Participantes :
inicio*Ignus desarrollo**Stromboli, desarrollo ***camino-de-vida, final****kone
Maldición roja
*
Vince volvió a sonreír. Hacía trescientos años que no sonreía… Pero la ocasión lo ameritaba. Por fin, se permitía volver a sonreír.
El solía ser un hombre feliz. Poseía su pequeña casa, una esposa que lo amaba, sus hijos…
Una tarde de otoño se truncó su felicidad, en la forma más inesperada imaginable. Él se encontraba, como todos los domingos, preparando a sus caballos.
Verónica estaba ubicando las cosas en la carreta, y sus hijos jugaban junto al granero.
Vince creyó ver una sombra… pero pensó que se trataría de algún pájaro grande. Siguió con su trabajo con tranquilidad. Si se apresuraban, lograrían llegar a tiempo para saludar al Padre Horace, antes de comenzar la misa, y preguntarle si todavía le interesaba comprar esas semillas…
Vince estaba concentrado en los caballos, por lo que no pudo notar el silencio a su alrededor, hasta que los caballos se agitaron de manera imprevista. Entonces, cayó en la cuenta de que desde unos momentos atrás no escuchaba a sus hijos… y, ¿dónde estaba Verónica?.
Observó a su alrededor, con algo de desconcierto, y su mente no pudo asimilar lo que sus ojos estaban observando. Junto al granero, sus hijos estaban en el suelo, cubiertos de una especie de capa negra, que no era otra cosa que las alas de un gigantesco vampiro…
No veía a Verónica por ninguna parte…
Corrió hacia sus hijos, en sus manos llevaba un enorme mazo que había tomado del suelo. No era un arma útil contra un vampiro, pero no tenía otra cosa…
El vampiro, lo vió casi inmediatamente, y adivinando sus intenciones, remontó el vuelo llevando a sus dos hijos con él. Nunca más volvió a verlos.
Vince miró en todas direcciones, buscando a su esposa; fue gracias a eso que tuvo tiempo de ver al vampiro cuando volvía al ataque sobre él. Apenas atinó a golpear con el mazo en la dirección de la que provenía el ataque. Dio de lleno contra un lado de la cabeza del vampiro. Le hundió medio cráneo, pero el fantasmal atacante era inmortal… Con un certero zarpazo lo envió contra la rueda de la carreta. Luego se plantó sobre él, sosteniéndolo con fuerza sobrehumana. Vince no podía moverse. Gritaba como un loco, por miedo y por furia; ese ser le había arrancado todo lo que tenía, su esposa, sus hijos… Sólo quería liberarse para luchar con él hasta matarlo, o hasta morir en el intento…
Pero el vampiro no le dio oportunidad. Clavó sus dientes con fruición en el cuello de Vince, y se alimentó de su fluido vital; para luego dejarlo librado a su suerte, y volar en dirección al cielo infinito…
**
Vince, quedó inconsciente durante dos días. Se despertó en noche cerrada, no distinguía dónde se encontraba. Aturdidito recordó lo que le había acontecido. Y… lloró por esos seres que tanto amó. Poco a poco empezó a recordar lo acontecido. Sintió miedo de ese ser de las tinieblas, no podía provenir de otro lugar. Se sintió extraño, con una inmensa sed… de ¡sangre! El era un vampiro, esa sería su maldición.
¡No puede ser! Se sentía como por momentos su cuerpo le pedía beber sangre fresca. Tenía que buscar una víctima propiciatoria. En la cercana aldea se encontraría con algún viajante o alguna mujer de vida alegre con la que saciar sus instintos más primarios. Su mente trabajaba con rapidez, tenia que acudir sin ser visto por nadie. Se sentía una bestia, un animal.
Su primera víctima fue una mujerzuela, que le pidió unos doblones por sus servicios. La llevó a una mugrienta habitación en una triste posada. Allí ella no tuvo tiempo de darse cuenta, sus finos colmillos se clavaron con furia.
