- ¡Vamos!, un paso delante de otro, y otro, y otro, así, eso es, la vista fija en el lugar donde irá tu próximo pie Manolito, el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, fundamentalmente al encarar las subidas, ése es el secreto de caminar por el campo, ¡Vamos!.
Mi abuelo me mira sonriente mientras imito su modo de andar, caminamos por lugares que el hombre no ha pisado en más de cincuenta años.
La crisis económica mundial comenzó sobre finales del 2008, y fue acentuándose con altibajos hasta que a fines del 2014 el mundo estaba en franca recesión.
Todas las naciones del mundo se enfrentaron a límites insospechados de pobreza, desempleo y pérdida del valor adquisitivo; la situación desmoronó imperios, países e industrias y sumó al planeta en un verdadero caos. La moneda, “El vil metal” no valía ni el costo de producirla ni el calor que proporcionaba quemarla.
Lo primero que se detuvo fue la generación de combustibles y con ella murió el transporte, la energía eléctrica y las comunicaciones, la desocupación trepó en un par de meses por encima del cincuenta por ciento y continuó ascendiendo sin parar.
España no escapó a esta situación.
El gobierno tomó control de las empresas estatizando aquéllas vitales para la supervivencia del ser humano, mientras los pueblos y villas eran abandonados con premura buscando refugio en las grandes ciudades en las que un gobierno paternalista prometía cobijo y alimento para todos.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis campeaban a sus anchas por todo el mundo. Países y ciudades libraron batallas de pobres por los últimos campos sembrados y el escaso ganado aún vivo. Matanzas, destrucción hambre y peste...
En Zaragoza la familia Fernández oriunda de la Comarca de Monegros, se alojaba en la navidad del año 2014 en carpas improvisadas en la plaza del Pilar. El joven, Miguel Angel, de catorce años, con lágrimas en los ojos pregunta a su padre.
- Padre, ¿cuánto tiempo estaremos aquí?, ¿cuándo volveremos a nuestro pueblo?.
Él baja la mirada mientras su madre gira la cabeza para ocultar las lágrimas en su rostro.
Anoche hemos dormido en la iglesia de un pueblo llamado Perdiguera. Hace unas horas pasamos Leciñena siguiendo el viejo y destruido camino A-129. El abandono y la soledad de los pueblos me producen una tristeza inmensa. Al alejarnos, el paisaje y el humor van cambiando. Miro a mi abuelo con profunda admiración, una sonrisa brillante ahora ilumina todo su rostro, cada tanto se detiene y olfatea inundando sus pulmones con estos extraños olores que él identifica con el romero, el tomillo y los almendros y que a mi me generan desconocidos escalofríos de felicidad; los ojos se le llenan de lágrimas observando las añosas sabinas, y las escurridizas liebres que sólo vivían en su memoria y su alma hasta hoy. Mira al horizonte y me dice:
- Mira Manolito, esta noche dormiremos en la cima de esos montes, se llaman las sierras de Alcubierre, mientras caminamos te contaré de un señor que se llamaba Miguel Servet. Nació en Villanueva de Sijena allá por el año mil quinientos…
Luego de dos largos años de guerra, hambre, enfermedades y desorden, la población mundial ha descendido a poco más de la mitad. Sólo en Zaragoza las fosas comunes albergan más habitantes que sobrevivientes. El gobierno lucha denodadamente, repartiendo raciones elaboradas con la escasa producción lograda mediante la expropiación de los campos circundantes a la ciudad y una férrea disciplina sostenida por medio de guardias armados.
La educación, las artes, las ciencias y hasta la salud han quedado postergadas en aras de la supervivencia más elemental. La falta de combustible hace imposible el transporte, quedando el poco disponible limitado al uso exclusivo de la distribución de alimentos y la higiene mínima de la ciudad.
Los Fernández aprovechan la oportunidad para alojarse en una vieja casona cuyos propietarios fallecieron recientemente. Adoptan un par de perros de la calle y clandestinamente construyen un pequeño huerto en el fondo, con el que complementan el escaso alimento distribuido oficialmente.
La gran cantidad de suicidios y crímenes colaboran en mantener las tasas de crecimiento demográfico negativas.
A pesar de ello el tesón y el apego a la vida de los Fernández logran producir nuevas generaciones. El niño de catorce años, Miguel Ángel, alcanza los veinticinco, conoce el amor y se casa con una muchacha huérfana sobreviviente de la calle. En su habitación, en la vieja casona, engendraron tres hijos varones que cuidaron con amor y celo protegiéndolos de un mundo convertido en pesadilla.
- Papá, puedo ir con ustedes?
El abuelo sonriendo hace un guiño a papá, y él me responde:
- Síguenos con atención Manolo, no queremos perderte en estos montes, esta noche hará mucho frío.
Camino detrás del abuelo y delante de papá tratando de no demostrar el miedo que me da esta noche llena de sombras y el silencio lleno de pequeños ruidos. Vamos buscando las trampas que dejó el abuelo al atardecer, mientras mis tíos buscan leña para pasar la noche. Mamá, mis tías, mi hermana y mis primos más pequeños quedaron en el refugio que nos encontró mi abuelo.
