingir movimientos furtivos entre la maleza.
El corazón comenzó a latirle desvocado mientras veía surgir del bosque, con ojos humanos por primera vez, como la manada de lobos se acercaba sigilosamente a ella.
Una vocecilla en su interior. Un susurro apenas. Le decía que corriese, que huyese, que corria peligro pues era un bocadito demasiado tierno. El lobo que llevaba dentro bien lo sabía, pero una fuerza más poderosa la retuvo alli sentada, viendo como sus hermanos se acercaban y la rodeaban.
Al verlos de cerca pudo reconocerlos a todos ellos pues los conocía de sobra. Aquellos animales eran sus unicos amigos, su familia, y por un momento pensó que ellos tambien la reconocían pues no atacaron, si no que se acomodaron a su alrededor, observandola, esperando algo que solo ellos sabían.
La niña estaba más cansada de lo que creía tras todo el día caminando y poco a poco el Sol fue declinando, la temperatura descendio bruscamente y un terrible sueño se adueño de su cuerpecito de niña. Se estaba conjelando poco a`poco, pero ella era muy pequeña para pensar en eso, por lo que casi sin darse cuenta se quedó plácidamente dormida sobre la capa de nieve recien caída.
Como cada noche, dejo su cuerpo para transformarse en una hermosa loba negra, aunque aquella vez no se vió arrastrada al bosque, ya estaba en el, y todos sus hermanos seguían allí, rodeandola, observandola. Entonces, el gran lobo gris. Aquel que era el macho alfa de la manada se acercó a ella y olfateó un bulto que tenía a sus pies. Solo entonces se dió cuenta la loba de que a sus pies estaba su cuerpecito humano.
Parecía estar dormida, pero pronto se dió cuenta de que de aquel cuerpo ya no surgía aliento, ni calor alguno. Su piel humana había adquirido un tono azulado y sus amoratados labios se curvaban en una extraña sonrisa... Era la primera vez que veía su cuerpo humano con ojos lobunos, pero no podía reconocer aquel cuerpo como el suyo, no pudo hacerlo nunca, ni cuando vivía en él. No. Aquel extraño cuerpo no era el suyo, por fin sintió que había dejado atrás una gran mentira y ante ella se abría una nueva vida. Su verdadera vida.
Aquella noche, en la que la Luna Llena se alzó en el firmamento, mas grande y luminosa que nunca, un nuevo aullido, joben y lleno de vida, se alzó en la noche.
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