Participantes:
inicio*rhcastro, desarrollo**hugodemerlo***desarrollo silvimar **** final leobrizuela
El último gol
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Khaled está a unos metros de la portería que de piedras y botes marca sus límites,
Zamid le grita: 'Pásala, pásala' al tener una mejor posición para anotar. Khaled se quita un defensa y pasa la bola a su amigo quien tira a gol. La pelota penetra en el arco imaginario de los niños justo cuando un juego de luces acompañado de un ruido estruendoso y estremecedor se escucha en el vecindario. Los niños corren asustados a mirar lo que pasa, mientras Zamid aun aturdido observa la pelota. No quiere voltear atrás, una sensación extraña le invade mientras la piel se
eriza.
Escucha a Khaled y los demás chicos correr entre gritos de terror. Da media vuelta y descubre a la distancia enormes llamas de fuego, mientras los restos de un avión de combate se consumen sobre lo que fuera su casa...
**
Zamid quedó paralizado mirando lo que había quedado de la casa, luego levantó la vista al escuchar el zumbido ensordecedor de una extensa nube de aviones cubriendo lentamente el cielo, dejando caer una torrencial lluvia de fuego.
Ya no se verán alfombras voladoras por el cielo de Bagdad, y el cuento se convertirá en una triste y horrible realidad, de más de mil y una noches de tormento, de hambre, de sed, de horror, de muerte y sufrimiento.
Zamid cerró los ojos arrodillado frente a la casa , pensó en sus padres y su hermana, que estaban preparando la cena, seguro que su madre estaba por llamarlo, comenzaron a caer unas lágrimas en el suelo, y al abrir los ojos se encontró con el piloto del avión apuntandole con un arna, estaba mal herido, le faltaba una pierna y perdía mucha sangre, Zamid cerró los ojos nuevamente pidiendo por su vida, y al volver abrirlos el piloto estaba muerto en el piso, rápidamente Zamid tomó el arna miró por última vez su casa devastada y corrió... corrió y corrió hasta perderse entre las llamas de los autos y las casas, bajo los relámpagos de acero que iluminaban la noche más oscura en la historia de Bagdad.
***
El chico se perdió entre la humareda. Un vocero repetía por los medios de comunicaciones:
"Acaba de ocurrir una tragedia y esto es lo que hasta ahora sabemos", señaló el portavoz, al precisar que no hay reportes inmediatos de víctimas ni de sobrevivientes.
Mandaron una tropa de soldados para hacer el salvataje por si había algún sobreviviente, en la casa vecina se encontraba la familia de Zamid, todos lloraban pensando donde estaría el, alguien les advirtió sobre la caída del avión y ellos alcanzaron a salir corriendo y refugiarse.
Con el revolver en la mano el niño iba apuntando a diestra y siniestra con los ojos desorbitados y llenos de terror, de pronto lo tomaron del brazo bruscamente y forcejeando le sacaron el arma, llorando desconsolado y suponiendo que ya no tenía familia siguió al hombre que lo había detenido.
Lo hicieron entrar a una habitación lleno de chicos de su edad, entre ellos se encontraba Khaled que fue corriendo en su busca, se abrazaron los dos amigos y un soldado pronto vino a separarlos, dándoles orden en un idioma desconocido para ellos.
Nadie decía nada de la suerte de sus familiares, ellos ya los habían convencido de que eran huérfanos.
Quedaron instalados para su adiestramiento, habían caído en las manos de grupos terroristas donde los hacían practicar fuertemente para luego enseñarles a usar armas sofisticadas de guerra, la crueldad con que los trataban era insostenible.
Los niños soldados ya se estaban formando.
Mientras tanto los familiares buscaban por todos lados a sus hijos, fueron a las embajadas, hospitales y hasta morgues para saber si estaba muertos, ninguna señal de ellos, habían desaparecido como el humo de la guerra tan injusta que no dejaba de torturarlos.
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Pero ahora Zamid, finalmente, se halla entre amigos. Porque aquellos antes vistos como feroces terroristas son quienes lo ayudaron. Los que le informaron de la desaparición y muerte de los suyos. Los que lo incorporaron como uno más en la lucha. Los que le resaltaron su estirpe patriótica, enseñándole que, más allá de los hombres, están Alá (bendito sea su nombre) y La Patria.
Ahora el niño sabe que sus mayores no han muerto en vano. Y que él será quien honrará el nombre familiar.
Y avanza Zamid por el sinuoso sendero que bordea el riacho, en busca del campamento enemigo que se oculta en la otra ribera de aquella rivera inhóspita y traidora.
Khaled lo acompaña. Khaled manejando la pelota, desde el flanco derecho. Khaled dribleando al defensor mientras él se esfuerza por llegar al área antes de que parta el centro. Ya ha superado a su marcador y atisba, ansioso, los movimientos. Sabe que Khaled, de una manera u otra, enviará el centro. Un murmullo creciente acompaña la jugada y los nervios se tensan en un éxtasis premonitorio.
Una leve columna de humo delata la presencia del enemigo. Se presentará como uno más, un huérfano de la guerra que pide comida y techo. Conoce de memoria las palabras, los gestos, la expresión que deberá usar. Se acercará todo lo posible, hasta que el invasor sepa que se enfrentan a una raza indomable, protegida por Alá.
Ya Khaled enganchó para afuera, dejando desairado, por el suelo al central y levanta la cabeza oteando el área. Hay tres rivales que se interponen, pero descubre a Zamid sólo, casi en el punto del penal, que lo mira suplicante, urgente. La pelota pugna por escurrirse del pie derecho, pero hábilmente Khaled la posiciona con el otro, el de palo.
Zamid cruza el riacho. Del otro lado no lo han advertido aún. No han percibido que papá, mamá, sus hermanos lo preceden. Y que con ellos encarará al centinela enemigo.
Al fin, en un supremo esfuerzo, casi pisando la línea de arco, Khaled retiene el balón y logra enviar el centro. Se oye el ruido del impacto y todos observan como el esférico parte raudo y seguro. La pelota se eleva, más y más, en una parábola infinita y Zamid sabe que caerá allí, en el mismo punto donde él la espera. Es un globo mágico, un cometa, un sol que, indefectiblemente, le está destinado sólo a él, que le pertenece.
Un grito de advertencia. Zamid alza las manos, mostrando su indefensión ante la actitud del centinela que lo apunta decididamente. El enemigo es poderoso y su armamento es de última generación. Su poder destructivo es enorme.
Pero la sabiduría de Alá es infinita, como las arenas del desierto.
Es sólo un niño. Que se acerque, pero con cuidado, despacio.
La llegada del defensor, tardío en su acción, no puede impedir el salto elástico, felino de Zamid. La cabeza y la pelota se encuentran en un idilio perfecto. Una caricia, el desvío hacia el ángulo más lejano del arquero y el movimiento lento, demorado como el sabor que se le extrae, cuando se sabe, a una golosina, se prolonga en el espacio pletórico de gol, coreado por una multitud ajena a esta guerra inútil, impiadosa, brutal.
Zamid sonríe entonces. Ya ha sido llevado hasta el pañol con los suboficiales de guardia.
El tanto, el de la victoria, fue convertido sobre la hora. Han ganado.
Y cuando baja la manos, poniendo fin al prolongado saludo de agradecimiento al público que lo aclama, ya lleva aprisionado entre sus dedos el cordón que disparará la faja de explosivos que acordonan su pecho de triunfador.
FIN
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