Existen variadas formas de entender el indigenismo, ¿fue un movimiento político, literario, de artistas plásticos, o todo ello reunido? Revisemos opiniones que le otorguen contexto al pensamiento mariateguista. José Tamayo Herrera señala que el indigenismo es la elaboración de una fracción de la clase dominante y del estrato “misti” (la burguesía urbana y la pequeña burguesía rural inclusive algunos terratenientes), que elaboraron un conjunto de ideas en torno a la realidad indígena, para conocerla o reivindicarla…Es esa intlligentsia la que expresa consciente o inconscientemente los matices de la mentalidad. Alberto Flores Galindo explica que fue un movimiento de composición heterogénea y de expresiones diversas, caracterizado en última instancia por la defensa del pasado y el presente indígena y por el propósito de incorporar elementos de la tradición cultural andina en el arte y la literatura. Amplía sus criterios señalando la existencia de cuatro corrientes a su interior: a) El tímido indigenismo que cultivaron algunos intelectuales oligárquicos, preocupados por el “atraso” de los indios. Señala en este grupo a Villarán, Deustua, Belaúnde, para quienes la solución era “educar” al indio. Añade, Mariátegui emprendió la crítica de esta posición, develando el sustento económico del problema indígena. b) El indigenismo de “denuncia”, un tanto sentimental, organizado por Pedro Zulen y Dora Mayer desde la Asociación Pro Indígena. c) El indigenismo oficial, auspiciado por el régimen de Leguía...que reconoció a las comunidades indígenas…instauró el Día del Indio, recurrió a retóricas invocaciones al Tawantinsuyo…conformó el Patronato de la Raza Indígena, presidido por el Arzobispo de Lima. d) Deja de pensar en el indio como un ser inferior, un ”hermano menor” o un ciudadano de segunda categoría. Eliminando criterios racistas intenta indagar las causas de la explotación y marginación de los campesinos a la vez que se proponen algunas soluciones concretas. Pero estas soluciones derivaron por varios caminos, uno de los cuales sería el socialismo. Henri Favre, peruanista francés, acota que el indigenismo en América Latina es, en primer lugar, una corriente de opinión favorables a los indios. Se manifiesta en tomas de posición que tienden a proteger a la población indígena, a defenderla de las injusticias de las que es víctima y a hacer valer las cualidades o atributos positivos que se le reconocen. Elabora una didáctica clasificación que señala cuatro indigenismos que solo nombraremos: racialista, culturalista, marxista y telurista.
La vertiente socialista nombrada por Flores Galindo es el estadio más influyente de ésta corriente de pensamiento; Mariátegui fue su impulsor. Es evidente que el indigenismo no articuló una plataforma política; fue un movimiento de solidaridad humana, no de clase ni étnica; de opinión, no de compromiso político; formulada en primera instancia por intelectuales burgueses y pequeño burgueses del sur andino nacional, especialmente cusqueño. En la interpretación cultural, eran criollos y blancos con la sensibilidad y conocimientos suficientes para interpretar y exponer el sufrimiento de una raza sojuzgada. Su influencia se hizo evidente en la literatura nacional, en las artes plásticas, poesía, teatro e inclusive la moda. El indigenismo no es tampoco un hecho que surge por generación espontánea en un espacio y un tiempo. Es el resultado de un largo proceso vinculado inclusive a los primeros años de la conquista. No olvidemos a Bartolomé de las Casas, defensor de los indios y tampoco al cusqueño Garcilaso de la Vega, del siglo XVI, primer pensador indigenista nacional. Sin embargo es Mariátegui quien le otorga ciudadanía política e instala en el movimiento las reivindicaciones orgánicas: eliminación del latifundio y de la servidumbre, que hicieran posible la redención del indio.
