II
Mediados de junio.
Había pasado como un mes y medio desde que terminé con Jésica, o que ella terminó conmigo, cuando me la encontré en el parque. Iba a la clase que tenía en la tarde, como a las seis. Me cargaba esa hora de ese día, me había quedado súper malo el horario de mierda. Pero me encontré con ella y no supe qué hacer, si escaparme o ignorarla o hablarle. Le hablé, obvio, si venía caminando hacia mí.
- Nes. – me dijo con una cara de pena y de arrepentimiento. Era una de los pocos que me decían Nes. – Néstor… perdón. – fue todo lo que alcanzó a decir y se puso a llorar. Sollozaba y se tapaba la cara con las manos. Yo lo único que quería era correr y abrazarla, pero me quedé paralizado. Me acordé de la gente que andaba diciendo que estaba embarazada. Me asusté.
- ¿Por qué? ¿Perdón por qué? – apenas me salió la voz. Ella seguía llorando. -¿Por qué? – repetí ahora más fuerte, me salió enojado, pero no estaba enojado, tenía miedo.
- Porque… porque… - apenas podía hablar, lloraba como los niños, ahogándose en las palabras. Era una niña todavía, así la veía yo, así me veía a mí mismo… estábamos de cumpleaños el mismo día, pero ella tenía un año menos que yo, tenía diecinueve ese día. Vi cómo se secaba las lágrimas y me miraba en silencio. Ya no sollozaba, pero le caían lágrimas de los ojos. Sin dejar de mirarme bajó las dos manos y se sujetó el vientre, y a mí se me detuvo el corazón en el pecho.
- No. – susurré apenas, negando con la cabeza. – no, no, no. – decía cada vez más fuerte. Tenía ganas de llorar, de tirarme al piso y llorar, pero siempre es más fácil convertirlo todo en rabia. - ¡Mentira, dime que es mentira! – le grité, agarrándola fuerte del brazo, como que si el solo deseo lo hiciera realidad. Ella lloraba de nuevo y la gente nos miraba y se apartaba de nosotros al pasar. Miró al suelo y se quedó ahí llorando sin decir nada. Yo me alejé caminé, di vueltas, me tiraba el pelo, desesperado, hasta que al final volví y le pregunté más tranquilo lo que no quería saber. – ¿de quién es? – me miró por fin pero no dijo nada, tenía miedo - ¡¿De quién mierda es?! – le grité de nuevo, no estaba tranquilo todavía. Y ella seguía mirando el piso y mirándome a mí con cara de culpa eterna. – no sabí. – dije por fin. – ni siquiera sabí de quien chucha es… erí una puta. – le escupí la palabra con todo el odio y el orgullo herido que tenía dentro. Me dio una cachetada. Me pegó súper fuerte, me palpitaba la cara, pero no me moví, y ella por fin habló, como nunca la había visto hablar antes, llena de rabia y resentimiento que no debió ser para mí.
- ¿Quieres saber, de verdad quieres saber de quién es? – no, no quería saber, no quería saberlo, pero tenía qué. – Es del Leo. –dijo con rabia, y de alguna forma, como triunfante. - ¡Es del Leo, del Leo! – repitió como si la primera vez no fuera suficiente. Era como que si me sacara el corazón y lo pisoteara ahí mismo.
- ¡Mentira, mentira! – grité yo ahora, desesperado. El Leo jamás me haría eso. Era mi primo, era como mi hermano, crecí con él, viví con él en la casa de sus papás, y nos largamos juntos de ahí apenas pudimos. No, él no, él no me haría eso. – Él no me haría eso. – repetí, ahora en voz alta.
- ¿Y por qué crees que se fue de tu casa? – se fue. El Leo se fue. Se había ido apenas una semana antes de que la Jesi terminara conmigo. Fue un doble quiebre que apenas aguantaba hasta el momento. Se había ido de vuelta a su casa, con su viejo de mierda y su madrastra de mierda que nunca se habían preocupado por él. Se había ido él, y después se fue Jésica y me dejaron solo. Me dieron ganas de llorar otra vez, pero la rabia…
- ¿Y por qué no me dijiste? – y ganó la pena. - ¿Por qué no me contaste? Pudimos haber hecho algo… pudimos… no sé…
- ¿Acaso te habrías quedado conmigo? ¿Acaso nos habrías perdonado? – volvía a ser ella misma, volvían a ser sus ojos grandes y bonitos y su expresión interrogante e inocente.
