Realmente era un profesionista como hay muchos: listo, asertivo en su trabajo, pagado de sí mismo, bien parecido y todavía joven, siempre en plan de conquistar mujeres, éstas se le rendían con suma facilidad, soltero empedernido, se llamaba Luis. Era como tantos otros profesionistas exitosos, excepto en una cosa: tenía Otra Personalidad.
La Otra Personalidad, usaba cierta poesía en su mirada, creía en el amor y se emocionaba al escuchar la Novena Sinfonía de Beethoven, era melancólica y honesta a más no poder. Al profesionista le contrariaba su Otra Personalidad que lo hacía sentir incómodo cuando se burlaba de la conquista en turno o se embolsaba el dinero que sus múltiples tranzas le producían. Esta situación le impedía a Luis ser el completo cínico como hubiera deseado.
En una noche de bohemia, en qué el año anterior lleno de amarguras fenecía y se esperaba con esperanza el feliz año nuevo, Luis convivía con sus amigos y alegres damas de la noche, había guitarras y copas pletóricas de champán, ron, whisky y cervezas. En cada libación las risas y los gritos aumentaban. Luis y su adorada de una noche bailaban y se juraban amor eterno que al día siguiente se esfumaría. El tiempo pasaba sin sentir.
Al llegar a su casa todavía con los efluvios del alcohol, Luis prendió la televisión, pasaban un programa de la Orquesta Sinfónica de Londres que interpretaba con acierto Vocalise y otras canciones de Serguei Rachmaninov. “Esta música son pendejadas”, pensó antes de quedarse dormido todavía vestido. Muy en el fondo de su subconsciente su Otra Personalidad lloró, desconsoladamente lloró. Luis al despertar, en choque entre él y su Otra Personalidad, insultó y se quejó de su situación.
Ya muy entrada la mañana del primer día del año, Luis llegó a la conclusión de que tenía que deshacerse de su Otra Personalidad, asesinarla si era preciso. Por fortuna no fue necesario ya que la Otra Personalidad se suicidó.
Por fin Luis podría ser feliz, ya sin remordimientos de conciencia viviría con plenitud, los pecados no tendrían misterios para él. Sin embargo no se explicaba el porqué de la tristeza que empezó a abrumarle. Una sensación de desamparo, de nada, de…
—Curioso el caso de Luis, si todo lo tenía ¿por qué matarse de propia mano? —preguntó el amigo.
—No sé. A lo mejor fue cosa de la borrachera que se puso —contestó el otro.
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