No entiendo cómo el abuelo se ubica en esta tierra, lo cierto es que llegamos a la primera trampa y con excitación veo a una liebre atrapada. Volvemos a nuestro refugio con tres liebres, el abuelo saca un viejo cuchillo de su misteriosa bolsa y junto a mi padre, faenan los animales. El romero silvestre y unas papas que trajimos de nuestra huerta hacen un guiso que el mismo abuelo supervisa con la colaboración de las mujeres.
Luego de una opípara y exquisita cena nos preparamos a dormir.
- Abuelo, ¿qué es este refugio extraño?.
El abuelo suspira como buscando por donde empezar. Luego de un silencio me dice:
- Los límites de la maldad de unos hombres sólo pueden ser comparados con los límites de la capacidad de amar de otros. Hace más de un siglo, aquí, en la Comarca de Monegros, se libró parte de una guerra que enfrentó a amigos, hermanos, padres e hijos, se llamó la Guerra Civil española. Estos son los restos de la llamada trinchera Republicana de Orwell.
- Abuelo, ¿qué es una trinchera?
- Son fortificaciones en donde un bando se defendía del ataque del otro.
- Entonces, ¿había trincheras del otro bando?
- Claro Manolito, están allí, en ese monte.
- ¿Y por qué elegimos ésta?
La paciencia del abuelo se va agotando con la misma facilidad con que aumenta mi curiosidad. El abuelo responde sonriendo misteriosamente:
- Simpatía, Manolito, simpatía.
Me quedo pensando un rato y arremeto nuevamente.
- Abuelo, ¿y quien era Orwell?.
El abuelo suspira nuevamente y esta vez contesta fingiendo severidad:
- Manolito, ya es tarde y mañana tenemos mucho que caminar, ponte a dormir, mañana te hablaré de Orwell.
Primero murió Manolo, su padre, en su lecho de muerte le pasó a su hijo una bolsa con sus pertenencias y le transmitió su último deseo.
- Miguel Ángel, eres un monegrino, no olvides jamás a tu tierra, cuando todo esto pase vuelve a ella, siempre te estará esperando.
Miguel Ángel, se duerme sobre una silla sosteniendo la mano de su padre, al amanecer lo primero que nota es que la mano que sostiene está helada.
Revisando la bolsa de su padre entre cuchillos de caza, trampas y todo tipo de utensilios para la vida en el monte, encuentra un viejo y manoseado libro, se llama “Lluvia Amarilla” de un tal Julio Llamazares. Al leerlo, un fuego de rebelión despierta en su alma y jura en silencio “Volveré”.
Veinte días después su madre moría de tristeza siguiendo el camino de su padre. Desde entonces Miguel Ángel conserva las cenizas de ambos en la bolsa de cuero que le dejara su padre.
- … Entonces George Orwell, que se definía a si mismo como Socialista Demócrata, sintió que era su deber pelear contra el Nacionalismo despiadado y luchar a favor de los republicanos. Y así, sin más, se apareció por la Comarca listo para entregar su vida por la causa. Aunque creo que la causa o la misma guerra terminaron desilusionándolo...
El abuelo me mira, ve que estoy distraído y me sonríe. Luego arremete nuevamente mientras camina.
- ¿Sabías Manolito que George Orwell se inspiro en una granja de la Comarca para escribir su famoso libro “Rebelión en la Granja”?, todavía recuerdo una frase del libro, “todos somos iguales pero algunos son mas iguales que otros”…
El abuelo sonríe a sus recuerdos. En realidad el tema ya me aburre, pero adoro escuchar hablar a mi abuelo. Todos sus conocimientos provienen de su padre, mi bisabuelo, El también ha tomado el sagrado deber de enseñar a sus hijos y ahora lo hace conmigo. Sus ojos miran al infinito mientras camina y veo a su alma y mente levantar vuelo sobre los pueblos y las sierras. Yo también levanto mis ojos al cielo…
- Mira abuelo, pájaros enormes.
- Son cigüeñas Manolito.
- Pero no hacen nidos en los árboles sino en los edificios.
- Sí, así ha sido desde que recuerdo.
- ¿Y qué pueblo es ese con esa Iglesia tan hermosa?
- Alcubierre, allí descansaremos y mañana saldremos temprano, quiero llegar a casa de una vez.
Los años transcurren monótonamente en Zaragoza. La globalización ha desaparecido, nadie se aventura fuera de las ciudades, y sin comunicaciones se desconoce el destino del resto del mundo. Los trescientos mil habitantes sobrevivientes han logrado una tolerable convivencia entendiendo que su destino depende de la mutua colaboración.
El mundo ha cambiado, a pesar del duro golpe asestado a la raza humana. Ese ser vivo, nuestro planeta, ha iniciado una rápida recuperación. La ausencia de emisión de gases tóxicos a la atmósfera, la finalización de la destrucción de los bosques, y la falta de la contaminación del agua ha salvado a Gaia, nuestra Tierra, de un final desastroso.
