Y así será, sin más, simple, imperceptible. Un día me importará un poco menos, luego, con embarazo una noche descubierta en vela, me costará llorar. Y entonces, me ahogaré en las lágrimas más dolorosas, esto es, las forzadas, aquellas que hay que exprimirlas para que puedan salir. Porque habrá frente a mí un dibujo, y ya no tendrá sentido y serán líneas y rayas y colores azarosos. Porque nuestro submarino se convertirá interiormente en lo que es: un papel arrugado, que habrá perdido su significado. Y las cosas comenzarán a tornarse cada vez menos profundas, menos intensas. En verdad, será aquella tarde sola, mientras me esté tragando la última almendra, que me preguntaré dónde había estado todo ese tiempo, qué había sido de mí. Y me descubriré llena de palabras innecesarias, me seré un flujo de vibraciones incomprensibles y entonces miraré mis manos frías, y me daré cuenta de que nada, nada, ni la más copiosa lluvia, ni una implacable helada nocturna podía evitar el deshielo. |