A veces me siento como una anciana malhumorada cuando digo que el pasado fue un tiempo mejor, pero es cierto.

Ni siquiera hablo de un milenio o una década atrás sino tan solo dos años antes del día de hoy.

Si no mal recuerdo estaba por salir de la secundaria. Quería ser doctora con todas las ganas del mundo. Tenía tiempo para dormir, para comer bien, para hacer ejercicio. Tenía un chico que me quería y aunque no todo era perfecto, al menos estaba segura de que yo también lo quería.
El tiempo paso, como siempre pasa y muchas cosas cambiaron.
Hoy estoy en la escuela de medicina pero lamentablemente me he dado cuenta que no quiero ser doctora. Mi futuro vuelve a estar bajo remodelación y no es algo que me agrade mucho. Siento que cada día es un esfuerzo el ir a clases y prestar atención. El obligarme físicamente a permanecer sentada y con los ojos abiertos.

Antes solía ser la mejor de la clase. Era esa niña que siempre homenajeaban en las ceremonias y que siempre tenía su mano levantada en el salón.
Pensaba que eso me traería éxito y con eso seguramente alcanzaría la felicidad.
La verdad es que a veces ser excelente en algo no significa necesariamente que seas feliz haciéndolo.
De hecho a veces serías más feliz si no hubieras sacrificado tanto por alcanzar esa excelencia.
Porque inevitablemente, tienes que sacrificar el amor.

El amor es caos. Es un torbellino que te arrastra y te deja sin donde apoyar los pies. Te dobla, te cambia y no puedes evitarlo. El amor es desorden, locura y se mueve por instinto. No hay reglas, no hay nada escrito y cambia de un momento a otro.
No hay lugar para ese tipo de desorden en la vida de la “niña perfecta”

En mi vida hay reglas. Me muevo por horarios, tengo alarmas en mi celular que me dicen a qué hora levantarme, a qué hora dormir. Trabajo hasta quedarme dormida y cuando despierto, el dia parece igual de gris al anterior.
El amor es un lujo que yo poquito a poquito he dejado salir de mi vida.

Por que el amor implica depender de alguien más y darle el poder a esa persona para que haga contigo lo que quiera pero confiando en que hará lo correcto.

En fin, que he terminado por matar las esperanzas de aquel chico que a insistido una y otra vez invitándome a salir a base de no contestar sus llamadas.

Hay silencio otra vez.
Hay orden en mi vida.

Finalmente, también todo lo demás empieza a caerse a pedazos. Extraño dormir bien. Ahora tengo que soportar el ver pasar mis sueños por delante de mí cuando estoy despierta. La mayoría son buenos, pero también hay pesadillas.

No todo es malo.

Estoy intentando cambiar, frenar un poco. Soltar las riendas y perder un poquito de ese preciado control.
Pero no es fácil después de una vida de reglas y horarios.

Quien sabe, quizá la próxima vez conteste el teléfono....