De día dormía, alejado en una cabaña abandonada del bosque dónde nadie podría perturbar su sueño. De noche era un cazador en busca de su presa. Doble vida que le producía terribles pesadillas. No entendía ¿por qué él? ¿Qué maldición había caído sobre él?
Todo se remonta a tiempos inmemoriales de los Templarios, custodios del Santo Grial, en la lejana Britania gobernada por el Rey Arturo y su esposa Ginebra.
***…..A pesar de que quedaban aún algunas horas hasta el anochecer, pensó que no le quedaba mucho tiempo para emplear el día en otro pasatiempo que no fuera el hacerse cargo de su propia vida y su existencia mísera e inmunda, conforme avanzaban los días desde aquel terrible suceso.
Desde entonces ya no fue el mismo, ya no fue hombre sino un ser aterrador al que no reconocía, sin sombra, sin reflejo porque no tenía existencia propiamente dicha. Se odiaba a sí mismo.
Ttomó la costumbre de buscar entre los libros marchitos entre las letras de tinta la historia no escrita de la que pudo haber sido su propia vida.
Se acercaba con sigilo y al convento dominico que tenía por costumbre _ en otros tiempos visitar con su esposa amada y sus queridos hijos…
El abad, discretísimo lo recibía y dejaba que se instalara cómodamente en la tarima donde transcurrían las horas, hasta que su sed de mal, su hambre más primigenia le obligaba a buscar sangre. Y aquella llamada era más fuerte que su férrea voluntad de sapiencia y de búsqueda...."entre las raíces de su árbol genealógico".
…Y ya no le importaba quien era la víctima. Buscaba como un lobo estepario y la oscuridad de la noche era cómplice.
Al día siguiente con el alba aparecían entre los callejones o flotando en el río el cadáver con el clavel encarnado fruto de su desdicha.
Así fue como descubrió el origen de su sangre bretona y como la mancha que llevaba se transmitía generacionalmente, por la Galia atravesando los Pirineos hasta la Hispania.
****
Era como un imán que atraía, de forma irremediable, a convertir en vampiros a los de su sangre y esclavizando con total indiferencia a quienes lo rodeaban. Ahora, transcurridos trescientos años de soledad, de malevolencia y encono, un atisbo de esperanza atenazaba su alma inmortal. Sonreía porque el momento de su venganza estaba más cerca que nunca, sonreía porque el destino le daba otra oportunidad de recuperar lo perdido.
Durante siglos, se alimentó de cientos de desdichados y de dedicó a buscar y asesinar con innata crueldad a los de su especie. El estupor recorría sus primigenios cuerpos, como una aterradora estrella fugaz, bajo un cielo ensangrentado.
Vince era una maldición demasiado grande e incontrolable. El camino recorrido semejante al de su enemigo, inevitablemente coincidió y más brioso que nunca, Vince fue al encuentro de su rival.
El tiempo estaba a su favor. La pertinaz lluvia de noviembre, oscurecía casi completamente el cielo vespertino y le permitió salir, cuando aun no anochecía. A diferencia de otros de su especie, a Vince le gustaba caminar, mezclarse entre los demás para sentirse normal, aunque sea por unos instantes. Mientras avanzaba por las desiertas calles bajo la gélida lluvia, se permitió rememorar el pasado.
Los largos años de estudio e investigación le dieron la clave para saber más de su enemigo y al mismo tiempo su antepasado. Sus pesquisas lo llevaron a saber del nacimiento del primer vampiro de su familia: Mordred.
Mordred vivió para el artificio, la estafa y culminó con el asesinato de su tío. El noble insigne Rey Arturo y el robo del mayor tesoro del imperio Britano: El Santo Grial. Mordred no solo asesinó a su tío, sino que corrompió el inmaculado cáliz y por ello se maldijo. Las historias de una bestia que asolaba en las noches alimentándose de sangre, poco a poco se fueron diluyendo hasta convertirse en leyendas, pero Vince sabía la verdad.
