Cuando somos apenas el árbol hueco y sordo que plantado quedó por el borde del camino, no queda otra cosa más que reir a carcajadas y recordar lo que en su momento fuimos en el mundo de la belleza, el arte, la poesía, la música, la vida y lo que seremos en la muerte. Pena nos da pensarlo, dolor nos causa cuando sentimos su rondar por la cama nuestra en cada una de las contadas noches que no sé quién nos hace de regalo por haber hecho una o dos o tres o quizá cuatro buenas acciones. En realidad es solamente mecánica perfecta entre uno y otro acontecer. A veces, somos también el agua que quedó estancada en la cloaca elevada del destino fatuo e incomprensible para unos, definido para otros. Al final, somos nada, no, jamás, imposibles, lejanos. Somos nada.