- Lo habría hecho, porque te amo. – respondí sin pensarlo un momento. Entonces vi esperanza en ella, casi felicidad, se me acercó y me trató de abrazar. Pero no, lo habría hecho, ya no lo haría, ya no había vuelta atrás. Me habían mentido, me habían traicionado, y yo nunca había sido bueno para perdonar, mucho menos algo así. – Te amaba. – corregí, apartándola. – Ándate, no te quiero ver. No te quiero volver a ver nunca más. – no sé como lo dije, pero lo dije, serio y sin inflexiones. Me miró incrédula, negaba con la cabeza y lloraba, trataba de tomarme de la ropa, pero yo sujetaba sus manos y la alejaba, hasta que se dio cuenta de que hablaba en serio. Se fue, llorando todavía, siguió su camino por el parque. Me di vuelta y la miré, se puso a correr. Me dieron ganas de perseguirla, de decirle que era mentira, pero no tenía fuerza. Me dejé caer en la banca más cercana, hundí la cara en mis manos y me puse a llorar.
Lloré y lloré y lloré, no sé cuanto rato, hasta que no me quedaron lágrimas, ni fuerza, ni voz. Ya estaba anocheciendo cuando me la encontré, pero ahora estaba oscuro. Falté a clases, me di cuenta de repente. Me sequé la cara lo mejor que pude, sentía los ojos hinchados y cansados. Estaba pensando en qué hacer ahora, si ir donde el Javi, si irme al depa, si ir a emborracharme, cuando alguien me habló
- Oye… ¿estás bien? – levanté apenas la mirada para ver a alguien parado frente a mí con unos pañuelos desechables en la mano. Me sonaba la voz, pero no la reconocí. No le quise mirar la cara.
- Sí. – dije apenas. ¿Quién mierda va a huevear a un huevón llorando en la calle?
- ¿Quieres un pañuelo? –me dijo. Estaba todavía ahí, mirándome, yo no quería mirar hacia arriba para verle la cara, no quería saber quién era. Qué vergüenza. Agarré un dichoso pañuelo para que no leseara más.
- Gracias. – dije después de pensarlo. Ahora lárgate, casi agregué, pero sentí que eso agotaría mis escasas fuerzas.
- ¿Necesitas… algo? – ¡¿oh, pero qué mierda ese tipo?! Miré por fin quién cresta era, con los ojos hinchados y brillantes. Fuera quien fuese se estaba ganando todo mi odio. Pero no lo conocía. Era un tipo alto, rubio, con una gabardina beige y una boina roja. ¿De dónde…?
- Tú… eres el tipo del baño. – dije sin pensar. Sonrió, sólo un poco, divertido.
- Sí, ese soy yo. Disculpa molestarte así, pero… - se encogió de hombros y levantó los pañuelos, buscando las palabras. – te reconocí denantes y sentí… que te debía un favor. – dijo finalmente.
- No me debes ningún favor, – dije poniéndome de pie. – no te preocupes. – me puse a caminar hacia la plaza Perú. La decisión fue emborracharme, al final. Pero se puso a caminar conmigo.
- No, en serio, si no es por cumplir, es que, fuiste muy buena onda conmigo, cómo… voy a dejarte…
- No soy tu problema. – dije serio por fin. No tenía ánimos de aguantar a nadie, menos a un desconocido tan irritante.
- Lo último que quiero es molestarte. – dijo despacio. Su voz era casi grave, pero suave. Me detuve para mirarlo, estábamos justo debajo de un poste. – de verdad, cualquier cosa que pueda hacer por ti… Yo estaba súper mal el otro día, no tienes idea de cómo me sentí cuando un desconocido me trató tan bien. Fue súper raro encontrarte de nuevo, pero… cualquier cosa que pueda hacer para devolverte el favor. – al parecer éramos distintos tipos de persona, yo me sentía de lo más incómodo, hasta ese momento por lo menos. Me dijo todo tan sereno, me parecía súper raro, aunque yo siempre he sido ultra tímido, quizás por eso. Pero me sentí tranquilo, no sé si fue su voz suave, sonaba tan sincero, o su rostro afable, quizás.