Luego de Mariátegui el pensamiento indigenista no logró desarrollo más elevado en el Perú. Luis E. Valcárcel, líder del grupo cusqueño e indigenista Resurgimiento, señala en sus Memorias que aprendió de Mariátegui a ver el problema del indio desde su verdadera perspectiva: Establecer la conexión entre el problema indígena y el de la tierra fue su gran enseñanza, sin conocer la sierra podía intuir que esa era la cuestión clave. Pero también entendió que no se trataba de una cuestión fortuita sino de índole profunda, que si bien el indio era descendiente de una cultura dada por muerta, conservaba sus ansias de resurgimiento. Añade que la adhesión de Mariátegui a las ideas indigenistas se vinculaba con su preocupación por la problemática universal que comprende a todos los pueblos oprimidos del mundo.
Al otorgarle Mariátegui una propuesta política propició que el gran movimiento estético, plástico, literario, humanista, que fue el indigenismo tuviera un cauce distinto al regional primer impulso. Hay que precisar que Mariátegui se vincula, hace suyas la idea indigenista, no se une al movimiento; lo lidera y le transfiere un programa, un credo y una doctrina: el marxismo. La polémica de 1928 con Luis Alberto Sánchez, muestra conceptos que precisan su posición sobre el tema. El intercambio de ideas ocurre cuando éste, en un artículo periodístico publicado en Mundial denominado “Batiburrillo indigenista”, subestima sus planteamientos con afirmaciones que le restaban valor. Indicaba, por ejemplo, que el indigenismo costeño de las vanguardias…se encuentra pleno de nacionalismo exótico. Mariátegui responde precisando que en el Perú las masas, – la clase trabajadora – son en sus cuatro quintas partes indígenas. Nuestro socialismo no sería, pues, peruano, – ni sería siquiera socialismo – si no se solidarizase, primeramente, con las reivindicaciones indígenas…Y en este “indigenismo” vanguardista, que tantas aprensiones le produce a Luis Alberto Sánchez, no existe absolutamente ningún calco de “nacionalismos exóticos”; no existe, en todo caso, sino la creación de un “nacionalismo peruano”.
La cita anterior contenida en un artículo del número siete de Amauta bajo el epígrafe “Indigenismo y Socialismo”, señala: pero, para ahorrarse todo equivoco,-– que no es lo mismo que equivocación como pretende alguien –, en lo que me concierne, no me llame Luis Alberto Sánchez “nacionalista”, ni llame “indigenista”, ni “pseudo-indigenista”, pues para clasificarme no hacen falta estos términos. Llámame, simplemente, socialista. Toda la clave de mis actitudes –y por ende, toda su coherencia, esa coherencia que le preocupa a usted tanto, querido Alberto Sánchez – está en esta sencilla y explicita palabra. En seguida formula una precisión que lustra su pensamiento: Confieso haber llegado a la comprensión, al entendimiento del valor y el sentido de lo indígena en nuestro tiempo, no por el camino de la erudición libresca, ni de la intuición estética, ni siquiera de la especulación teórica, sino por el camino, - a la vez intelectual, sentimental y práctico- del socialismo. En líneas siguientes refiere los orígenes cusqueños del indigenismo: “El indigenismo”, contra el cual reacciona belicosamente el espíritu de Sánchez, no aparece, exclusiva ni aun principalmente, como una elaboración de la inteligencia o el sentimiento costeños. Su mensaje viene, sobre todo, de la sierra. No somos “nosotros los costeños” los que agitamos, presentemente, la bandera de las reivindicaciones indígenas. Son los serranos; son particularmente los cuzqueños. Son los serranos más auténticos. Y, además, los más insospechables. El “Grupo Resurgimiento” no ha sido inventado en Lima. Ha nacido, espontáneamente en el Cuzco.
Más adelante, L.A. Sánchez critica su “nacionalismo recientísimo” a lo que Mariátegui responde que el nacionalismo de los pueblos coloniales, a diferencia del nacionalismo europeo, es revolucionario y, por ende, concluye con el socialismo. En estos pueblos la idea de la nación no ha cumplido aun su trayectoria ni ha agotado su misión histórica. Concluye expresando que su ideal no es el Perú colonial ni el Perú incaico sino un Perú integral.
