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Está bien, te contaré lo me ocurrió y tú mismo te haces un juicio personal de los acontecimientos.
Como todas las mañanas, tras la ducha y la ingesta de calorías matinales, salgo de mi modesta vivienda adosada para, con vehículo en mano, entrar a trabajar a las órdenes de un imbécil cualquiera. Siempre cojo un camino alternativo al trabajo, el cual me previene de los insufribles atascos. Sí, cierto es que las carreteras comarcales tienen sus cosas, pero las prefiero a esa maraña de coches en las horas puntas. El camino elegido, mil veces recorrido, tenía esa mañana un aspecto diferente, extraño. Las paredes de la madrugada rezuman humedad, y la intensa niebla me producía una temporal ceguera; culpable de mi torpe recorrido hacia el trabajo. Los fantasmales árboles se extienden en hileras a derecha e izquierda del camino; y me guían en cierta forma por el sitio correcto. Son enormes báculos que favorecen el reconocimiento de la senda. Por momentos, la niebla se torna tan densa que es imposible seguir el camino. Aparco a un lado y salgo del vehículo para coger del maletero una potente luz antiniebla portátil.
No hay ni un alma por aquellos caminos perdidos. Nunca la hay, pero el lóbrego aspecto del lugar me sobrecoge el alma. De repente, escucho algo que se mueve detrás de mí. Me giro y nada perturba mi vista. El intento frustrado de entornar los ojos para ver a través de la espesa niebla, produce en mí una mayor ceguera. Prosigo con mi intento de encontrar la maldita antiniebla, cuando un sonido gutural y sobrecogedor se vuelve a escuchar a mis espaldas. Vuelvo a mirar y descubro como de entre la bruma, aparece poco a poco la figura de un lobo.
No sé qué distancia real habría entre la fiera y yo, pero en un cerrar y abrir de ojos me encontré dentro del vehículo y con los pestillos cerrados. De pronto, todo se me antojaba gótico y tenebroso. La niebla persistía, pero la fiera había desaparecido. Por mucho que mirara por los retrovisores o las ventanillas, todo se volvía niebla. Mi congojo produjo un sudor frío que me hacía sentir frío. Tenía que actuar. No podía quedarme toda la mañana en ese lugar. Arranco de nuevo el vehículo y enciendo las luces. Estaba allí, delante del coche, mirándome. Una desconocida inmovilización de todo el cuerpo me impide cualquier reacción. El frío sudor se hacía más acuciante. Solo tenía que acelerar y todo hubiera terminado en cuestión de segundos. Pero no me era posible mover ni un músculo. Sólo en un instante de rebeldía, obligo a mi cuerpo a reaccionar y mirando al acelerador, lo empujo hasta el final consiguiendo que también el coche me obedeciera y saliéramos zumbando de aquel apeadero. No escuché ningún impacto de haber tropezado con la bestia. Simplemente desapareció, como lo hizo la niebla que lentamente se fue desvaneciendo.
Aquella mañana ya no hubo nada más raro que señalar. Todo estuvo bajo la más estricta normalidad. En la imprenta, donde trabajo, conté lo sucedido a uno de los compañeros; y tuve cachondeo para todo el día. Que si el hombre lobo me esperaría en el bosque a la vuelta. Que si era mi fallecida esposa vigilando mis pasos. Los mandé a todos a freír espárragos silvestres. Me concentré en la “directo a plancha” que tenía ante mí, y no quise saber nada más de ninguno de ellos.
A la salida del trabajo, los compañeros volvían a deleitarse con mi historia. Con el dedo corazón extendido, les saludo y me introduje en mi vehículo. Arranco y me dirijo hacia la casa. Obviamente esta vez utilicé la autovía. No soy ni miedica ni supersticioso, pero ¿para qué tentar la suerte?
Llegando a la gran plaza que hay justo antes de llegar a mi casa, mis ojos no daban crédito a lo que veían. Estaba echado en la base de una fuente; mi cuñado Antonio. Él vivía en la misma urbanización, pero parecía que esa noche su dormitorio iba a ser aquella fuente. Aparco en uno de los aparcamientos para los residentes y me dirijo a él.
- ¡Antonio! ¿Qué coño haces ahí?
- ¡Hostias Migué! Me parrece que la caggao con turmana. –Dijo en estado ebrio.
- ¿Qué te ha pasado ahora?
- Queee la Lola se puso muuu pesá con eso de la bebía, y le dije que meee dehara en páss. Se pusso chula y ma montao la de san Quinito esse.
- ¡Joé Antonio, siempre estás liao con la bebía tío!
- ¡Quée quierre ssi no tengo trrabaho y ma burro!
- ¡No tienes remedio quillo! Anda entra en mi casa y te doy un caldito del puchero. Lo hice anoche y está de muerte. ¡Vamos, te reanimará desde el primer buchito!
- ¡Quée puchero ni mierda! !Invítame a un trrago en Casa Emilio, anda!
- ¡Ni borracho!
- ¡Otrro iguá, que nno estoy borracho, estoy contennto!
- Pues dios me libre de esa clase de felicidad. ¡Anda, ven a mi casa tío!
- ¡Queee te dicho que nnó, joé commo quierre ezcuchanlo so mamón!
- ¡Buenooo! Ahora entra la fase de los insultos, ahora sí que me voy y te dejo solo con tu felicidad. Si quieres algo, ya sabes dónde estoy. Y si no recuerdas…me llamas.
Cada dos días lo encontraba en ese estado, en realidad no es mal tío, pero no sé ni cómo mi hermana lo aguanta. Dice que le da lástima, pero yo pienso que será tonta toda su vida. Me dirijo a mi portal, cuando mi cuerpo volvió a experimentar esa parálisis muscular que me invadió esa misma mañana. Tanto que tuve que asirme a una verja vecina. Justo en la portezuela de mi porche, estaba echada la bestia de la madrugada. No era posible, aquello tenía que ser un onírico producto del miedo acumulado. Me sacudo un poco la cabeza para poner las neuronas en su sitio, pero el bicho seguía echado en mi portezuela.
Sólo que ésta vez no parecía tan fiera. A la luz de la tarde y sin niebla, parecía más que un lobo; un simple pastor alemán. Y además estaba herido. ¿Le daría realmente con el coche y heriría al animal? ¡Y yo con mis putos miedos! Mi acercamiento y claro gesto de ayuda, produjo que se irguiese sobre sus patas al intentar observarlo mejor. ¡Estaba claro! Estaba herido en sus patas delanteras. Me sentí culpable y dejé que entrara en mi casa.
Estuve toda la noche haciéndome cargo de los cuidados del animal. Si de algo peco en demasía, es de mi solidaridad con los que no pueden valerse por sí mismos. Y era evidente que el animal me lo agradecía regalándome ese dulce gesto de zalamería, que sólo ellos son capaces de hacer con auténtica ingenuidad. Con sólo ladear verticalmente un poco la cabeza; son capaces de transmitir infinidad de sentimientos.

