Siempre fue una muchacha extraña, de niña contaba con pocos amigos, poco habladora y siempre parecía sumida en un extraño mutismo. Algunas personas del lugar pensaban que podría tener algún problema mental. Pero los pocos que la conocieron de verdad, como su madre, sabían que no era así. Aquella niña tenía una imaginación inusitada para su edad. Era curiosa e inquieta, aunque sus inquietudes no eran las corrientes en las muchachas de su edad. Mientras las demás buscaban ya un hombre con el que pasar su vida y se afanaban por ser las más hermosas, ella se escabullía de la escuela, sola, para irse durante todo al día al bosque, donde soñaba despierta con maravillas que solo ella podía ver y sentir. Se adentraba cada día en las profundidades de la naturaleza y solo regresaba ya anochecido para contarle a su madre los tesoros que recogía y las aventuras que vivía.
Solo estaban ellas dos, ni siquiera recordaba a su padre y su madre la escuchaba sonriente mientras lavaba unas manzanas que la niña había recogido en sus aventuras.
La niña no comprendía a la gente, sus actos, sus pensamientos…nada tenía sentido para ella, que solo se sentía cómoda de verdad al abrazo de la maleza.
La niña hablaba de paisajes que veía, de pequeños rincones ocultos de ojos ajenos en lo más profundo del bosque, de animalillos que descubría cada día, o de flores que jamás había visto nadie antes. Pero también hablaba de otra clase de seres que ella estaba segura de ver fugazmente. Contaba como unos pequeños seres, parecidos a luciérnagas, jugaban con ella al escondite, o como otros que parecían hechos de algas, se sumergían en los estanques a su paso… había un sin fin de extrañas criaturas que solo podía ver ella. Aunque esto ultimo jamás lo contó fuera de aquel comedor.
Pasó el tiempo y cada vez pasaba más tiempo perdida en la espesura, y su madre, cuando regresaba, la veía cambiar ante sus ojos. Ya no era una chiquilla de ojos grandes…Ahora era una joven muy hermosa, tan hermosa que casi parecía sobrenatural. Una belleza salvaje y natural, con el pelo siempre revuelto y brazos y piernas arañadas, pero era su rostro el que parecía hecho de mármol, y sus ojos eran dos pozos grandes y negros que tenían el brillo de la Luna.
Estos cambios en su hija provocaron que la madre se preocupase por algo que solo ella sabía, pues muchos años antes, cuando ella era poco mayor que su hija ahora, tras sufrir una extraña enfermedad, descubrió que jamás podría tener hijos y tras casi perder a su marido y la cordura, acudió a una bruja como ultimo recurso, la cual le dijo que el único modo era acudir al señor del bosque, pues solo él tenía el poder de dar fertilidad a un mundo muero. Pero la bruja también le advirtió de que este ser superior solía pedir algo a cambio de su favor, algo que probablemente sería muy querido para ella.
La mujer, desesperada, llevó a cavo el ritual y convocó al señor del bosque, quien a cambio de su don, le pidió como pago al hijo primogénito que ella tuviese, pues el don que el le ofrecía era de por vida y ella podría tener muchos hijos más. Ella aceptó llevada por la desesperación y un año después la alegría llego a su vida en forma de un recién nacido. Dio a luz a una preciosa niña que lleno de felicidad sus vidas, aunque aquella felicidad duraría poco pues pocos meses después, cuando la niña aún era un bebe, su padre murió en un accidente de trabajo.
La mujer, temerosa del trato que había hecho con el señor del bosque, huyó pensando que así conseguiría engañar al destino. Cojió a su hija y sus pocas pertenencias y se mudo a otro lugar, tan lejano como pudo llegar, para seguir con su vida en compañía de su maravillosa niña durante mucho años. Pero ahora, al verla cambiar de aquel modo, las dudas y miedos casi olvidados la asaltaban de nuevo, por lo que un día como cualquier otro, decidió seguir a su hija para ver que hacía en el bosque.
La siguió durante muchas horas, durante todo el día y a la mujer le costaba seguirle el paso a su hija, hasta que al fin, vio como la niña paraba en un claro del bosque donde un gran estanque reflejaba las cada vez más visibles estrellas.
La chica metió los pies en el agua y comenzó a cantar una hermosa melodía mientras su madre la observaba agazapada tras unos arbustos.
La melodía que su hija cantaba era preciosa, pero no duro mucho y su voz, poco a poco, se perdió en el aire. En el momento en el que la canción termino, un movimiento furtivo entre la maleza llamó la atención de la madre.
De entre la maleza surgió una figura. Era un ciervo, un enorme y majestuoso ciervo, de gran cornamenta y melena blanca.
“ Aquel animal…” La mujer había visto a aquel animal antes…
Un ciervo había salido de la espesura, pero en aquel momento, junto a su hija, se hallaba sentado un hombre grande y fuerte.
“¡ El señor del bosque!”
La mujer intentó correr para salva a su hija, pero no pudo moverse, unas enredaderas se habían enroscado en sus pies, inmovilizándola. Intentó gritar pero de su garganta solo salió un sonido parecido al ulular de un búho cualquiera.
Con lágrimas en los ojos vio como su hija, el tesoro de su corazón, cogía de la mano al señor del bosque y justo antes de desaparecer en la espesura, su hija se convirtió en una joven y preciosa cierva blanca.
Aquella fue la última vez que se vio a la muchacha, el destino la encontró al fin, pero cuentan algunas bocas como años después, y siempre en la misma noche, en el mismo sitio, puede verse a una anciana encorvada, con los pies en el agua y acompañada de una hermosa cierva tan blanca como la nieve.
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