Morded no podía morir como los otros. Mil quinientos años de edad, situaban su fuerza muy por encima de cualquier vampiro y aunque Vince derrotó a cientos mucho mayores que él. Sus trescientos años no eran nada comparado con Mordred. Es por eso que llevaba un arma muy especial. Solo unos años antes y tras seguir las débiles pistas dejadas tras de sí en la región de los Pirineos y España, lo llevaron hasta las remotas tierras de Macedonia, donde en un pequeño e inmemorial cementerio, yacían supuestamente, los restos de Morded. Por supuesto, la tumba estaba vacía. Vacía de restos humanos, pero que contenían aquello que más temía: Los fragmentos del Santo Grial.
Al acercarse a su objetivo, un profundo escalofrío lo sobrecogió un instante. Lo reprimió como tantas veces antes y continuó hacia su objetivo. Sabía que Mordred sentía lo mismo gracias a su proximidad y al llegar a la enorme morada de su antepasado, rodeada de derruidos minaretes cual camposanto, Mordred no perdió tiempo.
Como un huracán, se precipitó sobre Vince que ya lo esperaba. Cambiando su forma humana a sanguinaria bestia, el choque del encuentro casi resultó fatal para ambos. De pronto, ambos estaban rodeados de más vampiros y otras bestias de la noche. Eran mudos e impasibles testigos de la lucha.
La noche de tinieblas y tormenta, soportaba el violento asalto de rugidos al sonido del vuelo apergaminado. El viento azotando el cielo y gimiendo entre las atalayas. Vince sacó de entre sus ropas la valiosa arma y en la nueva envestida de Mordred, los estampó con fuerza sobre la pálida frente.
El resultado no se hizo esperar. Vince, que vagó a la deriva sobre océanos sin límite sólo para llegar a este momento. Bajo el siniestro y lluvioso cielo, Mordred sostenía su cabeza en medio de profundos bramidos. Brillantes y cegadores rayos de luz emergían del interior del milenario vampiro y Vince arremetió una vez más como un relámpago.
La fuerte mandíbula se enterró profundamente en la garganta de su adversario, cuyos histéricos alaridos se fueron convirtiendo en lastimosos gemidos. En un esfuerzo final, Mordred logró romper la fatal mordida, pero era tarde. Su rostro alterado, se deformó en una mueca tan monstruosa, que vampiros y animales nocturnos, quedaron horrorizados.
Por último, ambas bestias fueron bajando hasta posarse sobre el cenagoso terreno en donde finalmente, Mordred murió, dejando una negruzca ceniza sobre el barro. Un instante después, Vince intuyó la ansiada presencia. Muy débil al principio, pero, persistente.
De lo interior del castillo, aquellos a quienes Mordred esclavizó durante años, hicieron su aparición. No eran vampiros como él ó como los que se encontraban rodeándolo. Hacía mucho que no eran humanos y nunca habían sido vampiros. Esclavizados cientos de años atrás, por fin eran liberados. Entre estos seres se encontraba su Verónica. El alma casi corrompida de Vince, la reconoció de inmediato y sufrió por ella. Sólo era un ser pálido y marchito, pero que al mismo tiempo, lo llenó de alborozo. Lentamente se acercó a ella y tomó sus manos. El reconocimiento de ella fue inmediato y sin hablar le comunicó lo que sentía:
“Siempre supe que vendrías por mí y que juntos nos marcharíamos junto a nuestros hijos”
Vince asintió en silencio. Por fín se sentía completo. La noche llegaba a su fin y Vince la llevó hasta un lugar especial.
Ambos habían cruzado las puertas del sueño custodiadas por la muerte y dejado atrás los abismos iluminados por la luna. Vieron incontables veces bostezar al oscuro universo girando en sordo horror, pero eso había terminado.
Era tiempo de lanzarse como ciervos a través de la inmemorial densidad originaria y abandonar las cumbres nevadas y sombrías.
Al romper la aurora, el primer rayo del sol iluminó sus rostros, pero no los lastimó. Como pétalos al viento, las frías figuras se fueron desbaratando y elevándose en los coloreados árboles. Vibrantes, se olvidaron del tiempo inmóvil y remontaron el vuelo con el brillo de las horas. Entre los árboles taciturnos, mano con mano, como aves volaron.
Fin |