Vemos que el acercamiento de Mariátegui al indigenismo es a través de su filiación socialista de profunda raíz europea, occidental. Por otro lado, la polémica ilustra la oposición de dos ideas, ambas de raíz criolla; una, teñida de colonialismo y la otra defensora de una idea de nación vinculada a nuestras tradiciones ancestrales. Las dos difieren en la forma de organizar económica y socialmente al Perú y en definir a los sujetos y conductores del cambio; grandes divergencias sin duda; pero similares en otorgar a Occidente la primacía cultural. El Perú integral que postula Mariátegui resulta de la fusión indiana y española, pero, con la asimilación de lo primero a lo segundo, es decir se inicia y finaliza en Occidente. Incorpora en su construcción todos los elementos nacionalistas indígenas que sean funcionales al proyecto, asimilables al esquema socialista; pero, no le otorga primacía política, tampoco cultural. Haciendo un símil con el injerto de especies botánicas, elige el pie en lo español. Mariátegui es criollo, por sus orígenes, formación, vinculaciones, lecturas; por vocación y elección. Es cierto, no es parte del criollismo medular causante del atraso nacional, cuando no de su ruina. Su criollismo es, usando una palabra grata para él: supérstite, sobreviviente y distinto, de nuevo cuño; interesado en un cambio radical de nuestro injusto ordenamiento político social. Criollismo desligado de sus taras ancestrales de superficialidad, alienación y mentalidad colonial y dependiente.
Mariátegui, no obstante la gran contribución política que le otorga al indigenismo, no hace un desarrollo teórico mayor en páginas políticas o económicas, sino literarias. En su evaluación del Proceso de la literatura de sus Siete ensayos, se refiere a Las corrientes de hoy, el indigenismo, indicando: el problema indígena, tan presente en la política, la economía y la sociología no puede estar ausente de la literatura y del arte. Señala que no puede ser juzgado de artificioso por la incipiencia (sic) o el oportunismo de pocos o muchos de sus corifeos.
Señala que subsiste una dualidad de raza y espíritu, que no ha alcanzado aun un grado elemental siquiera de fusión de los elementos raciales que conviven en nuestro suelo. El criollo, señala no está definido y no representa todavía la nacionalidad; por lo mismo no ha podido prosperar en nuestra literatura como una corriente nacionalista. El criollo, precisa, es una pluralidad muy matizada de mestizos. Distingue al criollo argentino y lo señala identificable fácilmente…el peruano no. Señala la existencia de una serie de variedades del criollo: el costeño se diferencia fuertemente del serrano. En tanto que en la Sierra la influencia telúrica indigeniza al mestizo, casi hasta su absorción por el espíritu indígena, en la Costa el predominio colonial mantiene el espíritu heredado de España. Es verificable sin dificultad en Mariátegui su imagen de un criollo definido como la imagen y personificación de la nacionalidad, de la peruanidad. Es un criollo impregnado, más en algunas regiones interiores, del espíritu indígena; pero no es un indígena acriollado sino un criollo con matices indígenas, de pie hispánico. Si observamos los hechos después de casi nueve decenios, el proceso así descrito y deseado, no se ha cumplido, no en los términos mariateguistas. El mestizaje ha avanzado, qué duda cabe, pero el resultado es un mestizo que no reconoce su sello indígena y que se aparta de sus tradiciones nacionales y las usa en la medida en que la cultura dominante se lo permite. Continúa distanciado, cuando no avergonzado de sus raíces andinas y busca la identidad en comunión con Occidente.
