Jean Pierre encontró el manuscrito del Monje Lucius Petracus "Camelus" en la biblioteca arcaica de un templo budista de Nepal, donde igual se conservaban cientos de legajos centenarios como “Los Criptogramas” de Carlomagno y varias sentencias atribuidas al presocrático mítico Tokón “el Animal”.
El antropólogo y lingüista francés recién cumplía los cincuenta años, de los cuales había dedicado ocho a la búsqueda del texto de Lucius Petracus. Por eso le costó un esfuerzo supremo el controlar sus ansias al ver aproximarse a un anciano rapado siempre sonriente, quien le extendió una vasija de arcilla haciendo una venia que Jean Pierre respondió con la gracia de un Golem desarticulado.
Durante las siguientes horas Jean Pierre se sumergió en las grafías rudimentarias de Lucius Petracus, impregnado por la luz mortecina de unos cebos que cambiaría mecánicamente, y con los oídos obturados ante los cantos cavernosos de los monjes en trance al suscitar el poder mántrico que apacigua al mundo.
Así fue como Jean Pierre repasó con la respiración detenida los párrafos de Lucius Petracus, considerando bien recompensados los años en que recorrió el orbe casi en harapos en busca del testimonio donde ”Camelus” daba fe de un ser desconcertante a quien nombraba con un dejo azteca como “Quattuor Lacertus” o “Cuatro Lagarto”.
El impulso rubricado con la lectura absorta que hacía Jean Pierre se enraizaba en el valle balcánico “Los Troncos Óseos”, donde el investigador encontró unos huesos insólitos ocho años y medio antes.
Aquella ocasión su grupo de exploradores había dado con los restos de un ancestro a quien más tarde se nombraría “Homo formica” o “Charlie el Pigmeo”. Pero lo interesante no fue eso, sino varios huesos de animales que el sentido común atribuía a la dieta espléndida con la que se atascaba Charlie.
Sin embargo el intelecto de Jean Pierre era inmune al adocenado juicio de sus colegas, por lo que determinó escrutar los que parecían esqueletos de lagartos enanos al interior de su tienda de campaña.
Sería hasta cinco días más tarde cuando Jean Pierre emergería de su reducto con el rostro pálido y el cuerpo tembloroso para llamar a sus compañeros, quienes contemplaron atónitos las osamentas recién estructuradas con resinas: cuatro armazones de lagartos bípedos engarzados de unas vértebras lumbares que fungían como garfios.
Lo primero que les vino a la mente a todos fueron las asquerosas trabazones de ratas momificadas con las colas hechas nudo y resguardadas por algunos museos bajo el nombre de “Rey de las Ratas” Rattenkönig.
Pero lo que señalaba Jean Pierre incrustando una mano en los cabellos revueltos estaba lejos de ser un mazacote de extremidades imbricadas al azar, lo cual fue más evidente cuando el antropólogo en jefe literalmente “desencajó” los esqueletos que volvió a unir como trozos de un rompecabezas.
La pieza se mantuvo en el anonimato luego de un acuerdo común, y de que Jean Pierre propusiera exhibirla hasta saber a cabalidad de qué se trataba. Lo que siguió fueron los meses en que el hombre se sumergió en una búsqueda delirante de alguna pista sobre “aquello” descubierto.
Fue hasta medio año más tarde cuando Jean Pierre dio con el primer indicio de la obsesión que le haría vender sus propiedades luego de perder a su familia, entregándose a una búsqueda que hacía parecer un primerizo a Galahad en su tormentosa senda hasta el Grial.
Pero aquello no le importaba a Jean Pierre, quien leía el testimonio fidedigno de Lucius Petracus sobre “Quattuor Lacertus”, una entidad procedente de las entrañas de la noche, y constituida por cuatro “articulaciones sensoriales” donde se dispersaban los sentidos que los humanos aglutinan en un solo organismo.
Según el texto de Lucius Petracus, fue Quattuor Lacertus quien lo atrajo usando migajas de sustancias psicotrópicas a las que era adicto el monje muchas veces hallado en su celda con la espalda gafa y el rostro baboso como el de un Camelus.
Jean Pierre se mantendría enclaustrado en su reducto hasta el escurrimiento de la noche, cuando fue interrumpido por el mismo anciano que le dejó un pocillo con Té Chas de mantequilla de yak y sal, junto a varios pedazos de Tsampa y galletas Khabse.
Para entonces el antropólogo ya se había pasmado con la descripción minuciosa que Lucius Petracus hacía del ser que al hallarse unido se recubría con cierto “ectoplasma antropomórfico mimetizador”. Sin embargo eso quedó en segundo plano cuando Jean Pierre escudriñó el contenido medular del manuscrito de Camelus: la razón intrínseca de la naturaleza de Quattuor Lacertus.
De modo que Jean Pierre asumió la volición de un espárrago al enterarse de un Quattuor Lacertus que se valiera de Camelus para alcanzar su plenitud como un Ser Mental Activo dueño de la complejidad cosmogónica del Logos que desbordó la mente de Heráclito.
El antropólogo también entendió que Quattuor Lacertus ya se ”vertía” en su conciencia desde alguna hendidura de la urdimbre metafísica del mundo a través de las palabras trascritas; que era en el manuscrito de Camelus donde latía el Ser Completo de un Quattuor Lacertus que de nuevo adquiría Plenitud al desplegarse en “la mente oceánica y nutricia” del propio Jean Pierre.
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