EL ÚLTIMO HOMBRE
Era la última flor del planeta, crecía presuntuosa en un campo gris y mustio,
levemente era movida por una brisa efímera que más bien parecía un gemido.
EL último hombre (al menos eso pensaba él al caminar 200 días sin divisar otro rostro en las calles desiertas),mirando el cielo gris en busca de algún ave que le mostrara el camino a algún lugar con alimento, no se percató de que destruía con sus pies la última flor, el último soplo de color en los campos grises y se sintió más solo que su propia existencia.
Empezó a llorar sin detenerse.
Contuvo el aliento mirando en el suelo los restos de la flor, la émesis última de la madre tierra, a quien llamábamos madre sin honrarla.
Pero había que seguir, sabía en el fondo de su ser que habría alguna esperanza,
no habían sido suficientes los días caminados ni los venideros, caminaría hasta su último aliento no sólo por comida, si no por compañía.
Algunas veces, imaginaba una mujer descalza frente a él, con las uñas pintadas, con sonrisa gastada pero brillante, que le decía en voz alta:
“Me encontraste, te encontré, valió la pena buscar entre las piedras”.
Y se acostaban en el suelo, esperando que pasara un ave, descansando sus pies y respirando el aire pesado que ahora lo era menos, pero pronto el sueño se convertía en vértigo, en una pesadilla de recuerdos constantes.
Alguna vez tuvo una mujer, no era la mejor, ni la peor, ni la más letrada, pero él la menospreciaba, a veces descargaba en ella todo el odio de los semáforos y la oficina, en aquel mundo donde había agua,árboles, animales, donde había otra mujeres, otras personas, donde había.
Cada uno de esos golpes regresaba a su cabeza, el hijo que nunca tuvo y no tendría, la madre que olvidó en un asilo, la mujer que le hubiera salvado la risa.
Hubo una flor que bajo el cielo necesitó de su ayuda, de una gota de agua o de saliva,
pero él era responsable como todos los demás de lanzar al abismo las semillas.
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