El Bar se llama “La Suiza de América” pero, por supuesto, nadie le dice así; es lo del Ñato. Aquella tarde el Ñato calentaba la caña para el mate mientras el Zurdo aguardaba impaciente la llegada de su compañero de charlas. La Mayoría entró como si fuera una modelo, con los brazos en jarra, sacando pecho para que se luciera su nueva remera.
-¿Y Zurdo, qué me dices? – preguntó.
-¿Qué te digo de qué?
-De la remera
-¿Te tengo que felicitar? – apuró la grapa a la vez que pedía otra con la mano.
-Ahora es seguro, eres un amargo bárbaro. Yo no sé cómo te puedes hacer llamar revolucionario.
-Yo me hago llamar el Zurdo. Siéntate por favor que estas pasando vergüenza.
-La Mayoría se sentó murmurando. Pidió una cerveza. El Ñato trajo la medida y la botella rápidamente; el bar ya no tenía los mismos clientes que antes.
-Pero, ¿no te das cuenta de que es la cara del Che Guevara? – preguntó, bruscamente, en mitad de un trago, La Mayoría.
-Si. ¿Y?
-No sé tú, pero yo estoy orgulloso de llevar una imagen así en el pecho.
-Ajá...
-No lo puedo creer...
-¿Te tengo que felicitar por contribuir a la comercialización de la figura de una persona que luchó hasta la muerte en contra del capitalismo?
-Él estaba en contra del imperio, no de las remeras
-Tu inocencia me pasma, Mayoría. ¿No te das cuenta que tu remera enriquece al que las fabrica?
-Bueno, de algo hay que vivir.
-Vivir no es enriquecerse.
La conversación fue interrumpida por dos hombres que entraron al bar de la misma manera en la que generalmente se sale: en curda. El Ñato corrió hasta el enorme cuadro de Gardel y lo descolgó, dejando al descubierto el famoso portal hacia la nostalgia. Los borrachos lo atravesaron sujetándose entre sí.
-Todavía quedan melancólicos – suspiró el Ñato volviendo a colgar el cuadro; el Mago parecía sonreír un poco más.
-Pero seguimos siendo pocos – agregó El Zurdo – la gente ya casi no ahoga las penas en alcohol, la tecnología se está haciendo cargo.
La Mayoría no observó el espectáculo.
-La verdad es que no entiendo por qué te llaman tanto la atención esos tipos, Zurdo; hacen lo mismo todos los días.
-La belleza del mundo, Mayoría, está en los detalles nuevos escondidos en lo cotidiano. Es lo contrario, disculpame que insista, que pasa con tu remera. La cara de Ernesto está, hoy por hoy, en todas partes: mochilas, llaveros, pantalones, banderas, gorros, no me extrañaría que hasta en calzoncillos. Existe esa necesidad de idealizarlo; conviene.
-¿Ernesto?
-Ernesto... ese era el nombre del che.
-Ah, no sabía.
-¡No puedo creer que estés orgulloso de llevar la cara de un hombre que no sabes ni como se llama!
El Ñato cebaba entre rizas. La charla de estos dos se había transformado, desde hacía un tiempo, en su culebrón vespertino.
-¿Pero qué tiene que ver, dime, mi remera con los borrachos?
-No es que tenga que ver, a lo que voy es que el Che era una persona de carne y hueso, cotidiana, con asma, que dormía, comía, se emborrachaba, se cansaba, sufría, pero una persona que pensó e hizo cosas extraordinarias. Lo que quiere decir que cualquiera, si se compromete y se empeña, puede hacer lo mismo o más que él. Su cara en una remera no habla de eso, ni tampoco simboliza nada, más bien lo generaliza, lo vuelve banal, o, lo que es peor, como ya dije, lo idealiza, inculcando en la gente la sensación de que no se puede ser como él.
-Pero si su cara es pública todos lo conocen, saben lo que decía.
-No, no saben lo que hacía, conocen su cara. Esa remera lo vuelve un adorno bonito, lo pone en el rango del pato Donald.
-Pero, pero... ¿Sabes qué? Déjala por esa. Eres insufrible, Zurdo.
-Si, Clara opina lo mismo. No es para que te enojes. De cualquier forma, hay algo en lo que estamos de acuerdo: “prefiero morir de pie que vivir arrodillado”.
-¡Qué buena frase! ¿De quién es?
El Zurdo sonrió de oreja a oreja antes de contestar.
-De Zapata, Mayoría, de Zapata |