Las décadas iniciales del siglo XX fueron fecundas para imaginar el Perú del futuro; numerosas ideas, textos, organizaciones políticas nacidas en aquella época son todavía parte de la agenda nacional. Así ocurre cuando los cambios se dan en el largo plazo como en el Perú y siempre bajo el reacomodo de las mismas piezas. Diversos fueron los pensadores como distintas sus ideologías. Fue en gran medida consecuencia del cambio de época y de la prédica de González Prada que influyó en diversa medida en las opiniones del europeizado Francisco García Calderón, del social cristiano Víctor Andrés Belaúnde y del propio Haya de la Torre, en su época de luchador antiimperialista. Mariátegui, por su parte, ejecutó una enérgica tarea de difusión de sus propios argumentos al tiempo que desarrollaba una praxis organizativa sustentada en el marxismo militante. La adhesión a su doctrina fue irrenunciable y lo fue también, hijo de su tiempo y circunstancias, su valoración de la cultura occidental como parte de su propuesta cultural, social y económica para el Perú. Si tuviéramos que extraer la idea fuerza de sus reflexiones en torno a la construcción del país del futuro sería su constante vinculación a la afirmación que el Perú, más que en el pasado, se halla incorporado como hoy en la historia o en la órbita de la civilización occidental. Es la comprobación principal de estas parciales conclusiones.
Es muy claro y principista en la defensa de los intereses proletarios y campesinos; pero, su mensaje cultural está teñido del criollismo supérstite que compartían sectores dominantes que él mismo combatía. Para él, Occidente es un dato inamovible de la realidad, axioma previo. Hemos visto que no es difícil hallar afirmaciones que sustentan su punto de vista sobre el tema. Su obra escrita entre los años 1923 y 1930 tiene variados ejemplos de esta realidad; su denominada edad de piedra es aún más elocuente de este pensamiento y fuente útil para el análisis.
Se percibe con claridad que Mariátegui ideó un país mestizo con acento y predominio cultural criollo, no negociable; con gradaciones y particularidades regionales, es cierto, pero su país del futuro era uno adscrito a Occidente con el indio asimilado, absorbido, aculturado por lo criollo occidental. Es cierto que pigmentaba la mezcla con su particular tesitura de crítica severa al viejo criollismo; pero, sin sustituir la primacía y dominio en la sociedad y en el poder de este tipo de de mestizaje.
Un país así imaginado tenía un espacio de realización modélica dentro del socialismo. Por eso es importante en su planteamiento el vocablo asimilación con su clara connotación de incorporación a conocimientos previos. Aquí radica el nudo de la cuestión y del equívoco que pervive desde la colonia y que nos ha impedido ser, elemento ineludible para aspirar a formas superiores de pensamiento y acción. Hoy asimilación ha sido sustituida por inclusión social. El escenario es muy elemental en sus componentes y comprensible por ello: reunamos dos culturas, despojemos a una de ellas de todo su bagaje cultural y hagamos que ingrese al ámbito de la otra que se considera "cultura universal". La cultura dominante hace algunas concesiones a la dominada en este proceso de incorporación; pero ninguna le otorga derecho suficiente para poner en cuestión la primacía y valores de la "cultura superior". ¿El resultado? la alienación permanente de aquellos que en aras de civilizarse ven destruidos los aspectos más esenciales de su ser social y personal: lenguaje, religión, vestimenta, música, costumbres, formas de asociación y de trabajo, relación con la naturaleza.
Esta especie de programación social se ha venido desarrollando desde la emboscada y derrota militar de nuestra cultura originaria. Sin embargo, observamos que la realidad se ha impuesto siempre sobre los deseos. Presenciamos un centenario proceso de asimilación e inclusión a cuentagotas. La resistencia cultural y la propia acción del dominador han producido un mestizaje cicatero, desigual y discriminatorio para la cultura originaria. A pesar de esta pesada y atroz aculturación, asistimos hoy, a contracorriente de la cultura “oficial”, a un poderoso y creciente desarrollo de lo andino que recrea lo indio e indígena desde una particular perspectiva de mestizaje que remodela el criollismo, lo transforma, somete y también lo anula. Este proceso de penetración cultural a la inversa se da en todos los ámbitos de la vida nacional se ejecuta sin orientación política concreta; emana solo de la supervivencia y fuerza de las raíces antiguas y reconstruye un pie y predominio indio que concibe, engendra lo andino.
Mariátegui no previo esta realidad, quizá ningún pensador ni político nacional. En sus apreciaciones sobre la cultura india se percibe los prejuicios y distancias del criollo antiguo. En algún momento se advierte inclusive un tufillo racista en sus apreciaciones. En particular contra el negro y el chino. Esta no es una opinión pionera. En 1991 en medio de una conversación entre Edgar O`Hara y Américo Ferrari con E.A. Westphalen, poeta que frecuentó la casa y el entorno del ensayista, afirma: Lo que no le perdono a Mariátegui es que fuera racista. A continuación se suceden intervenciones de los interlocutores que Westphalen completa: ¿Cómo un señor que se llama revolucionario puede ser racista? Es parte de un diálogo editado por el fondo editorial del Congreso de la República. Hay algunos estudios sobre este tema. Américo Ferrari tiene uno, publicado por la Universidad de Pittsburgh.
