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Desde su retorno, Rosina ya casi no sale de casa. Envuelta en el chal negro de su madre, se atreve a cruzar el umbral de la puerta al anochecer, cuando está segura que no la verá nadie. Llega hasta la playa desierta, se sienta sobre la vieja barcaza encallada y permanece sentada allí, inmóvil, la mirada clavada en el horizonte. Su pelo se deja llevar por la suave brisa que se funde con el cielo oscuro y estrellado, mientras que su mente se resquebraja y martiriza con las mismas preguntas una y otra vez; ¿dónde estará? ¿volverá? ¿sentiré de nuevo su calor?.

Rosina se aferra el chal al cuello y en sus ojos brilla la mella que la locura ha dejado en su enjuto corazón, palpitando agonizante. Quiere llorar, gritar, maldecir, pero sabe que pronto tendrá que volver, y atribularse ya no resulta ser una opción que pueda sopesar.

Se pone en pie y camina descalza por la arena brillante bajo la cálida luz de la luna, mientras los granos danzan entre los dedos de sus pies. Observa el viejo faro desde lejos y recuerda el momento en qué todo comenzó; cuando aquel anillo encajó en sus frágiles dedos tras la dulce petición de mano, de la que solamente el mar fue testigo, y que ahora parecía haberse llevado aquel instante con el vaivén de sus olas. El recuerdo de aquel momento no consigue escapar de su cabeza mientras recorre las calles envueltas en sombras de regreso a casa, y una lágrima acaricia su mejilla.

Llega a la vieja heladería de la esquina, lugar de su primer encuentro con él, y una segunda lágrima asoma por sus párpados. Un poco más allá divisa el gran manzano, que esconde bajo sus ramas el primer beso de Rosina. Se da cuenta de que todo le recuerda a él y rompe a llorar. Los sollozos suenan en la calle nocturna y desierta como truenos en medio de una tormenta.

Detrás de Rosina aparece una silueta, silenciosa e inquieta, que se mantiene ahí esperando a que ella se dé la vuelta. Es su madre. Con un ligero gesto de preocupación en la mirada, sabe que no hay palabras para consolar al torturado corazón de su hija y se da cuenta de que solo hay una cosa que puede hacer. Sin decir nada posa una mano en el hombro de Rosina. Rosina se gira sollozando, aún más que antes, y se introduce en el pecho de su madre buscando un abrazo que le es concedido casi de inmediato. Las dos mujeres se abrazan y la silenciosa y oscura calle se inunda de unos sentimientos que solo una madre puede acallar.

A la mañana siguiente, los rayos de sol se difuminan en las cortinas de la habitación de Rosina a primera hora. Una maleta, con apenas cinco prendas en su interior, reposa sobre el edredón de la cama. Rosina termina de preparar la maleta y baja al coche donde su madre espera al volante.
De camino a Agromare, Rosina y su madre no dicen nada. Es mejor así. Ninguna de las dos quiere provocar ese silencio incómodo que viene después de un comentario sin sentido, y deciden permanecer calladas, a solas con sus pensamientos.
El regreso de Rosina, a Agromare, a apenas dos meses de su boda, dio lugar a un enjambre de conjeturas en la pequeña aldea de pescadores. La madre, que sabía la verdad, evitaba los encuentros con la gente del pueblo, manteniendo sólo los contactos imprescindibles.

Texto agregado el 12-08-2012, y leído por 242 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
23-10-2012 La tristeza parece infinita.... buen texto, felicidades!!! psilocibe
26-09-2012 Un texto interesante Lotty
12-08-2012 No entiendo. Escribes muy bien y yo inclusive te voté para el RETO, por lo que no entiendo que lo hayas publicado. ¿no sabías que no se podía? MarthaBCh
12-08-2012 Creo que hiciste trama, amigo, este cuento no es del reto? NO PUEDE PUBLICARSE... MarthaBCh
12-08-2012 Muy bien escrito. Felicitaciones. ZEPOL
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