Todos los días me iba al trabajo, tras dejarle suficiente agua y comida para la jornada. A la vuelta, me esperaba con ese peculiar y exclusivo ladrido que utilizó para bautizarme en el idioma perruno, y la cola haciendo mil aspavientos al conocer la mano que lo cuidaba. Pero un día, cuando tras los diversos gestos de alegría al verme, me dispuse a acariciarle la cabeza; me percato que aquel abultado hocico estaba perdiendo longitud. Me di cuenta porque, a mí me gusta mucho cerrar el hocico con una mano y acariciar con la otra -manías mías-, y al hacer lo mismo sorprendido veo que no me cabe la mano en el dichoso hocico. Al principio me asusté un poco, pero después al ver que el animal seguía con las mismas ganas de jugar de siempre; lo eché en olvido.

Pero tres días después de aquello, también al llegar a la casa tras la jornada laboral, percibo que el perro estaba perdiendo las orejas. Se las veía más cortas. Más parecidas a las de un doberman que a las de un pastor alemán. Pero nuevamente al no influir en el bienestar del perro, lo volví a echar en olvido. Solo que al otro día, nuevamente por la tarde, imagínate mi sorpresa cuando encuentro al perro jugando conmigo, como de costumbre, pero con la total desaparición de las orejas. Sólo le quedaban dos agujeros a cada lado de la cabeza. No tenía ningún rastro de automutilación ni heridas de pelea. Simplemente habían desaparecido. Examiné al animal por todos los lados y todo estaba en su sitio, todo excepto las orejas.

En los días sucesivos, todo parecía normal; pero echándole una visión más exhaustiva, me doy cuenta que estaba perdiendo pelos. Lo noté porque todo el rincón donde suele echarse, estaba cubierto de una espesa alfombra de pelos de perro. Y tanto fue así que en menos de tres días me encontré al perro sin pelo alguno. Parecía todo menos un perro. Pero seguía siendo tan fiel y feliz como siempre.

Ahora sí que tras la vuelta del trabajo, volvía siempre con la mosca encima. ¿Qué sorpresa me depararía aquel extraño animal? Un día me encontré que los belfos se habían transformado en pequeños labios, que le habían aparecido como una especie de cejas por encima de sus almendrados ojos, o encontrármelo de pié. Pero de pié sin abandonar dicha postura ni para comer, cosa que hizo con unas menudas manos, que le aparecieron sobre las que antes fuera sus heridas patas delanteras.

Cuando realmente estuve al borde del infarto, fue cuando al echarle su comida perruna en su plato, miró el pollo que me estaba comiendo. Me lanzó una de esas inocentes miradas y accedí a darle de mi pollo. Lo coge con las manos y responde: “Gracias querido Miguel”. Rápidamente, tras reponerme un poco, fui a la puerta para llamar a alguien para que fuera testigo de aquel absurdo, cuando al abrirla me encuentro a mi cuñado con los nudillos preparados para llamar.
- ¡Gracias a dios que estás aquí!
- ¿Queee te paza cuñao? ¿Tiene argún poblema sesual?
- ¡No te vas a creer lo que tengo en la habitación!
- ¡A mi mujé! Yo sabía ya que era una incesta de mucho cuidao. -Bromeaba
- ¡No seas burro hombre! Que no estoy pa bromas, ¡coño!
- Diiiime, ¿a quién tienes en la habitación?
- No te digo nada, ven y verlo tú mismo.
Nos acercamos a la puerta de mi habitación, abro la puerta y no encontramos absolutamente nada. Nada, salvo el platito donde le echaba la comida y el bebedero. Mi cuñado me mira muy serio durante varios segundo, callado. Y luego me dijo: “Cuñao, lo tuyo es peó que la bebía ¡eh!”.

Dos semanas después…

- Y por eso estoy aquí. Me vio un psiquiatra y me diagnosticó esquizofrenia ¿Y tú, por qué estás aquí?
- Simplemente porque ladro por las noches.

(c) Javier de Montenegro

Texto agregado el 27-08-2012, y leído por 137 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-08-2012 *5 MARIAOTILIA
27-08-2012 Pues es el caso del perrodehabas, o en cualquier duda el perrodeates, eh? marxtuein
 
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