- Entonces, súbeme a un taxi. – dije en mi tono medio sarcástico, medio despreocupado de siempre, y seguí caminando. Y siguió caminando conmigo.
- Bueno.
Fuimos al Barrabás, o yo fui, él me seguía. Me pidieron el carnet, ahora último ya casi no me lo pedían, pero no en todos lados me creían la edad. El rubio se sonrió. Me di cuenta de que no sabía su nombre.
-¿Siempre te piden el carnet? – preguntó divertido, pero sin burlarse.
- No. – respondí falsamente ofendido. – De repente no más. – agregué casi sonriendo.
Nos sentamos en una mesa a la pared. Me fije en el local, no me gustaban esos locales, con tantas luces, espacios tan grandes, suelo de baldosas brillantes, no cuando mi ánimo era sombrío y patético, por lo menos. Como esa noche, como siempre que me ponía a tomar solo, o casi.
- Me llamo Esteban, dicho sea de paso. – me dijo estirando la mano después de que nos sentáramos. – mucho gusto. – le estreché la mano, me dio risa, era todo tan absurdo.
- Néstor, igualmente. – después de un momento pregunté, sonriendo divertido todavía, incrédulo. - ¿De verdad pretendes acompañarme?
- De verdad. – respondió sin dudar un momento.
- Que eres raro.
- Se tiró a mi primo, hueón, a mi primo. ¿Qué chucha se supone que tenía que hacer? – no lloraba sobre la mesa, al contrario, me moría de la risa. Esteban asentía, no sé si comprensivo o incómodo, no me importaba, no estaba con ánimos de fingir ante ningún desconocido. Él quiso quedarse.
- No deberías tomar tanto…
- No, si estoy bien. ¿Qué te decía? ¡ah, sí! Jésica…
- La niña con la que discutías en el parque, ¿o no? – de repente todo el ánimo se me cayó al suelo.
- ¿Nos viste…en el parque? – pregunté nervioso. Me acordé que le había gritado, que le había agarrado el brazo súper fuerte, que me había pegado una cachetada. Me dio vergüenza, mucha, mucha vergüenza.
- No en realidad los vi hablar, y después la vi que se fue. – dijo dándose cuenta de mi cambio de ánimo. – Entré al edificio de al frente, los vi casi nada. – agregó rápido, para no hacerme sentir mal, probablemente.
- Ah…
Ahora sí lloraba, tapándome la cara con un vaso de cerveza.
- No es tu culpa. – me decía Esteban.
- ¿Y qué más? ¿Acaso tengo cara de huevón que todo el mundo me miente como quiere? – ya me estaba costando hablar, aunque todavía pensaba claro. - ¿Cómo no me di cuenta de que pasaba algo raro? Capaz que cuánto tiempo estuvieron cagándome.
- No, no creo. No creo que hubieran querido hacerte daño.
- Eso quería creer yo, pero, la gente… la gente siempre me miente, quiebran sus promesas, y yo, como imbécil, vuelvo a creer en ellos, vuelvo a creer en todos.
- Pero, cómo… ¿Qué cosa tan terrible te han hecho para que pienses así?
Estaba completamente ebrio, hablaba y hablaba y hablaba. Era como que si una parte de mí hablaba, tomaba y lloraba, mientras la otra la observaba desde muy lejos.
- Así que tres meses después llamaron a la casa diciendo que se había muerto, en un accidente. ¡muerto, ¿cachai?! Y lo último que le había dicho a mi vieja fue: “Antes que volver, muerto” antes muerto, ¿cachai? Mi mamá hasta pensó que se había matado para no tener que volver. Estaba súper loca, y empeoraba cada día más. Nos culpaba, a mí y a mi hermano, tomaba todo el día, la casa era un desastre, y nosotros también, supongo, yo me la pasaba el día cuidándolo. Después empezó a pegarnos… Él tenía como siete años, yo, nueve. Y una noche… una noche fue tanto, estaba tan curá que… - no pude seguir. Se me quebró la voz trémula y pastosa. Eso había pasado hacía más de diez años, pero no me podía sacar las imágenes de la cabeza. El terror, la desesperación, la impotencia.
- Vamos, Néstor, vamos. Te voy a llevar a tu casa.
Frío, frío, viento. Estábamos en la calle. Un taxi paró y nos subimos. Olía a menta y los asientos eran suavecitos.
- ¿Dónde vives, Néstor? ¿Néstor?
