Camina apresurado. Su paso no refleja el andar de un amante del blues.
Su corazón late tan fuerte que lo siente a punto de salírsele por la boca, trae la garganta seca. El sudor le cubre el rostro y una nube los pensamientos.
La ciudad va en cámara lenta, la gente que camina alrededor parece haberse detenido en el tiempo, todo avanza despacio. Las personas se interponen a su paso y no lo dejaban pasar.
Al momento de llegar a la calzada, los coches nunca terminaban de pasar y la gran velocidad que tienen le impiden cruzar al otro lado de la calle. Hubiera querido volar en ese momento, su apuro era tal que las personas solo parecían bultos de colores sin rostro.
Los bolsillos vacíos le recuerdan que debe apurarse pues no hay con qué pagar el transporte y su paso se hace cada vez más rápido.
Las interminables calles parecen crecer a su paso. Él va muy rápido pero le parece no avanzar mucho. Árboles, automóviles u personas le estorban a su paso y hasta parecen sujetarlo o impedirle en su andar tan presuroso.
Al fin llega. Cruza la puerta vidriera, se fija en la ubicación de los pisos dentro del edificio, encuentra lo que busca, corre escaleras arriba. Sus ojos leen el letrero que buscaba, ingresa por la puerta tratando de controlar su respiración. Frente al hombre que está delante suyo, cree desmayarse cuando éste le dice… “Lo felicito, es usted papá”