La quinta de Derqui 2
Todo fue inútil con la Compañía de electricidad y me vi obligado a contratar los servicios de un electricista.
Aquella primera carta fue precursora de muchas otras que nos anunciaban diversos inconvenientes. El deshollinador (todavía quedan en el partido de Pilar y sobretodo en Derqui) varios miembros de este antiguo oficio, ya en estado de extinción. Decía que el deshollinador exigía de nosotros, vía municipal, clausurar ciertos tiros de aire, hacer colocar nuevas puertecillas, etc. En fin mucho trabajo, muchas molestias y muchos más gastos.
Los inspectores municipales nos exigían que hiciéramos llevar toda la basura que el anterior propietario, había acumulado junto al cerco. La casa también tuvo que sufrir como consecuencia de tanta actividad.
Un día aparecieron unos hombres armados de serruchos, hachas y escaleras y nos exigieron en nombre de la Compañía de Teléfonos el acceso a nuestro terreno para podar una serie de ramas de haya porque entorpecían el paso de la línea, aunque nosotros no hacíamos uso de la misma.
Cuando nuestro noble propósito de arreglarlo todo por nuestras propias fuerzas, sin gastar nada, resultó condenado al fracaso, resolvimos tomar en cuenta nuestros propios deseos: hicimos venir a un carpintero y le encargamos un banco rústico y una verdadera y simpática mesa campesina. Luego hicimos arreglar los baños, compramos una estufa y una cocina a leña que tenía un depósito para calentar el agua.
Hicimos revisar el techo, el pararrayos y las canaletas. Las tejas del techo estaban casi todas rotas. Las hicimos quitar, tuvimos que comprar otras y colocar de nuevo. Esta tarea dio trabajo a media docena de recios vecinos
Como una torta atrae a las moscas, así reunimos en torno nuestro, enjambres de vidrieros, cerrajeros, albañiles y pintores. La casa se llenó de zumbidos. Cuando respondimos a todas las exigencias oficiales y privadas, la casa fue nuevamente tasada por la Dirección Impositiva y ¡lo que son las cosas!, su valor se había acrecentado notablemente y claro, el impuesto subió en relación.
Ya habíamos tocado fondo con nuestros ahorros y sobrevivíamos gracias a un oportuno préstamo que me hizo mi hermana, quien también vive en Derqui, pero en un hermoso departamento de un edificio de gran categoría.
Ella siempre me pronosticaba que mi matrimonio no iba a ser duradero, al casarme con una mujer tan joven y menos aún, viviendo en el campo.
El tiempo no le dió la razón. Fuimos felices y amamos nuestra casa y aunque para mantenerla en buenas condiciones, a veces tuvimos trabajar como enanos y hacer grandes sacrificios. Pero valió la pena.
Ahora que estoy viejo, mi mayor satisfacción es subir a la bohardilla y observar al panorama. Tengo en torno a la casa coposos árboles, setos y ni un solo techo que impida la visión ¡Un verdadero parque!. Solo allá abajo, junto al lago, en la otra orilla, comienza el mundo poblado, se yerguen las casas y edificios, allá se oyen las bocinas de los automóviles, anda gente, se agita el pulso de la vida, el trajín del mundo comercial, mientras yo estoy acá arriba, tan apaciblemente viviendo en la verde y libre madre naturaleza.
¡Maravilloso!
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