Mientras desayuno una deliciosa semigranizada de chufas con café negro y fartons ( especie de bizcocho típico de Valencia) observo a mi nieta, mitad española mitad francesa; es precioso comprobar sus ganas de aprender a meter la mano en todo lo que hay a su alcance como si cada instante fuese una clase magistral que le regala la vida. Ambas nos bañamos en la luz de Sorolla que nos devuelve el Mediterráneo empapada en la brisa del mar que nos llega al atardecer...

De ahí salto al Lavapies madrileño de Agustín Lara que, sin conocerlo supo cantarle. Emprendo la marcha por Mesón de Paredes arriba, en una placita a mi derecha encuentro un restaurante senegalés y decido descansar un poco, a la misma vez calmo hambre y sed: Arroz con dorada y berenjenas, ocras, zanahorias, yuca y no recuerdo cuantos vegetales más; para beber, zumo de flores. Descanso, hambre y sed quedaron colmados en exceso. Decido quedarme un rato más y me ofrecen un vaso de café Tuba...Delicioso en extremo.

Tengo que postergar mi viaje al encuentro de dos mares porque una de mis nietas quiere verme con vehemencia, así que vuelvo a casa para reencontrarme con ella. Pienso en los abrazos y los besos que nos daremos y varios días después ambas reemprenderemos el viaje hacia el encuentro que nos llevará a las puertas de África, allí donde el Mediterráneo se deja bañar por las aguas frías del Atlántico.

Tanta fortuna me emborracha. En medio de esta melopea de emociones decido mandar un abrazo a mis amigos de los cuentos.

Seguiré contando...