Cuando me di cuenta, ya tenía raíces sobre mi cabeza, aquella plantita juguetona bailaba sobre mí pegada a mis fantasías. Su delgado tronco fue creciendo como yo, al mismo tiempo que mis amores y desventuras, lo vi desojarse cada estación como él me vio llorar por el frio y la soledad.
Por fin, con mis enredadas cabelleras el árbol hecho raíces fuertes, y así me case. Con el traje beige y mi corbata azul se erguía sobre mi aquella que una vez fue un insignificante arbusto. Cuando bese a la novia su copa nos cubría con su sombra tibia y nos abanicaba en una susurra melodía que nos adormecía.
Aquella tarde de otoño cuando sus hojas rojas abandonaban sus sierpes tallos, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para arrodillarme con su peso, y enterrar lo que amos habíamos amado.
Se fue troncando su duro cuerpo, y el mío, con mi cansino andar solo soportaba ya la edad. Su débil tallo apuntaba hacia el acantilado, y hacia allá fui.
Quise saltar apenas estuve en la orilla, más me obligo a quedarme. Me senté sintiendo todo el peso de su desconsuelo. Mire el mar y en esa orilla al final de la tierra caí rendido y me hice polvo y pudo al fin libarse de mí.