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Cierta vez, el Señor león, abrió una escuela,
a la cual muchos alumnos asistían:
Desde el oso, la avestruz y la gacela,
hasta hienas, que sarcásticas reían.

De toda esta meritoria camarilla,
-de vivaz e inigualable inteligencia-,
destacaba un zorro astuto, de alta ciencia,
tres mastines, un cotorro y una ardilla.

Los alumnos progresaban con el tiempo,
demostrando sus virtudes sorprendentes
y la escuela de Don León era un ejemplo,
que admiraron sorprendidas muchas gentes.

Orgulloso el Profesor del resultado
y observando su trabajo prosperado,
más alumnos en la escuela no admitió.
Todo estaba concluido, pero un día,
un borrico vivaracho y muy risueño,
con fineza ante el mentor se presentó.
- ¿Qué deseaba?, dijo el león con cortesía,
a la vez que, saludando, sonreía.
- Pues,verá, - le respondió, con mucho empeño-,
- Hace tiempo que acaricio como un sueño
aprender Ciencia Social y astronomía.

El conjunto más selecto de estudiantes,
conformado por los perros, el cotorro,
la ardillita saltarina y el gran zorro,
lanzó risas e improperios denigrantes.

- ¿Por qué ríen, que al mirarlos me sorprendo?,
- preguntó fiero Don León, con grave aspecto.
- ¡Nos admira!, - dijo el zorro, siempre riendo-,
¡de que un burro, con cerebro vil de insecto,
su talento, quiera idiota superar!

- Este zorro es un patético ladino,
¡más imbécil, que cualquier banal porcino!
- Pensó el león, de una forma muy severa.
Viendo al asno se expresó de esta manera:
- Desde hoy asistirá usted a mi clase,
sé que tiene diminuta inteligencia;
sin embargo, si persiste, con paciencia,
es probable que a otro grado pronto pase.

El borrico comenzó a la escuela a ir,
observando una total dedicación;
aprendiendo y procurando siempre oír
el detalle de cualquier explicación.

Llegó, pues, el fin de cursos, y Don León,
llamó entonces a dos sabios de la Grecia;
eruditos, que al placer turbio desprecian
y aman todo lo que rige la razón.

Uno a uno fue pasando ante el jurado,
para ser por esos doctos cuestionado.
El borrico, con la cola desmayada,
no acertando en absoluto a decir nada,
presentóse ante los sabios y Don León,
que, curiosos, querían ver su situación.

-¡Ahora mismo entenderás tu condición
que tu esfuerzo no ha servido para nada!,-
-Decía el zorro, apoltronado en una silla
-¡Y que tú eres, ante todo, un gran jumento!-,
-Añadió burlonamente y cruel la ardilla,
Que brincaba juguetona en un asiento.

¡Qué mayúscula fue en todos la sorpresa,
cuando oyeron al asnito contestar
las preguntas con magnífica entereza!.
¡Oh qué juicio demostraba al razonar!,
comprobando que era un ser inteligente.
Baste a ustedes el saber que aquel jurado,
le dio al asno la alta nota de EXCELENTE,
que en la escuela nunca nadie había logrado.

Un aplauso se le dio al asno prudente,
que abrazaba a todo el mundo diligente.
La ardillita se escondió tras el cotorro,
que fingía no interesarle lo ocurrido;
mientras tanto, se escuchó decir al zorro:
¡Qué tragedia en esta tarde hemos vivido!.

De los seres que, en astucia, no son ricos,
no se burlen, aunque en todo mal se vean;
los que tienen intelecto y no lo emplean,
en la vida, buen lector, son los borricos.

Texto agregado el 26-08-2012, y leído por 117 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-08-2012 ¡Buenísima y entretenida poesía-fábula! ¡Felicitaciones! calara
26-08-2012 Excelente!! gracias por justificar -con creces-mi lectura por tus letras leonas... achachila
 
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