Reconociendo que a los pensadores hay que juzgarlos en su contexto y época, resulta un atrevido desafío ensayar algunas explicaciones y preguntar: ¿cuáles son los fundamentos en Mariátegui para esta visión del país? Creemos posible señalar cuatro razones. Su época estaba superando el uso del concepto raza entre algunos intelectuales y ensayistas de avanzada. Sin embargo, era distante aún el moderno concepto de cultura o etnia, más útil ahora. El uso que hace del término raza, no es despectivo ni quiere ser discriminatorio; no obstante mantiene en sus escritos un perfil divisorio y todavía biológico que lo conduce a sutiles subestimaciones del indio y su cultura y a no tan sutiles sobre el negro y el chino. Es posterior a él, también, la abundante bibliografía que hoy iluminan las reflexiones en la forma de entender e interiorizar la herencia cultural que nos acompaña y que cada día se hace más nuestra. La paradoja de la historia es que se la conoce e interpreta mejor cuanto más lejos se está de los hechos estudiados.
Otro aspecto es su herencia criolla y su desconocimiento de la geografía y suelo indígena. Su criollismo, es notorio, está muy distante de las ideas y del ánimo diletante y superficial del viejo criollismo que él combate con acritud. Su espíritu agónico y ascético no logra sacudirse de sus esencias criollas para juzgar lo indio. De criticar que nuestros burgueses y “gamonales” sostienen calurosamente la tesis de la inferioridad del indio… cuya solución depende del cruzamiento de la raza indígena con razas superiores extrajeras, vira Mariátegui a afirmar que de este prejuicio empieza a pasarse a extremo opuesto: el de que la creación de una nueva cultura americana será esencialmente obra de las fuerzas sociales raciales autóctonas. Suscribir esta tesis es caer en el más ingenuo y absurdo misticismo. Su criollismo está enlazado con sus orígenes y se cultiva a través del tiempo y es rastreable sin dificultad en su edad de piedra. No hallamos en esa época de formación y de vinculaciones raigales con los orígenes ninguna aproximación a lo indígena. Los seudónimos que en sus inicios periodísticos elige para publicar sus artículos son claramente influídos por los valores criollos occidentales: Juan Croniqueur, Jack. Kendal, Monsieur de Camomille, Kendalif. Genaro Carnero Checa lo advierte en su estudio La acción escrita. Si se quiere, señala, llegar a una exacta comprensión de la figura de J.C.M., todos los hechos de su edad de piedra merecen revisarse. Aquí un detalle de lo que se comenta: cuando ocurre el incidente con la bailarina Norka Rouskaya, en 1917, Mariátegui ensaya su defensa señalando que su asistencia al cementerio en noche bohemia y de danzas, no se distingue de las libertades que tenían los limeños para bailar y brindar por sus muertos en todos los santos. Menciona: entonces había para los zambos libidinosos y palurdos una tolerancia que ahora se niega a los artistas y a los escritores. Añade en su defensa: tales escenas subsisten en los cementerios de la sierra. Los indios no conciben el sepelio sin libación y el huaynito. Aún en Lima los vemos bailando cotidianamente al pie de sus cadáveres. Distancia y visión parcial de nuestra herencia cultural, sin duda. Y, lo que es más importante, similitud de tonos cuando el Mariátegui maduro y socialista enjuicia el aporte zambo y negro a nuestra sociedad.
Su adhesión a lo europeo que le ocasionó la excesiva e interesada acusación de europeísta de Haya de la Torre. Se vincula a Occidente a través de Europa, a Italia en particular. Su aprendizaje del Perú, como él mismo señala, lo hizo en el viejo continente. Allí desposa a una mujer y algunas ideas; pero también admira su paisaje, historia, personajes. En honor y recuerdo a esta relación intima nombra a sus hijos mayores como Sandro, por su admiración a Boticcelli y Sigfrid en reconocimiento a la cultura alemana. No concibe para el Perú un desarrollo autónomo de Europa, de lo sajón en particular, excéntrico de su técnica y cultura.