En los párrafos siguientes de su ensayo hace una serie de precisiones en torno al criollismo que profundizan su orientación anterior. Señala que una vez europeizado, el criollo de hoy difícilmente deja de darse cuenta del drama del Perú.El criollo peruano al reconocerse como español bastardeado, siente que el indio debe ser el cimiento de la nacionalidad. Pone el ejemplo de Abrahán Valdelomar y los cambios que observó en él después de su viaje a Italia. Culmina la idea señalando que mientras el criollo puro conserva generalmente su espíritu colonial, el criollo europeizado se rebela, en nuestro tiempo, contra ese espíritu, aunque solo sea como protesta contra su limitación y su arcaísmo. Es claro en afirmar que un sector criollo reconocerá su identidad nacional luego de un periodo de europeización. ¿Cómo se conjuga un nuevo criollismo asumiendo al indio como cimiento de la nacionalidad? Para que esta reflexión se haga realidad no hay otro camino que el acriollamiento del indio. Por otro lado, la interiorización en el criollo de su peruanidad luego de una estadía en Europa es el resultado de darse con la puerta de Occidente en sus narices. La consecuencia de este choque cultural no es la ruptura de sus paradigmas y la construcción de otros que tengan basamento real en lo nacional. Lo frecuente es que este cuestionamiento, como lo proyecta Mariátegui, no vaya más allá de la construcción de una identidad que resulte una variación, extensión de Occidente; como señala Vargas Llosa cuando define lo que somos: una prolongación ultramarina de Occidente. La actitud contestaría no se acerca a la ruptura sino a una nueva forma de conciliación donde se rescatan algunas formas nacionales que no creían parte de su ser, manteniendo la estructura mental básica completamente intocada.
Continúa señalando Mariátegui los “indigenistas” auténticos – que no deben ser confundidos con los que explotan temas indígenas por mero “exotismo” – colaboran, conscientemente o no, en una obra política y económica de reivindicación – no de restauración ni resurrección. El indio, señala, representa un pueblo, una raza, una tradición, un espíritu y no es posible considerarlo como un color o un aspecto nacional, colocándolo en el mismo plano que otros elementos étnicos del Perú. Entre sus otros elementos no se distingue al criollo; su ubicación para Mariátegui está por encima de las disputas étnicas, es el que dirige, gobierna.
Cuando Mariátegui vivía, escribía y actuaba en política la población indígena del Perú abarcaba las cuatro quintas partes del total. Era evidente que su postergación solo podía deberse a su carencia de representación política y a las condiciones de postergación y dominación bajo las cuales vivía. Reconoce por eso que el indigenismo agrupa una serie de factores, que conducían a prevalecer en la visión del peruano de hoy. Sin embargo, esta prevalencia no fue articulada en una propuesta política que asegurara esta preeminencia. A medida que se le estudia, se averigua que la corriente indigenista no depende de simples factores literarios sino de complejos factores sociales y económicos. Lo que da derecho al indio a prevalecer en la visión del peruano de hoy es, sobre todo, el conflicto y el contraste entre su predomino demográfico y su servidumbre – no solo inferioridad – social y económica. La presencia de tres millones a cuatro millones de hombres de la raza autóctona en el panorama mental de un pueblo de cinco millones, no debe sorprender a nadie en una época en que este pueblo siente la necesidad de encontrar el equilibrio que hasta ahora le ha faltado en su historia.
Señala que sería un error considerar al indigenismo equivalente al criollismo, al cual no reemplaza ni subroga. Explica que el indio ocupa el primer plano en la literatura y el arte porque las fuerzas nuevas tiende a reivindicarlo. El fenómeno es más instintivo y biológico que intelectual y teorético. Si esto no fuera cierto, recalca, el “zambo” interesaría al literato o al artista criollo – en especial al criollo – tanto como al indio. Y porque una reivindicación de lo autóctono no puede confundir al “zambo” o al mulato con el indio. Aquí Mariátegui se extiende en consideraciones de connotación racista. Menciona que el negro ha mirado siempre con hostilidad y desconfianza la Sierra donde no ha podido aclimatarse física ni espiritualmente. Cuando se ha mezclado al indio ha sido para bastardearlo comunicándole su domesticidad zalamera y su psicología exteriorízame y mórbida.
