Disfrazados de politólogos, biólogos, ingenieros o panaderos, ellos se esconden detrás de puertas abiertas, se filtran en ascensores ajenos, pretenden leer diarios o los más sutiles se sientan en una confitería esperando a que llegue su momento. Usan elegantes trajes, cascos coloridos, biromes orejeras, anotadores cuadriculados, bufandas asfixiantes y también guantes y delantales y anteojos y gomina; más bien artículos distintivos. Agazapados, expectantes y sigilosos aguardan a que alguien, algún inocente pensante o cualquier charlatán de bar, tire la primera piedra: "Que el gobierno este...", "ese no puede jugar de central...", "Salazar no tiene buen culo"... y ahí... es donde aparecen ellos. Ahora exaltados, ahora hilarantes y apurados -no vaya a ser que alguno les gane de mano- diciendo su verdad, la verdad irreversible, la única y pura verdad. Dueños de orgullo, carentes de inseguridad se empeñan en apañar a los demás, a ese acopio de pobres ignorantes. Suben el tono de voz a niveles impensados, alzan sus dedos índices con dirección divina, gesticulan dibujando imágenes en el aire y mueven sus cabezas, captando, observando a cada blasfemo contradictor, y uno, o el otro, que es como él, se somete a esa imagen patética de cachetes rojos e inflados, de orificios nasales profundos-mucosos, de gotas de sudor que abarcan las sienes y caen formando caminos intermitentes, restos de milanesa en los premolares, escupitajos imprevistos e indisimulados, pelos agitados y enmarañados, y, un dato mayor, los movimientos del cuerpo -cual pulpo- para librarse de su campera o de su abrigo, pues la charla ha aumentado la temperatura de su cuerpo y no puede la temperatura del corpus detenerlo en este avance románico, avasallante, sobre la impúdica victima que esgrimió ese inoportuno comentario. Uno se retrae, otro se contrae y se subordina a esa voz abominable que combate a espada desenfundada cada fundamento flaco de aquel pobre vasallo que expuso su verdad con un comentario tenue y que es por demás mentira contra LA verdad de este ser infranqueable. Y avanza, abarca y aprieta. Su voz encuentra formas, no titubea ni repara en vocales "eeeh" "oooh", jamás, nunca, eso no esta permitido en la Secta de Notables Componedores de Argumentos Irrefutables. Por lo general, la victima sufre la subestimación impensada, debe abandonar el sitio en donde pacífico -y no tan pensante- se hallaba antes de que este policía de los comentarios falaces se irguiera como la sombra de aquel que fue atravesado por una luz horizontal, y golpeara fuerte al punto débil con su cachiporra que tiene forma de fundamento punzante y demoledor.

Amigos, no quiero irradiarlos de temor ni suprimir la libre expresión, no quiero difundir la atenuación de las ideas ni apaciguar la duda que crece en el ser común. Amigos, sólo quiero que estén atentos, que piensen antes de hablar -al menos en voz alta-, que se sienten en un café con la sospecha latente, pues ellos estarán donde nosotros, los inocentes pensadores, intentemos edificar una hipótesis endeble, donde queramos entablar una charla amena o distendida, donde queramos expresar palabras sin amor o anécdotas sin fin. Amigos, sólo sigan mis recomendaciones, lo último que quisiera en este momento es estar en el exilio.