Como conocí a mi vecino 3
Mi vecino me despertó a las cuatro de la mañana con un telefonazo a mi celular. Seguramente se lo dio doña Sofía porque yo no le paso mi número a ningún hombre
—Edy, perdoname pero vamos a posponer la carneada del chancho…
Casi salté de alegría. Todavía no había encontrado una excusa para evitarme el mal rato.
—Venga a casa don Aramis, que hablaremos…
—Primero lo voy a hacer revisar por el veterinario. No vaya a ser que tenga esta enfermedad chanchuna. Influencia, que le dicen…
—¡Ahh, sí! La infuenza porcina
—Eso, eso
—Gracias por avisarme, así seguiré durmiendo, porque ya me iba a levantar para darle una última afilada a mi facón.
Me miró con admiración. No cualquiera usa un facón, ya que esto significa que el que lo tiene encima, está dispuesto a pelearse con cualquiera que lo provoque, sin echar un paso atrás.
Creo que ya les había contado de este vecino, que me odiaba porque yo le había puesto a un de mis perros, como nombre: Mussolini. Cuando murió Mussolini me regalaron otro perro. Un enorme Dogo de Burdeos y este sí que se parecía a Mussolini. La misma cara, al menos como yo lo he visto en fotos, pero doña Sofía me pidió que lo llamáramos Boby.
Al menos ahora tengo tiempo para encontrar una buena excusa y no ayudarlo a matar al pobre chancho. Estoy seguro que me desmayaría.
El vecino, don Aramís, quedó agradecido por lo del Boby, porque seguramente esperaba y con mayor razón que le pusiera Mussoloni Jr.
Siempre viene a tomar mate con doña Sofía y le trae frutas de sus frutales y toda clase de hortalizas que el mismo cultiva en su huerta. A veces me da miedo que se quiera conquistar a la doña, porque como ambos son viudos… Espero que no sea así, porque yo no podría vivir en el campo sin ella.
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