Mariátegui se declara partidario del mestizaje, aún cuando reconoce que no ha resuelto la dualidad indo-hispánica. Esta posición se diferencia de los postulados promovidos por la III Internacional que promovía la teoría de las nacionalidades. Indica que el porvenir de América Latina depende, según la mayoría de los pronósticos de ahora, de la suerte del mestizaje. Discute con Vasconcelos y su concepción de raza cósmica. Señala que el mestizaje que Vasconcelos exalta no es precisamente la mezcla de las razas española, indígena y africana, operada ya en el continente sino la fusión y refusión acrisoladas, de las cuales nacerá, después de un trabajo secular, la raza cósmica. El mestizaje actual, concreto, no es para Vasconcelos el tipo de una nueva raza, de una nueva cultura, sino apenas su promesa. Señala por ello que para el político, el crítico, el historiador, el mestizo real de la historia, no el ideal de la profecía, constituye el objeto de su investigación o el factor de su plan. Indica que en el Perú, el mestizaje no ha resuelto la dualidad, la del español y el indio y acude a las afirmaciones del cusqueño Uriel García quien ha hallado al neo-indio en el mestizo. Indica que este mestizo,…ha adquirido ya rasgos estables, no es el mestizo engendrado en la costa por las mismas razas. El sello de la costa es más blanco. El factor español, más activo.
Insiste Mariátegui en este punto en sus apreciaciones racistas. Señala que el chino y el negro complican el mestizaje costeño. Ninguno de estos dos elementos ha aportado a la formación de la nacionalidad valores culturales ni energías progresivas. El cooli chino es un ser segregado de su país por la superpoblación y el pauperismo. Injerta en el Perú su raza, más no su cultura. La inmigración china no nos ha traído ninguno de los elementos esenciales de la civilización china, acaso porque en su propia patria han perdido su poder dinámico y generador. Agrega que el chino parece haber inoculado en su descendencia, el fatalismo, la apatía, las taras del oriente decrepito y señala que la afición por los juegos de azar que traen estos migrantes es elemento de relajamiento e inmoralidad, singularmente nocivo en un pueblo propenso a confiar más en el azar que en el esfuerzo. El chino, en suma, no transfiere al mestizo ni su disciplina moral, ni su tradición cultural y filosófica, ni su habilidad de agricultor y artesano.
El aporte del negro es también severamente enjuiciado, señalando que aparece más nulo y negativo aún. El negro trajo su sensualidad, su superstición, su primitivismo. No estaba en condiciones de contribuir a la creación de una cultura, sino más bien de estorbarla con el crudo y viviente influjo de su barbarie.
Al matizar sus juicios sobre las inferioridades raciales no logra superar sus escrúpulos racistas. Señala que el prejuicio de las razas ha decaído; pero la noción de las diferencias y desigualdades en la evolución de los pueblos se ha ensanchado y enriquecido en virtud del progreso de la sociología y la historia. La inferioridad de las razas de color no es ya uno de los dogmas de que se alimenta el maltrecho orgullo blanco. Pero todo el relativismo de la hora no es bastante para abolir la inferioridad de cultura.
Cuando en los Siete ensayos hace un Balance provisorio, indica que la generación indigenista señala ante todo la decadencia definitiva del “colonialismo”…este fenómeno literario e ideológico se presenta, naturalmente, como una faz de un fenómeno mucho más vasto. Indica que hoy la ruptura es sustancial. El “indigenismo”, como hemos visto, esta extirpando, poco a poco, desde sus raíces, al “colonialismo”. Y este impulso no procede exclusivamente de la sierra. Valdelomar, Falcón, criollos, costeños, se cuentan, – no discutamos el acierto de sus tentativas – entre los que primero han vuelto sus ojos a la raza. Nos vienen, de fuera, al mismo tiempo, variadas influencias internacionales. Nuestra literatura ha entrado en su periodo de cosmopolitismo. En Lima, este cosmopolitismo se traduce, en la imitación entre otras cosas de no pocos corrosivos decadentismos occidentales y en la adopción de anárquicas modas finiseculares. Pero, bajo este influjo precario, un nuevo sentimiento, una nueva revelación se anuncia. Por los caminos universales, ecuménicos, que tanto se nos reprochan, nos vamos acercando cada vez más a nosotros mismos.
Es claro que el indigenismo sin Mariátegui no hubiera pasado de ser un esfuerzo loable de humanas y buenas intenciones de un grupo de intelectuales regionales. Con él se elevó a la doctrina y al análisis de sus causas materiales y económicas. Pero no a su entraña cultural. Veremos algunas conclusiones en los párrafos siguientes.
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