Perfume. Olía a perfume.
¡Oh, mi cabeza! Tenía una puntada asquerosa en la cabeza, como si alguien me metiera un dedo por la oreja hasta perforarme el cerebro. mE tapé los ojos, había demasiada luz. Traté de darle la espalda, pero me caí de la cama. Entre puteadas me senté en el suelo y me quedé mirando mi pieza, tenía los ojos pesados y un mareo horroroso, me dolía el estómago, tenía unas leves ganas de vomitar. Mientras se me pasaba el sueño me di cuenta de que no estaba en mi pieza, si no que en el living, pero en realidad no era mi living… ¿Dónde cresta estaba? Había dormido en un sillón, tenía hasta los zapatos puestos, y una ventana enorme dejaba pasar demasiada luz.
- ¿Hola? – pregunté despacito mientras me ponía de pie, ayudado del sillón y de la mesita de centro. - ¿Hola? – repetí con ganas de que no me escucharan. Entonces sonó una llave en la puerta y me dieron unas ganas de esconderme en cualquier parte. Pero ni me moví. Entró él, Esteban. Me quedé mirándolo con la sensación de haber sido pillado en medio de una travesura.
- Néstor, despertaste. ¿cómo estás? – me di cuenta de que hablaba raro, como en español neutral. Le ponía todas las eses a las palabras.
- Bien, bien, estoy bien. – fue mi espectacular respuesta. – em… yo creo que… me voy ya. No quería molestarte tanto, disculpa… - qué vergüenza.
- No, nada que ver, no me pidas disculpas. ¿Quieres tomar desayuno? – recién me di cuenta de que traía unas bolsas del supermercado, se las llevó para la cocina, supongo. Si fue al súper, al Santa Isabel, entonces teníamos que estar en el centro todavía, menos mal. Le repetí que no podía, y pasé al baño. No me sentía tan mal, pero me dolía un poco la guata y sentía la boca seca y amarga. Me miré en el espejo, tenía una tremenda cara de mierda. ¿Cómo cresta no me di cuenta de que me llevó a su casa? Eso fue demasiado estúpido, apenas conocía al hueón, apenas me acordaba de la noche. Aunque, por otra parte, si no me hubiera acompañado quizás como cresta hubiera llegado a mi casa. A fin de cuentas, quizás no fue tan terrible. Al final decidí no tomar nunca más y salí del baño.
- ¿Te vas? ¿De verdad no quieres desayunar? – no sabía cómo no me había echado a patadas todavía, el hueón buena onda, yo lo habría dejado durmiendo en un cajero.
- Sí, de verdad. Es súper tarde, no quiero molestar más.
No eres una molestia, quédate a tomar desayuno, bla bla bla. Me despedí repitiendo mil gracias y disculpas intercaladas. Salí, por fin, a un pasillo estrecho y limpio. Fui en la única dirección posible y me encontré dos ascensores. Iba a llamar uno cuando me acordé de lo mal que me siento en los ascensores, cuando estoy sobrio, si me subía así podía ocurrir una calamidad, así que seguí caminando y llegué a las escaleras. Piso 10, decía justo al lado, oh, qué barbaridad. Iba a empezar a bajar cuando me di cuenta. Saqué mi billetera y la revisé: ahí estaban las veinte lucas con las que había salido de mi casa la tarde anterior, dispuesto a ir a clases y pasar a alguna parte después a tomar algo, solo o acompañado, mira tú como terminan las cosas. Di media vuelta y volví al departamento. Como que me dio una arritmia cuando golpeé la puerta. Abrió altiro.
- Néstor, ¿qué pasó? ¿se te quedó algo? – preguntó tan servicial.
- No, no, es que... No me malinterpretes, pero, ¿Cuánto salió lo de anoche? – por la cara que puso, me malinterpretó. – es que yo tomé casi todo, y lo pagaste tú, ná que ver. – agregué rapidito. Menos mal que le cambió la cara.
- Ah, no, no te preocupes. – bla bla blá. Me costó convencerlo, pero al final me dijo, y estoy seguro de que me cobró menos. – Voy a tener que invitarte para quedar a mano. – Me dijo con una gran sonrisa. Me cayó bien el hueón, era súper buena onda. Casi me sentí mal por mentirle.
- Si po, cualquier día nos juntamos.
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