El estío estaba en su pleno apogeo y un excesivo bochorno era el dueño del lugar.Los grillos lanzaban sus gritos en mitad de la noche, rompiendo el silencio reinante.
La luna llena brillaba en mitad del firmamento, iluminando el bosque con un suave brillo. Los altos picos, con nieve aún, refulgían como si de faros terrestres se tratasen.
De pronto, entre los altos pinos rollos, aparecieron varias figuras, todas ataviadas con túnicas grises, que transportaban sobre sus hombros, en una camilla de oro macizo, al que fue el mas poderoso de los reyes celtas.
En aquel momento, algo interrumpió el canto de los grillos, pues una triste melodía se alzó en el aire desde el interior de una gaita. Una hermosa melodía fúnebre que solo pudo escucharse esa noche, compuesta para aquella ocasión, una melodía que llenó todos los corazones que la escucharon de una melancolía que les encogió el alma.
Aquella procesión fúnebre continuó al ritmo de la gaita, entre árboles y arbustos, hasta que llegaron a la que sería la nueva morada de su amado rey.
En lo mas profundo del bosque, allí donde muy pocos consiguen llegar, se habría un pequeño claro. Miles de flores, de todos los colores y tamaños se esparcían sobre la verde hierba y en su centro, como si de una gran torre de vigía, se erguía un gran roble.
Tras la muerte del Rey, los maestros de la aldea tallaron tres enormes rocas, rocas que con el sudor de la aldea entera fueron colocadas bajo el enorme árbol; dos de ellas las enterraron en el suelo verticalmente hasta la mitad de su tamaño y la tercera horizontalmente a modo de techo. Y allí en tan humilde morada, el rey descansaría por toda la eternidad.
Todo eso son recuerdos hoy en día mitos, leyendas...que ya casi nadie recuerda. Ya no existe aquella gran civilización que fue la celta: pero allí, en el pequeño claro que se encuentra en lo profundo del bosque y bajo las ramas de un viejísimo roble, sigue hirguiendose, desafiando al tiempo, la humilde morada en la que descansa el último gran rey celta.