Su marxismo, es el mayor componente en la vertebración de esta visión mariateguista del pasado nacional y su futuro. No hay doctrina más occidentalizada, como el mismo lo reconoce en el conocido editorial de Amauta Nº 17, Aniversario y Balance, fruto de su maduración socialista y ruptura con Haya de la Torre. Allí señala que los países latinoamericanos llegan con retardo a la competencia capitalista. Los primeros puestos están ya definitivamente asignados…la oposición de idiomas, de razas, de espíritus, no tiene ningún sentido decisivo. Más adelante añade que el socialismo no es, ciertamente, una doctrina indo-americana…Es un movimiento mundial, al cual no se sustrae ninguno de los países que se mueven dentro del orden de la civilización occidental. Esta civilización conduce, con una fuerza y unos medios de que ninguna civilización dispuso, a la universalidad. Indo América, en este orden mundial puede y debe tener individualidad y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares. La cita numerosas veces exhibida proveniente de este editorial acerca de un socialismo de creación heroica, sin calco ni copia, debe leerse dentro del contexto editorial completo. Su distancia de la III Internacional y su lucha por establecer propias fronteras ideológicas proviene sin duda de su grado de entendimiento del Perú indio, agrario; insuficiente sin embargo para comprender que el Perú distinto no podía ni puede estar subordinado a Occidente ni a la cultura criolla.
Mariátegui confundió civilización y cultura, programa e ideología. Aquella nos brinda la tecnología, el desarrollo material, ésta la permanencia en el cambio, el sonido de nuestro lenguaje, hábitos, costumbres, relación con la naturaleza. La ideología tiene que estar vinculada a la cultura, matizada por conquistas universales, seguramente, mientras el programa interpreta las posibilidades civilizatorias. Desde el clasismo defiende la posición de los oprimidos, desde la cultura defiende a la sociedad dominante. No se puede dejar de analizar su marxismo, su grado de positivismo para entender sus reflexiones indigenistas. Incorpora el concepto de raza para referirse a los indios sin aplicarla a los criollos. ¿No serían los criollos, para ser congruentes con el análisis, también una raza? Evitar denominarla de este modo tiene varias connotaciones En la obsoleta óptica biologista, aún influyente en aquella época, quizá no sea posible considerarla raza por ser el resultado de un “cruzamiento”. Otra explicación, quizá la más atinada, es que al considerar raza solamente a la india, se está formulando toda una forma de incorporar a los indios a la colectividad nacional: como un conglomerado racial que no le dispute la conducción del país a los criollos; estos le otorgan la denominación biológica de raza india para distinguirse y excluirse de la misma nomenclatura, porque es habitual que la raza en el poder no requiere ni debe ser distinguida.
Terminemos con una idea de Mariátegui, vertida en su ensayo de 1923: Internacionalismo y nacionalismo, donde señala que la humanidad no percibe nunca quimeras insensatas ni inalcanzables; la humanidad corre tras de aquellos ideales cuya realización presiente cercana, presiente madura y presiente posible, con la humanidad acontece lo mismo que con el individuo. El individuo no anhela nunca una cosa absolutamente imposible. Las muchedumbres se emocionan y se apasionan ante aquella teoría que constituye una meta próxima, una meta probable; ante aquella doctrina que se basa en la posibilidad; ante aquella doctrina que no es sino la revelación de una nueva realidad en marcha, de una nueva realidad en camino. Con él y siguiendo sus palabras podemos expresar: tenemos una nueva realidad en marcha en el país, una distinta y que está siendo eficaz canalizadora de nuestra realización humana y que proviene desde nuestra realidad: la cultura andina. Ella nos provee de un tipo de pensamiento, filosofía, visión del mundo, cosmogonía, eficazmente organizadora de nuestro futuro y de la estructuración de nuestro espacio social y económico que, sin duda, estará orientada al desarrollo y a la culminación de una etapa inconclusa en la construcción de nuestra nacionalidad.
Sustituyamos la seudo racionalidad imperante, que nos impone Occidente en contra de toda racionalidad. Nuestra cultura originaria, con prudencia y calma, ha penetrado silenciosamente en cada espacio de nuestra sociedad y está orientando ahora nuestro derrotero social y económico. Aguarda solo la asunción consciente de todos y el impulso político imprescindible. Que pase de ser una cultura en si a una cultura para nosotros. Después de quinientos años revisemos las premisas básicas que sustentan nuestra visión de país a largo plazo. Occidente no ha tenido la capacidad ni la fortaleza para asimilar la cultura andina; y la cultura india ha impedido ser absorbida y mimetizada por Occidente. Aquí estamos, calmos también, enhiestos, construyendo nuestra hora, el tiempo del Perú cierto.
En el continente hay pocos países sin componentes culturales del pasado. Quizá Argentina y Uruguay son la excepción. Pero, Bolivia aymara;, Chile, mapuche, Paraguay, guaraní; Ecuador quechua, otavala, cañarí; Colombia Chibcha; Venezuela Caribe, Brasil, carioca, Centroamérica maya, México azteca…todos tenemos un futuro compartido, todos el compromiso de construir una sola cultura una nueva civilización.
Esta no es una jornada de esencialismos ni racismos para los peruanos, es un momento cultural en el que debemos construir un espacio para vivir todas las sangres y todas las patrias.
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