Dícese que estando a finales del siglo XIX, en una pequeña comunidad del castizo territorio de Castilla la Mancha, un señor –de los de alta alcurnia- le escribe una carta a la Duquesa de Pastrana. Que si no era la Alcaldesa, sí la que más mediaba por aquellas fechas.
La carta decía así:
Olivencio Manrique
Conde de Rexach
17 de mayo de 1847
Estimada señora mía;
Os ruego tenga a bien de leer esta misiva en cuanto le sea entregada. Ya que de no hacerlo, sería muy probable que mi existencia peligrase enormemente. Ya os aviso que no podré extenderme mucho en mi escrito, ya que motivos obvios impiden tal lujo para mí en estos momentos. Por otro lado también queda advertida, que lo que probablemente lea vuestra merced en estas grafías, sea de mal gusto o deplorable. Pero no ineludibles por la fuerza que arrastra a los hechos acaecidos.
Ya sabe vuestra merced, que un servidor es muy dado a comprar terrenos expropiados para hacer ventaja de esta desgracia ajena. Y que a veces, tengo que confesárselo, esa expropiación es causada por una diligencia personal.
Un desaprensivo señor, vendedor de telas, se opuso a dicho precepto cuando mis hombres procedían a acometer lo propiciado por el Conde de Rexach –servidor de usted-, y con espingarda en mano comenzó a disparar a diestro y siniestro acertando a uno de mis hombres.
Yo, como vos comprenderéis, no iba a estar dispuesto a tolerar esta situación. Por lo cual no tuve más remedio que mandar a varios de mis correveidile, para demostrarle que una oposición de la índole a la que él demostró; no conlleva más que a actos negativos.
Dichos farautes fueron enviados por mí, lo reconozco, pero las salvajadas que le propiciaron a ese memo y a su barragana, son todas desaprobadas por un servidor.
Se las expongo; ella fue sodomizada y ultrajada hasta la muerte. Él, tras ser obligado a realizar múltiples felatios, fue estuprado por el ano con objetos punzantes y murió por asfixia; causada por una almohada que soportaba la vejación de susodichos individuos.
Lo realmente pernicioso de la situación no es la desgracia de esta familia. Sino la orden que sobre mí persona se cierne. Estoy perseguido por la guardia con orden ministerial, y no tengo más salida que dirigirme a vos.
Doña Beatriz, Duquesa de Pastrana, tenga la bondad de dar nulidad a dicha orden, para mantener el nombre de nuestro linaje tan blanco como el babero de nuestro común amigo el Conde Nicolás de Lizarduy.
Sin más, y a las espera de vuestra pronta absolución, recibe un cordial saludo del Conde de Rexach.
Pocos días después se dio caza al tirano de Olivencio Manrique, Conde de Rexach con un bando que se le hizo leer antes de su ejecución.
Decía:
Estimado Señor Olivencio, Conde de Rexach;
Una vez estimada la carta que tuvo a bien enviarme, no tuve otro remedio que tomar una forzada decisión; aunque ésta no fuere lo más inclinada a los deseos de vuestra merced.
Antes de darle mi bendición, tengo el gusto de comunicarle que el Señor Jánsival, el del comercio de telas; sí, el expropiado por vuestro buen sentido de la justicia. Era el marido de la ultrajada, violada y sodomizada sobrina de la que os habla.
Como veis, la vida se ocupa de devolver siempre; como si de un boomerang se tratase, el daño infligido a los demás.
Que vos lo paséis bien; en el infierno.
Beatriz de Suabia
Duquesa de Pastrana.
© Javier Urbaneja de Montenegro 24 de febrero de 2009 |