Todas las madrugadas por una razón que ignoro, despierto y me levanto a caminar por el patio extenso de la casa. Me he sorprendido mirando el cielo y quizá sean los azahares del naranjo los que avivan mi vigilia. No sé qué me pasa, pero cuando regreso a la cama, rumeo con la idea de quemar mi futuro. Me digo: ¿para qué sirve?, ¿puedo vivir sin éste? Tiendo el lecho, lo golpeo para hacerlo confortable y después, cierro ruidosamente mi ataúd.