Mientras tanto, en la humanidad, la resignación, el temor y la falta de esperanza en el futuro mantiene la tasa de crecimiento negativa. Los muchachos Fernández son unos de los pocos representantes de una juventud minoritaria. Así todo, logran formar parejas con la bendición de su padre. Una tarde de otoño su hijo mayor, Juan Fernández coloca orgulloso sobre los brazos de Miguel Ángel una criatura serena y con los ojos bien abiertos.
- Se llama Manolo, como tu padre, mi abuelo.
Unas lágrimas corren por las mejillas de Miguel Ángel, sostiene con amor a su nieto y le susurra al oído:
- Manolito, algún día volveremos juntos a Lanaja.
Once años después, la esposa de Miguel Ángel moría de tuberculosis. Un nuevo pote de cenizas se suma a la bolsa de cuero.
Una semana después el Abuelo reúne a hijos, nueras y nietos en la cocina. El tema ha sido discutido en largas noches y, con disensos y temores finalmente fue aceptado por todos.
- Hijos, ha llegado la hora de volver a casa, entenderé si alguno desea quedarse. Mañana parto aunque sea solo de vuelta a mi tierra.
En silencio todos se retiran a sus cuartos. Por la mañana un extraño grupo de hombres, mujeres y niños cargados con bolsas, arrastrando un pequeño carro y acompañado por cuatro perros, abandonan la casona y se dirigen a la salida norte de Zaragoza.
El sol brilla sobre los escasos restos de la carretera, los perros que hacen de avanzada del grupo, comienzan a ladrar. Entre los campos de alfalfa abandonados, un grupo de ovejas salvajes que el hambre y el destino han olvidado, pacen tranquilas al costado del camino, de pronto miran con desconfianza a los perros y se alejan presurosas. El abuelo sonríe y dice:
- La esperanza Manolito, nunca pierdas la esperanza.
Seguimos caminando y el camino tuerce a la derecha. El abuelo estira el cuello y los ojos se le humedecen. Lo escucho que habla solo:
- El pozo de Hielo, la Avenida del parque, más allá la calle de la Fuente...
Miro a mi abuelo y tomándole la mano le pregunto:
- Hemos llegado a casa?
Se produce un silencio medido en largos suspiros y finalmente me dice:
- Si Manolito, hemos llegado a casa.
Esa tarde en la plaza de la intendencia, la familia Fernández asiste silenciosa a una extraña ceremonia; las cenizas de tres potes se sueltan al aire que, arremolinándose, se mezclan junto a las hojas acumuladas de cincuenta otoños.
El abuelo se dirige a sus hijos, y les dice:
- Hijos, ésta fue la tierra de los Fernández por muchas generaciones, Hoy nuestra familia ha vuelto a su hogar.
Llevamos dos años viviendo en Lanaja. En tan poco tiempo ya hemos reparado cuatro casas, el abuelo vive solo en la casa de sus padres, nosotros en la de al lado y mis tíos en la misma calle.
El abuelo ha encontrado una biblioteca con su invaluable contenido parcialmente protegido del agua y el tiempo. Los añosos ejemplares se han trasladado paulatinamente de la vieja biblioteca a una de las habitaciones de la casa del abuelo. Nada me otorga mas placer que reunirme por las tardes al lado de la chimenea a leer con el abuelo.
En nuestros paseos por la Comarca he visto los vestigios de un pasado lejano y reciente, enormes columnas con gigantescos brazos que el abuelo me explica que eran molinos eólicos que producían electricidad, pero ahora están detenidos y arruinados por falta de mantenimiento, vemos viejos sistemas de riego estropeados por el tiempo, paneles solares destruidos, la buena noticia, según mi abuelo, es que el canal que traía agua de los Pirineos sigue funcionando, pero no hemos hallado presencia alguna de seres humanos.
Mientras tanto hemos reunido una majada de ovejas y tenemos una respetable superficie sembrada, milagrosamente hemos encontrado un pequeño grupo de caballos salvajes que papá y mis tíos con paciencia lograron atrapar y domesticar. Yo tengo el mío, al que mi abuelo bautizó Rocinante, el de él se llama Babieca.
Todas las mañanas salgo con el abuelo a caballo, subimos hasta el pozo de Hielo y desde allí miramos hacia el oeste y luego al norte.
Esta mañana cuando subimos vemos desde lejos a un grupo de personas que vienen caminando, algunos con niños en brazos, otros arrastrando bultos, desde lejos nos saludan, el abuelo les devuelve al saludo emocionado.
- Abuelo, por qué lloras, ¿qué significa esto?
- Nada Manolito, sólo significa que la Comarca le ha ganado otra batalla a la historia. (*)
(*) Nota del autor:
Si bien no soy Monegrino, ni siquiera Español, he conocido a la Comarca y a su gente por un breve tiempo. El resultado fue amor a primera vista. Presuntuosamente he tratado de reflejar lo que entendí en tan breve tiempo como el carácter de su gente y el amor a su tierra. Espero no haber cometido grandes errores en el relato, y si así fue, espero ser perdonado. Lo hice con un enorme cariño y respeto.
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